Algo menos de tres meses antes, y una vez controladas Vojvodina y Montenegro con nuevos dirigentes de su cuerda, Milošević había pasado a la acción en Kosovo, donde todos estos sucesos inquietaban cada vez más a la población albanesa, empobrecida y atacada por la prensa serbia. Cuando el dirigente serbio inició la sustitución de los dirigentes albaneses de la provincia, el 20 de febrero de 1989 los trabajadores del complejo minero kosovar de Trepča se pusieron en huelga. Una semana después recibían el apoyo de los dirigentes eslovenos, lo que provocó una indignación teledirigida por los medios de información serbios, celebrándose el día 28 en Belgrado una enorme manifestación donde se coreó a Milošević, se exigieron armas para atacar Kosovo y se escuchó al presidente de la federación, ahora el inseguro bosnio musulmán Raif Dizdarević. Este se limitó a asegurar que la provincia albanesa era parte de Serbia, pero fue Milošević quien se llevó la gloria, prometiendo el arresto de los dirigentes albanokosovares promotores de la protesta. Y así fue. Tropas con tanques, junto a policía federal llegada de Serbia, acabaron con la revuelta de forma violenta provocando varias decenas de muertos (entre 22 y 140 según las fuentes), y el 3 de marzo, por decisión de la misma presidencia federal, se ordenó la detención del dirigente comunista albanokosovar Azem Vllasi y de sus colaboradores, acusados de organizar huelgas y desórdenes. A finales del mismo mes, los Parlamentos de Vojvodina y Kosovo, ahora en manos de seguidores de Milošević, aprobaban la limitación de sus prerrogativas autonómicas. De hecho, aquello era el fin de ambas autonomías provinciales, anuladas definitivamente al año siguiente tras aprobarse la nueva constitución de la república de Serbia.
Como hemos adelantado ya, en mayo Milošević pasó a ser presidente de la República Socialista de Serbia, y el 28 de junio estrenó su nuevo liderazgo celebrando en la explanada de Gazimestan, junto a Kosovo Polje, el 600 aniversario de la trágica batalla contra los otomanos. Era, como sabemos, el día de Vidovdan o San Vito. Todas las autoridades federales, con el presidente Janez Drnovšek (esloveno) a la cabeza, se congregaron en el lugar, pero fue Milošević quien se llevó la gloria. Ante una enorme multitud de serbios llegados de todo el país, que según divulgó con evidente exageración el diario Politika sumaban dos millones (las estimaciones más fiables rebajan la cifra a la mitad), el presidente serbio habló de las pasadas y presentes batallas que se habían ganado y debían continuar ganándose («Seis siglos más tarde, estamos comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal situación no pueda excluirse aún. En cualquier caso, las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las cualidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado»), aunque sin apelar directamente al enfrentamiento armado, sino a la prosperidad económica y social: Pero las viejas banderas monárquicas serbias, hasta entonces malditas, ondearon a cientos como símbolos del resurgir de la nación, de un pueblo que exigía justicia ante los atropellos padecidos. Los albaneses, que habían sido excluidos de la celebración, decidieron quedarse en sus casas como prueba de su malestar ante aquella provocación.
