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el sacerdote José Gafo, promotor de los sindicatos católicos que se habían fusionado en su día con el Libre. Nadie les abre. Llaman a un cerrajero y ocupan el local. A las doce llega policía para practicar un registro. Se hallan bombas y un centenar de pistolas Parabellum. La noticia se difunde por el barrio y la gente se congrega indignada a las puertas. Las fuerzas del orden no pueden frenar a la muchedumbre, que penetra en el edificio. La sede queda devastada.

      Más grave fue el tiroteo entre miembros del Sindicato Libre y de la CNT, que se saldó con dos muertos del Único y cinco heridos. Ya el día anterior se había disparado en Sarrià contra una manifestación republicana. Unos decían que había sido un legionario de Albiñana, otros que el hijo del barón de Viver. Casi lo linchan.

      Son episodios de violencia que se ceban en las entidades que días antes habían sido señaladas por la prensa como promotoras de un supuesto fascio local y en las monárquicas más cercanas a la Dictadura. Pero, en general, el día ha tenido un tono festivo y pacífico, con calles inundadas de gente agitando banderas republicanas y catalanas, cantando La Marsellesa y el Himno de Riego, celebrando la proclamación de la República.

      El españolismo derechista, que hasta pocos meses antes se presentaba unido en un sólido bloque, la Unión Patriótica, y detentaba el poder municipal, provincial y estatal, es borrado del mapa político en dos días. Ya no levantarán cabeza hasta 1939. Se convertirán en marginales, ruidosos y vociferantes, pero irrelevantes políticamente. Vamos a estudiar su fracaso, conocer sus acciones, las biografías de algunos de sus militantes, la historia de sus organizaciones, de las provenientes de la Dictadura y de los nuevos proyectos que surgen desde la extrema derecha barcelonesa en el tiempo de la República. Vamos a saber quiénes eran esos ultras, esos reaccionarios y esos fascistas.

      I. ORÍGENES

      La República fue la puntilla a un proceso de desintegración del españolismo barcelonés que venía de unos meses atrás. La renuncia de Miguel Primo de Rivera hizo eclosionar a la Unión Patriótica que, al fin y al cabo, era un proyecto personal del dictador. Las diferentes corrientes que lo habían conformado rompieron con el hasta entonces partido único para lanzar sus propios proyectos políticos. Se preveía un cambio de régimen, quizás el retorno al turnismo. El anuncio del general Dámaso Berenguer, sustituto del dimitido Primo de Rivera, de una convocatoria de elecciones generales para marzo de 1931 hizo que las diferentes facciones empezaran a marcar terreno. Las elecciones finalmente se pospusieron tras la dimisión de Berenguer en febrero de 1931 y su sustitución por el almirante Juan Bautista Aznar, pero el fin del upetismo ya no tenía marcha atrás.

      El españolismo barcelonés había participado mayoritariamente en la Unión Patriótica. En Barcelona el partido único consiguió agrupar en sus inicios a miembros de la Unión Monárquica Nacional (UMN), La Traza, los Sindicatos Libres, mauristas, mellistas, viejos liberales, regionalistas moderados y grupos menores como la Unión Española de Estudiantes en Cataluña o la Juventud Nacionalista Española –un grupo de estudiantes alfonsinos y carlistas unidos contra el «separatismo» que había funcionado en 1923–, así como funcionarios estatales y municipales y militares destinados en la Ciudad Condal.

      La Unión Patriótica, impulsada en abril de 1924 por el propio Miguel Primo de Rivera y organizada desde el poder, «pretendía formar un partido oficial que controlara la movilización de masas y canalizara el respaldo de los ciudadanos a la Dictadura», además de convertirse en el medio para «adoctrinar al conjunto de la población en valores nacionalistas por medio de ceremonias patrióticas». Siguiendo el modelo fascista, el partido fue concebido para «conectar el discurso del dictador con el pueblo e integrar a las masas en un proceso de movilización política antidemocrática». El partido único incorporaba algunos de los nuevos planteamientos de la derecha autoritaria europea, como un fuerte nacionalismo, un discurso regeneracionista y el corporativismo como solución a los problemas sociales, pero pronto se demostró que la organización política estaba dirigida desde la Capitanía Militar y tenía un perfil conservador clásico. La presencia de los católicos y los alfonsinos de la antigua UMN en la dirección así lo confirmó. La Unión Patriótica adoptó el reaccionario lema de «Patria, religión y monarquía», un remedo del clásico carlista de «Dios, patria y rey».

      Más que un partido, la Unión Patriótica era una organización de adictos al régimen que exigía una débil militancia y que sirvió de trampolín político y social a algunos de los que se acercaron a ella para medrar. La dirección aristocrática y la ascensión a la dirección de viejas caras del denostado pasado turnista alejaron de la Unión Patriótica a algunos de aquellos españolistas más exacerbados que habían apoyado el golpe de 1923 por su programa nacionalista y regeneracionista. No todos los partidarios iniciales se mantuvieron en sus filas. Algunos de estos ultraespañolistas pronto se alejaron. Ese fue el caso de La Traza.

      A las 9:23 horas del 8 de enero de 1924, con algo de retraso, hace su entrada en el apeadero del paseo de Gracia el expreso de Madrid. La expectación en el andén es máxima. A cola del convoy figura el break de obras públicas, el vagón de lujo en el que acostumbra a desplazarse el rey. En este caso lo ocupa el general Miguel Primo de Rivera, jefe del Directorio. El general, vestido de paisano, desciende del vagón. Le están esperando las autoridades de la ciudad. Allí están el capitán general de la región, el gobernador civil, el gobernador militar, el obispo de la diócesis, el rector de la universidad, diputados, concejales, generales y oficiales. Una vez cumplimentados los saludos, el general se dirige al exterior. Al pie de la escalera que conduce a la calle le espera un grupo de jóvenes uniformados con camisa y corbata azul. Profieren vivas a España, a Primo de Rivera, al Directorio, al Ejército. El general los saluda con condescendencia. Los recuerda del mes anterior, cuando lo habían recibido tras su visita a la Italia de Mussolini al grito de «¡Por España!, ¡Viva La Traza!».

      La Traza había nacido en otoño de 1922 impulsada por un grupo de capitanes junteros que se reunían en la Graja Royal. Su líder era el capitán de Caballería Alberto de Ardanaz Salazar, juez instructor de Capitanía y sobrino del general Julio Ardanaz Crespo, gobernador civil de Barcelona. El grupo sumó algunos civiles a su proyecto, sobre todo estudiantes, y lanzó un manifiesto en marzo de 1923 en el que afirmaba que venía a recoger «del suelo la bandera española» y «terminar con el barullo y el escándalo político existente» porque, decían, «aspiramos, en nuestra ilusión de hombres jóvenes a que nuestra generación deje un rastro glorioso a su paso por la Historia». Se definían como «una unión sagrada de españoles que se agrupan dejando a un lado las pequeñas diferencias que los separan, sacrificando lo secundario por lo principal en aras de la Patria». Su lema es «España no morirá».

      En septiembre de 1923 La Traza saluda entusiásticamente el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera. El programa con el que se presenta la Dictadura les seduce. En octubre se entrevistan con el dictador. Deciden transformar La Traza en la Federación Cívico-Somatenista. Tratan de convertirse en el partido del régimen o, al menos, en sus cuadros políticos. En noviembre