Otra clase de protestas tenían un fundamento económico, pues académicos croatas cuestionaban que su república, la segunda más rica de Yugoslavia después de Eslovenia, generase riquezas que se destinaban en pequeña proporción a Croacia y en su mayor parte a financiar el desarrollo de otras regiones más atrasadas como Kosovo. A ello se añadía la queja de que la industria turística de Croacia generaba casi el 50% de las divisas que percibía la economía de Yugoslavia por ingreso de turistas, aunque dicha región solamente recibiera el 7% del valor de esas divisas.
El clímax de este movimiento llegó cuando en el año 1971 se publicó un libro titulado Ortografía croata (Hrvatski pravopis), elaborado por los académicos Stjepan Babić, Božidar Finka y Milan Moguš. En él no se utilizaba el término srpskohrvatski o «serbocroata» para el idioma estudiado, de forma que acabó prohibido por el gobierno yugoslavo e incautadas todas sus copias, salvo una que llegó al extranjero y fue difundida y reproducida desde Gran Bretaña. Ante esta situación, hubo manifestaciones callejeras bastante concurridas en Zagreb (unos 30.000 estudiantes llegaron incluso a ponerse en huelga) y otras ciudades croatas, reclamando no solamente la autonomía lingüística, sino también reformas políticas y económicas favorables a Croacia. Algunos miembros de la Liga de los Comunistas de Croacia se sumaron a las quejas.
Ejemplar de la Ortografía croata de 1971.
Ante ello, el gobierno de Belgrado reaccionó con la represión política y policial: hubo numerosos arrestos y condenas a prisión contra líderes estudiantiles y profesores participantes en la Primavera Croata, así como una purga a gran escala lanzada en diciembre de 1971 contra los comunistas croatas que habían apoyado el movimiento. Entre estos figuraba Franjo Tuđman, antiguo general de origen partisano expulsado del partido ya en 1968 por firmar una declaración sobre los derechos de la lengua croata. Pasó dos temporadas en prisión en 1971 y 1981, y en 1991, Tuđman se convertiría en el primer presidente de la Croacia independiente. 741 altos cargos fueron procesados y condenados, así como otras 11.800 personas de diversa condición social, aunque en su mayoría intelectuales. El Maspok quedó desmantelado. Una purga que se extendió a Eslovenia, Macedonia e incluso en la propia Serbia, gracias a la colaboración del ejército.
Se trataba de las primeras protestas de carácter nacionalista surgidas en el país, en un momento en que Tito estaba todavía vivo. El viejo mariscal, comprendiendo lo que estaba ocurriendo, decidió conceder algo de cal con la promulgación en 1974 de una nueva constitución que concedía una notable autonomía a las repúblicas y regiones de Yugoslavia. Fue una decisión temeraria, que para muchos significó el inicio de la desintegración del país.
La Constitución de 1974, cuyo arquitecto fue el ideólogo esloveno Edvard Kardelj, desarrolló un federalismo que definía a la República Socialista Federativa de Yugoslavia como una unión voluntaria de repúblicas socialistas y de naciones, entendiéndose que los grupos nacionales eran los eslovenos, croatas, serbios, montenegrinos, macedonios y musulmanes, a los cuales se les garantizaba sus «derechos nacionales» y la plena participación en el proceso de toma de decisiones a nivel federal, dejando atrás la ciudadanía y primando la «nacionalidad». A partir de entonces habría, pues, grupos nacionales, y dentro de cada grupo, ciudadanos, aunque la igualdad entre los ciudadanos de los distintos grupos pasó a ser inexistente menos en el gentilicio simbólico de «yugoslavos», y cada grupo nacional debería ocuparse de «sus» ciudadanos. Cualquier grupo nacional podría vetar también al Consejo de Repúblicas y Provincias y rechazar cualquier medida, especialmente las económicas, controlando por completo en su correspondiente república la educación, el sistema judicial y la policía. Kosovo y Vojvodina, consideradas provincias plenamente autónomas de Serbia, a efectos prácticos recibían poder de veto sobre las decisiones del Parlamento serbio. De igual manera se aplicó el sistema de paridad para la composición de todos los órganos políticos de la federación. Por último, y en consonancia con el carácter socialista de la república, la soberanía no recaía en el ciudadano, sino en la clase trabajadora, aunque con una salvedad: siempre de acuerdo con el territorio a la que pertenecía. La Liga de los Comunistas, en último extremo, era el organismo garante del delicado equilibrio que se creaba.