Milošević aprovechó el control que logró ejercer sobre los medios de comunicación (televisión serbia, buena parte de una prensa previamente purgada de críticos, radio), impulsando una campaña de odio sin precedentes en la Europa de posguerra. El discurso del miedo pretendía calar sobre todo en los serbios de Kosovo, Croacia y Bosnia, recordando momentos históricos relativos a la lucha serbia por su libertad y la defensa de la religión ortodoxa, al dominio otomano o al genocidio de los ustaše. Es decir, convirtiendo la historia en mitología y folclore. Según estos medios, eslovenos, croatas, bosnios y albanokosovares se habían propuesto humillar y expulsar a los serbios de sus territorios. Los bosniacos pasaron a ser denominados turcos, fundamentalistas islámicos o incluso muyahidines; los croatas, fascistas del Vaticano, y los albaneses, terroristas, criminales y saqueadores de templos. Los canales de televisión, las cadenas de radio, los periódicos y revistas constituyeron el eje neurálgico de la formidable campaña de intoxicación que, sincronizadamente, atizó la desconfianza y el odio entre las comunidades y las regiones en las que quedaban rescoldos, o los resucitó si se habían extinguido, fabricando el clima propicio para que se desencadenara la carnicería. También la literatura aportó su granito de arena a este proceso. En 1989 se publicaron dos exitosas novelas donde los serbios se convertían en víctimas de sus enemigos más próximos: Timor Mortis, de Slobodan Selenić (editorial Svjetlost, Sarajevo), donde se relatan matanzas de los ustaše contra los serbios; y Vaznesenje (La ascensión, Dečje Novine editor, Belgrado), un relato a caballo entre la primera y la segunda guerras mundiales en el que se incide en el odio que los musulmanes bosnios sienten por los serbios. Para caldear aún más este ambiente, la situación económica yugoslava no era ni de lejos demasiado boyante. Las huelgas se multiplicaban debido a la disminución del nivel de vida (699 en 1985, 851 en 1986, 1.570 en 1987). La situación tocó fondo en 1989 cuando la hiperinflación alcanzó el 2.700%. Ante tales problemas, el gobierno federal apenas supo hacer nada.
Los temores de Eslovenia
En Eslovenia se venía tomando nota, como hemos anunciado, de todo aquello desde hacía bastante tiempo. Aunque fuera una república étnicamente casi pura, sin minorías serbias ni de otras nacionalidades destacables, los cada vez mayores anhelos de independencia hacían temer una previsible intervención del ejército federal, acaso la única institución con poder que podía representar un peligro.
Porque Eslovenia, una república montañosa tradicionalmente centroeuropea, que recordaba a su vecina Austria, poseía el nivel de vida más elevado de Yugoslavia, y no deseaba perderlo por favorecer a los más empobrecidos serbios o macedonios. Su objetivo ahora era integrarse en la próspera Europa occidental, cada vez más unida y eficiente. Su nacionalismo creciente contrastaba con el serbio, pues aquí todo era cultura (sobre todo en publicaciones filonacionalistas) y discreción, sin exageradas reivindicaciones irredentistas ni nostalgias de batallas perdidas. Buena muestra de ello fue la publicación, en febrero de 1987, del Programa Nacional Esloveno en el n.º 57 de la revista mensual y de índole cultural Nova Revija, clara respuesta al memorándum de la academia serbia. Aunque el problema central que se abordaba era el desarrollo de la sociedad civil eslovena, de las libertades políticas y de los derechos humanos, implícitamente se trataba también del marco estatal en que ese desarrollo sería posible. El tono general de las contribuciones era de abierta insatisfacción por el estatuto de Eslovenia como república federada dentro de Yugoslavia, y los autores de algunos de los artículos propugnaban con bastante claridad la independencia. Este hecho provocó que el director de la revista fuera despedido.
Otra revista eslovena radical era el semanario Mladina (Juventud), que buscó en el ejército federal yugoslavo al mayor enemigo de la futura independencia eslovena. Sus artículos denunciaban el enorme gasto que representaba mantener 180.000 soldados, cuyo monto sumaba casi la mitad del presupuesto federal. La gota que colmó el vaso de los militares yugoslavos fue un escrito aparecido el 13 de mayo de 1988, titulado La noche de los cuchillos largos, donde se publicaban los planes del ejército, expuestos en un documento secreto redactado en enero de aquel año y destinados a tomar el control de Eslovenia en caso de que esta organizara revueltas nacionalistas. Janez Janša, el autor del artículo, otro periodista y un sargento que había filtrado el documento, fueron arrestados el 31 de mayo. En un juicio militar a puerta cerrada, donde se empleó el serbocroata en lugar del idioma esloveno, Janša sería condenado a 18 meses de prisión por divulgación de secretos militares. Su compañero, el director de Mladina Franci Zavrl (detenido dos semanas después que los otros tres) y el suboficial también recibieron parecidas penas. No obstante, encontraría muchos apoyos entre sus conciudadanos, incluidos el presidente de la república de Eslovenia Janez Stanovnik y el presidente de la Liga de los Comunistas Eslovenos Milan