Lo observado en la Extremadura Histórica se inscribe así en la problemática más abarcadora de comunidades que creaban estratificación social. Pero, a diferencia de lo ocurrido en otros ámbitos, esta diferenciación no se forjó en un proceso gradual sino por una expeditiva transferencia bélica de riquezas (producto de la frontera), y la doble marca genética, de campesino y de milites, quedó reflejada en actividades como la vigilancia de los términos concejiles que, siendo de origen y de carácter militar, se ligaba a labores productivas, y se superponía a actividades con una connotación plebeya como acompañar al ganado.[142]
Esta producción generaba un excedente (el ganado era esencial) cuyo comercio superaba los marcos locales, e incluía mercados y ferias.[143] Los privilegios políticos jugaron un rol, y en especial lo favorecía la exención tributaria a la circulación.[144] Esta producción que pasaba por el mercado, no significaba abandonar un objetivo de consumo; por el contrario, la realización comercial del excedente era el recurso para obtener bienes de uso destinados a alimentar los valores tradicionales y la economía del gasto, aspecto que asimila a los caballeros villanos a la nobleza y corrobora la dualidad de su cultura.[145] Esto exhibe un cierto paralelismo con la actitud de la alta burguesía comercial de Burgos, que buscó constantemente afirmar su prestigio a través de inversiones en tierras, asimilándose a la vida de la nobleza tradicional.[146]
Los caballeros constituían, pues, un enclave de «producción simple de mercancías» (según la terminología de Marx) o de «producción de mercancías precapitalistas» (siguiendo la concepción de Sweezy, 1982), en el interior de un espacio señorial. Esta heterogeneidad no tiene nada de extraño. Por un lado, responde a características que se constituyeron en la ocupación de tierras en la frontera. Por otro lado, fue un fenómeno paralelo a la coexistencia del feudalismo con campesinos tipo kulak, como los yeomen de Inglaterra, o con sistemas comerciales, que también se explican por un proceso sociogenético, como el que se dio en el siglo XII, en el camino de Santiago de Compostela, o luego en Sevilla.[147] Esto confirma que el sistema feudal otorgaba un lugar propio a otras esferas socioeconómicas con las que se ligaba funcionalmente.
Idealmente, cada caballero villano, como propietario independiente, se encontraba en situación potencial de alcanzar superiores niveles de acumulación. Pero esa hipotética prosperidad estaba impedida por reglamentaciones institucionales y condicionamientos socioculturales que obligaban a gastos políticos y de prestigio. La reinversión productiva estaba limitada a una reproducción simple que no alteraba las pautas tradicionales de la economía, como lo muestran las compras de tierras, y con esta fijación de las actividades se fijaba un nivel estacionario de las fuerzas productivas y una relativa homogeneidad social. La misma trashumancia, implementada por los concejos, que presupone el espíritu cooperativo en la cabaña, alentaba la igualación.[148] Una búsqueda similar de homogeneidad entre el grupo dominante se daba en la reglamentación de las aguas, en la construcción de molinos en las heredades,[149] o en impedir ventajas en la comercialización,[150] que se agregan a las ya vistas sobre contratación laboral o número de ganado. Ante estas limitaciones, es explicable la inclinación a romper la legalidad para buscar alternativas de desarrollo a escala superior. Incluso, en la apropiación de comunales se daba un proceso en cadena, por el cual, aquellos que no habían participado en esa práctica en cierto momento comenzaban a realizarla con el deseo de igualar a sus pares.[151]
En estos ejemplos se constata que las oportunidades del grupo se hallaban restringidas por el colectivo, es decir, por el concejo. Constituía este último la institución destinada a resguardar la condición de los caballeros, y otorgaba a éstos su fisonomía definible como algo distinto de un simple sumatorio de individualidades; era la instancia que estructuraba la clase de la misma manera que los pactos de vasallaje eran parte de las cualidades de la clase feudal. El concejo cumplía en este aspecto funciones equivalentes a la comunidad campesina o al gremio del oficio. La admisión controlada de nuevos miembros y el cierre de la institución nos acerca al mismo tipo de estipulaciones que tenían las corporaciones de artesanos, basadas en el criterio inclusión/exclusión y en exigencias de pertenencia.
De esta manera, si bien el acaparamiento de cargos (jueces, alcaldes, jefes de las milicias, etc.) por los caballeros convertía al concejo en órgano de dominio político en el ámbito comarcal (cuestión subrayada por todos los historiadores), era también una institución que superaba los marcos de la instancia política. Llegó incluso a ser un mecanismo integrador de la aristocracia local en su totalidad en situaciones más decididamente heteróclitas, cuando los mercaderes se incorporaron a los estratos superiores de las ciudades, en algunas regiones marginalmente y no tanto en otras.[152] De aquí deviene su centralidad para comprender a esta clase social. Por el contrario, el parentesco y los bandos-linajes que agrietaban al grupo en facciones (a veces irreconciliables) atentaban contra la propia estructuración del grupo como clase social.[153]
En ese potencial económico del concejo como reunión de propietarios residía el no desarrollo particular del caballero, que debía subordinarse a los procedimientos del sujeto económico colectivo. Este bloqueo de las fuerzas productivas se combinaba con un doble impedimento social: el caballero villano no podía realizarse como capitalista ni como señor feudal.[154] Era más bien una fuerza intermedia estacionaria, y por ello, la similitud estructural con el campesino rico inglés, el yeoman, sólo es admisible desde una estática perspectiva estructural, ya que en lo que atañe a su dinámica se constata un punto crucial de divergencia: mientras este último cumplió un rol en la transición inglesa al capitalismo, el caballero villano tendía a sostener las estructuras tradicionales.[155]
LAS EXCEPCIONES A LA REGLA
A la falencia derivada de atribuir a una clase las informaciones de otra, algunos historiadores agregan otro desacierto. Consiste en establecer una tipología a partir de individualidades, cuya profusa notación documental obedece precisamente a su anomalía. Fueron, en efecto, excepción los caballeros villanos que lograron transformarse en modestos señores de alcance comarcal. El problema consiste en dilucidar su origen.
Salvador de Moxó reveló el procedimiento por el que ciertos linajes de caballeros urbanos, en los siglos XIII y XIV, desbordaron el marco al que pertenecían para insertarse en la administración central y alcanzar, a partir de funciones cumplidas para el rey, protagonismo señorial.[156] Se basaba en los Dávila de Ávila, en la familia Albornoz de Cuenca, en Fernán Sánchez de Valladolid, y en dos caballeros de Toledo, Diego García y Fernán Gómez en el reinado de Fernando IV. Las concesiones habilitaban pequeños señoríos en el interior de los términos concejiles. Su excepcionalidad confirma la regla, como ilustra un análisis de estos documentos.
En 1271 Alfonso X concedía a Blasco Gómez de Ávila el lugar de Velada. Se trataba