Así pues, en los párrafos anteriores hemos apuntado que se ha producido un cambio en la sociedad, donde han influido una serie de factores exógenos al sistema turístico más que las propias acciones endógenas (Álvarez, 2004; Navarro, 2015). Así, primero ha habido un aumento del consumo turístico y del consiguiente gasto en actividades de ocio, favorecido por la mayor disponibilidad de tiempo libre y el mayor poder adquisitivo de la población, las nuevas tecnologías, los medios de transporte y los viajes «low-cost», los cambios en las estructuras demográficas (población envejecida pero con disponibilidad para viajar, familias postnucleares, etc.), el mayor nivel cultural, la publicidad y la promoción de la imagen de los destinos, el cada vez más importante papel de los hijos en la elección de los viajes, la globalización, las nuevas corrientes ideológicas (como la sostenibilidad medioambiental, la equidad social y la búsqueda de la autenticidad cultural), la mayor experiencia de los turistas, el aumento del individualismo y de la necesidad de personalizar los viajes, los cambios en los roles sociales (ser diferentes de la vida cotidiana, desencorsetarse temporalmente de las clases sociales históricas), los valores post-materialistas, la necesidad de interconectarse con otras culturas, la polarización de los gustos (comodidad y seguridad en los viajes frente a aventura y riesgo), la búsqueda de nuevas emociones y la emergencia de una nueva «sociedad del ensueño», dónde lo importante es fabricar productos basados en aspectos diferenciales que añadan distinción a la calidad del proceso.
Después, con la crisis económica de estos últimos años, en nuestra sociedad, donde priman las experiencias vividas, las sensaciones inolvidables y las emociones profundas (Navarro, 2015), la pérdida de renta disponible ha provocado la necesidad de elegir detalladamente los destinos turísticos teniendo muy en cuenta el coste de los viajes pero sin abandonar la actividad turística. Los riesgos actuales son distintos a los del pasado y el turismo está afectado por ellos, como por ejemplo la posibilidad de desastres ecológicos, los actos terroristas y las guerras. Sin embargo, con el tiempo el turismo es una actividad que se recupera y suele seguir el camino que se esperaba antes de las crisis (Vélez, 2010).
Además, también están cambiando los gustos de la demanda extranjera, que inicialmente venía a España atraída por el sol y la playa, pero que ahora desea consumir también otros productos turísticos basados en aspectos diferenciales de los lugares, principalmente el aspecto natural y cultural, y reclamando una mayor actividad en lugar de la tradicional pasividad de la visita (Tynsley y Lynch, 2001).
Ante este nuevo contexto también es muy importante tener en cuenta la satisfacción que experimenta el turista con el diseño del viaje en todas sus fases («pre», «durante» y «post») ya que puede repetir la visita y, lo que es más importante, puede ser un buen prescriptor del destino para futuros visitantes. Al respecto, no hay que olvidar que el concepto de satisfacción tiende a definirse como un juicio de naturaleza cognitiva-afectiva que se deriva de la experiencia del individuo con el servicio turístico y con sus experiencias previas, ya que es la respuesta que éste da a un proceso cognitivo donde compara el viaje realizado con sus expectativas (Castaño et al., 2006). Por ello es fundamental que los agentes locales involucrados con el desarrollo del turismo conozcan cuales son estas experiencias, pues adquieren gran importancia en la formación de la satisfacción del consumidor.
Así, los territorios de interior dinámicos, con el objetivo de diversificar su economía, apuestan por favorecer el turismo sostenible a partir de sus recursos naturales y culturales. Incorporan los nuevos gustos de los consumidores y los cambios sociales, de manera que, en estos destinos se pueda formar un clúster alrededor de un determinado producto turístico. El clúster deberá contar con un conjunto de productores (equipamientos turísticos, alojamientos, restauración, transportes, animación, museos, monumentos y edificios singulares, comercio local), distribuidores y/o facilitadores del viaje (agencias de viaje, portales especializados de internet, guías turísticas, oficinas de turismo) y consumidores (visitantes y turistas) (Figura 6). En dicho clúster se acabaran estructurando redes sociales entre los agentes, generándose relaciones de colaboración entre todos los agentes involucrados con este turismo (Gunn, 1994; Tynsley y Lynch, 2001).
FIGURA 6 Esquema de clúster turístico
Fuente: elaboración propia
En algunos territorios puede ser de utilidad un enfoque basado en los micro-clústeres turísticos. Se trata de una concentración geográfica de un pequeño número de establecimientos relacionados con un producto turístico en un determinado espacio. De este modo las interacciones de complementariedad generadas ayudan a desarrollar dicho producto gracias a la combinación de servicios que proporcionan una experiencia singular al turista. Este tipo de clústeres se benefician de las economías de escala, amplían la base del mercado y diversifican la gama de posibilidades de las actividades económicas del territorio. Su éxito dependerá de la capacidad que tenga la comunidad local para desarrollar actividades complementarias entre los agentes incorporados al micro-clúster. (Michael, 2007; Sáez, 2009).
El modelo micro-clúster turístico, se orienta a obtener beneficios socioeconómicos relativamente rápidos en las comunidades de las zonas interiores que se han visto afectadas por un declive socioeconómico y presentan escasas posibilidades de crecimiento a largo plazo. El clúster, ayuda a posicionar competitivamente un destino a través de la especialización en nichos de mercado. Pero como señala Michael (2007), para iniciar la formación de un micro-clúster es necesario encontrar el mecanismo que aglutine un conjunto de actividades complementarias. Por ello, en el contexto actual los micro-clústeres pueden constituir un marco que proporcione a las pequeñas empresas turísticas oportunidades innovadoras para operar localmente con ciertas garantías de éxito a medio plazo, aunque para que esto suceda es necesario que la comunidad local se implique con intensidad en las actividades turísticas (Sáez, 2009). Es necesario ser realistas y no olvidar que las actuales dinámicas acaparadoras, concentradoras y desposeedoras del mercado capitalista neoliberal plantean las mismas contradicciones y amenazas de turistización, también en los espacios de interior, y obligan a desarrollar estrategia de readaptación con alto nivel de innovación y resiliencia; nunca fáciles de conseguir.
2.2. Resiliencia territorial. Conceptos y características
Un destino turístico se caracteriza por su pertenencia a un sistema complejo, con una estructura reticular supra-local donde se interconectan los distintos actores que forman parte del sistema (Comas y Guía, 2005; Heidsieck y Pelletret, 2012; Amat, 2013) y donde los espacios en que se mueven dichas relaciones son variados (Yeung, 2000). Cualquier impacto es un suceso más o menos inesperado, o una sucesión de eventos naturales o antrópicos, de carácter interno o externo, positivos o negativos. Esta situación de impacto puede generar una crisis con mayor o menor consecuencias en función de la resiliencia del destino (Amat, 2013). Las crisis o incidencias pueden provocar un cambio más o menos sustancial en el destino, afectando al medio ambiente, al paisaje, a los visitantes, a los agentes y a la comunidad local. En cuanto al turismo, el conjunto de factores externos que generan crisis y que afectan a este sector es muy variado, por ser un sector transversal con influencia en otros muchos sectores (Goeldner et al.,