El proceso que vivieron los yugoslavos a partir de entonces se caracterizó por un incremento del enfrentamiento y la rivalidad entre territorios, desembocando al cabo de 17 años en una cruenta guerra civil. Desde la aprobación de aquella Constitución, las tendencias particularistas y los conflictos entre las diversas repúblicas crecieron incesantemente, estimulando un latente nacionalismo serbio, cuyos promotores se consideraban agraviados con el nuevo texto legal, que gracias al derecho al veto de las provincias autónomas vio paralizada la vida política de la república. Al final, su presidencia encargó a un grupo de expertos la elaboración de un Libro Azul que recogiera los perjuicios sufridos. Presentado a Tito en 1977, este acabó rechazándolo.
La primera consecuencia de estos cambios fue un caos económico abrumador debido al aumento del estatismo centrípeto en cada una de las repúblicas. De esta forma, al cabo de una década la economía yugoslava había alcanzado un punto de alineación regional tal que los movimientos de capital entre las repúblicas casi se habían extinguido. Cada república había constituido su propio banco central, adicional al Banco Central Federal Yugoslavo; el comercio interregional descendía vertiginosamente, y cada república desarrollaba su propia política tecnológica, impositiva o de precios sin ninguna coordinación con las de las otras repúblicas, y sin ninguna consideración con las de la misma república federal. En resumen, los resultados obtenidos de la bienintencionada Constitución de 1974 fueron nefastos. El texto hipotecaría el proceso de toma de decisiones económicas a nivel federal, al prevalecer el requisito de la unanimidad entre repúblicas en relación con un área de interés tan destacable.
En el terreno político ocurrió más de lo mismo, pues las repúblicas fueron adquiriendo poderes normativos y legislativos comparables a los de la república federal, provocando un vacío de funciones y autoridad en esta última. A su vez, el Partido Comunista Yugoslavo (por aquel entonces partido único, sabido es) no fue ajeno al proceso de desagregación. Los activistas dejaban de serlo del PCY para ser los valedores de la Liga Comunista de sus repúblicas respectivas, así que paulatinamente los congresos regionales fueron sustituyendo el papel dirigente del comité central. De hecho, los miembros del comité central eran elegidos por los respectivos congresos regionales y no por el congreso federal de partido. Esta nueva situación provocó que las decisiones del PCY no fueran más que una síntesis de las decisiones que previamente habían adoptado los congresos regionales.
La muerte de Tito y el caos subsiguiente
El 7 de mayo de 1980 Tito fallecía en Liubliana y la presidencia del país pasó a ser colectiva (seis representantes de las repúblicas más dos de las provincias autónomas de Serbia, aunque estos dos últimos solo estuvieron hasta 1988). Cada año, de forma rotativa, uno de esos representantes pasaba a ser el Presidente de la Presidencia. En 1981, Yugoslavia sobrepasaba los 21 millones de habitantes, con 8 millones de serbios, 4,5 millones de croatas, 2 millones de musulmanes en Bosnia, Montenegro y Serbia, y 1.730.000 albaneses musulmanes en Kosovo y Macedonia. Los que se declararon simplemente yugoslavos sumaban 1.219.000.
Menos de un año después de fallecer Tito, volvieron a surgir las protestas en Kosovo, acaso la región más pobre de Yugoslavia y de toda Europa, si exceptuamos la propia Albania. De hecho, en 1980 un obrero kosovar ingresaba de media 180 $ al mes, frente a los 235 de la media federal o los 280 de los obreros eslovenos.
Protestas que se iniciaron de forma espontánea el 11 de marzo por parte de los estudiantes universitarios de la capital, Priština, muy resentidos por el paro y la falta de futuro en un territorio que decían abandonado por el gobierno de Belgrado. Sin embargo, los primeros motivos de queja eran más simples: la mala calidad de la comida en la cafetería universitaria y las largas colas que debían hacer los jóvenes para obtenerla. La primera protesta de 4.000 manifestantes sería disuelta por la policía,