No hay que olvidar que ante cualquier perturbación10 un destino puede responder de forma diferente, teniendo en cuenta que cuanto mayor es la resiliencia menores son los cambios (Simmie y Martin, 2010). Así, en la Figura 7 se puede observar como el nivel de funcionamiento de un destino turístico consolidado y estable (nf), después de recibir el impacto, y al cabo de un cierto tiempo para su mayor o menor recuperación (Tr), puede seguir diferentes alternativas: mejorar el nivel de funcionamiento que tenía antes de recibir el impacto (a); recuperar el nivel anterior («reequilibrio») (b); sobrevivir con un nivel algo inferior (c) o declinar (d) (Lew, 2012).
FIGURA 7 Posibles alternativas de recuperación ante un impacto en un destino consolidado y estable
Fuente: Lew, 2012
En el caso de un destino con un desarrollo creciente y consolidado, después del impacto (i) pueden presentarse diversas alternativas (Figura 8) en la evolución del nivel de desarrollo (nd) del destino. Así, en el caso (a) se observa como después del disturbio, y del consiguiente tiempo de recuperación, el nivel de desarrollo retorna a la situación anterior de crecimiento estabilizado. En el caso (b) se presenta un decrecimiento posterior estabilizado y en el caso (c) hay un decrecimiento posterior no estabilizado. Finalmente, en el caso (d) hay un fuerte crecimiento posterior no estabilizado, pero superior al ritmo de crecimiento que había antes de producirse la perturbación. Además, los casos (b), (c) y (d) muestran como los impactos causan un cambio del sistema hacia otro régimen de conducta, mientras que en el (a) se regresa al mismo régimen anterior. Sin embargo, en el caso (b) el nuevo régimen se encuentra estabilizado, aunque con un crecimiento inferior anterior al impacto; lo que es típico de un enfoque ecológico donde predomina la adaptabilidad, ya que este tipo de sistemas tienden por naturaleza a un nuevo equilibrio después de un disturbio, mientras que los sistemas con un enfoque económico crean ciclos adaptativos ecológicos evolutivos, con cambios permanentes que dependen de las acciones de cada agente individual (Holling y Gunderson, 2002; Pendall et al., 2010; Simmie y Martin, 2010).
FIGURA 8 Posibles respuestas ante un impacto en un desarrollo territorial creciente
Fuente: Simmie y Martin, 2012
A su vez, Simmie y Martin (2010) y Martin (2012) afirman que es posible integrar el concepto de resiliencia en la nueva Geografía Económica Evolucionista si se opta por su acepción adaptativa, que la define como la capacidad de un sistema para adaptar su estructura y funcionamiento al impacto, como puede ser el caso de una crisis económica. De esta manera, un territorio resiliente sería aquel que adapta sus recursos al cambio y logra mantener o aumentar su prosperidad y su tendencia al crecimiento en el largo plazo, como ocurre en los casos (a) y (d), mientras que un territorio no resiliente no absorbe el impacto en su integridad y, como consecuencia, ve mermada su trayectoria de crecimiento a largo plazo y corre el riesgo de quedarse atrapado en una senda evolutiva sub-óptima, como pasa en los casos (b) y (c) (Sánchez Hernández, 2012). Asimismo, la magnitud de los impactos producidos en un destino turístico está estrechamente relacionada con la vulnerabilidad de estos territorios, lo que ha llevado a la necesidad de identificar mecanismos que permitan disminuir los efectos de dichas perturbaciones y sirvan de oportunidad para el futuro desarrollo del destino. Por ello Ecoespaña y WRI (2009) definen la resiliencia de un destino turístico como su capacidad para absorber alteraciones y recuperarse ante ellas, saliendo fortalecidos con posterioridad. Asimismo, el Stockholm Resilience Centre (SRC) señala que se trata de la capacidad a largo plazo de un territorio para afrontar cambios y continuar evolucionando (Amat, 2013).
En ocasiones el disturbio no se produce una sola vez sino que se repite sucesivamente, pudiendo reducir o aumentar su severidad. Por ello, Lew (2012; 2013) señala que se puede enfocar la resiliencia de un destino turístico como la vuelta al estado anterior al impacto (el denominado «enfoque desde la ingeniería»), con autores como Fünfgeld y McEvoy (2012); o la oportunidad de aprender del disturbio para preparase ante los futuros impactos volviendo al anterior equilibrio o alcanzando otro nuevo («enfoque desde la ecología»), con Ranjan (2012) y Russel y Griggs (2012); o bien la ocasión para resistir, transformarse y adaptarse en mejor situación que antes a las nuevas circunstancias mediante ciclos adaptativos ecológicos («enfoque transformacional»), con Davidson (2010), Davouidi (2012) y Martin (2012).
En estos últimos años han empezado a aparecer trabajos académicos que abordan con profundidad el estudio de la resiliencia territorial (Holling y Gunderson, 2002; Rose y Liao, 2005; Briguglio et al., 2006; Mc Glade et al., 2006; Foster, 2007; Pendall et al., 2010; Hill et al., 2008; Ormerod, 2008, Tyrrell y Johnston, 2008; Simmie y Martin, 2010, Vélez, 2010; Davidson, 2012; Davoudi, 2012; Fünfgeld y McEvoy, 2012; Lew, 2012, 2013; Martin, 2012; Ranjan, 2012; Russel y Griggs, 2012; Sánchez Hernández, 2012; Horrach, 2014; Luthe y Wyss, 2014; entre otros). Sin embargo sus enfoques varían. Así, para Mc Glade et al. (2006) la resiliencia puede equipararse a su elasticidad, es decir, su capacidad para absorber las perturbaciones sin experimentar grandes transformaciones. Sin embargo, para Foster (2007) la resiliencia de un territorio es su capacidad para anticiparse, prepararse, responder y recuperarse ante un disturbio, mientras que Hill et al. (2008) se focalizan solamente en analizar la disponibilidad del territorio para recuperarse satisfactoriamente de los impactos a su economía. Para otros autores como Tyrrell y Johnston (2008) y Luthe y Wyss (2014) la resiliencia de un territorio está formada por una interrelación de sus sistemas socio-económicos y ecológicos. Por su parte, Holling y Gunderson (2002), Pendall et al., (2010), Simmie y Martin (2010), Vélez (2010), Davoudi (2012), Davidson (2012) y Horrach (2014) orientan sus trabajos hacia el análisis de los ciclos adaptativos ecológicos como modelo de resiliencia regional. Así, Holling y Gunderson (2002) afirman que en el desarrollo regional y la administración de ecosistemas se dan tres propiedades (dimensiones) y cuatro fases que modelan las respuestas de los ecosistemas, las instituciones y las sociedades.
Dichas propiedades son (Figura 9):
a) Dimensión Potencial. Representa el potencial disponible para el cambio, ya que eso condiciona el rango de opciones posibles.
b) Dimensión Conectividad. El grado de conectividad entre los agentes mide el grado de rigidez o flexibilidad del sistema y su sensibilidad a las variaciones internas o externas.
c) Dimensión Resiliencia. La resiliencia del sistema da una medida de su vulnerabilidad a situaciones inesperadas o impredecibles.
FIGURA 9 Propiedades del ciclo adaptativo
Fuente: Vélez, 2010
Así pues, a medida que se suceden las fases del ciclo adaptativo la resiliencia se expande y se contrae, ya que es dinámica a lo largo del tiempo. Estos ciclos adaptativos del sistema turístico presentan cuatro fases evolutivas distintas a lo largo de su desarrollo (Figura 10). La resiliencia se contrae progresivamente a medida que el ciclo se mueve hacia la fase k (consolidación y estancamiento) donde el sistema se convierte en más frágil. Luego se expande progresivamente mientras el sistema se mueve hacia la fase k (reorganización y renovación) para preparar los recursos a fin de iniciar un nuevo ciclo de crecimiento en la fase r (explotación y crecimiento). En la fase de «reorganización» (α) se encuentran las innovaciones y la reestructuración del sector, por lo que la resiliencia y el potencial son altos pero la conectividad todavía es baja. En esta fase se modernizan las infraestructuras, se da formación empresarial y profesional a los trabajadores del sector, se coordina la cooperación entre los agentes públicos y privados y se intenta mejorar la calidad de vida de la población.
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