Reparando mundos. María Eugenia Ulfe. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Eugenia Ulfe
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786123176723
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Mi hijo en la época del terrorismo ha muerto golpeado mientras el otro desapareció. Hasta ahora no aparece, y de eso… ¿De los dos puedo recibir eso lo que dicen reparación o no? ¿Cómo es eso?

      Otra señora nos dice:

       B: De mi hijo no he recibido completo; a algunos les habían dado 10 000 así nomás me ha dado y ahora no quiere darme.

      Otra señora añade:

       C: Con mis animalitos estando en el campo no he podido venir. Tengo mi hijo, se escapa, y mi hijo ha muerto hace tiempo, ya ha muerto con así feo. Ha muerto, señor, con hacha me ha perseguido. Yo también estoy enferma [llora].

       M: Señora, no llores por favor. Deberías ir con la señora María para hacer tu inscripción.

       C: Yo no me he inscrito.

      Otra persona afirma:

       D: También, señorita, todos los documentos de mi padre desaparecieron; mis documentos se han quemado, todos los documentos han desaparecido. Entonces, ahora, ¿qué puedo hacer para sacar?

      Y muchas preguntas más… Habíamos comenzado cerca de las seis de la tarde y terminamos pasadas las diez de la noche.

      Llegamos a Sancos luego de pasar un tiempo en Lucanamarca. Fue allí donde comprendimos que la historia de cada una de estas localidades, si bien contiene sus propias particularidades, debe verse en conjunto, como la historia de una región que comparte más allá de apellidos, un colegio secundario en el cual se forman y formaron casi todos los jóvenes de la región, una élite local fuerte y una historia de relaciones densas con la costa (Ica y Lima), con la capital Huamanga y con el sur de Ayacucho (Lucanas). Lucanamarca, Sancos y Sacsamarca son localidades con comunidades asentadas en Ayacucho y extendidas a través de asociaciones de residentes en Ica, Ayacucho y Lima.

      Apenas arribamos a Sancos, además de buscar al alcalde, al presidente de la comunidad y otras autoridades, queríamos tener una reunión con los representantes y miembros de la Asociación de víctimas. Esta se llevó a cabo gracias a Nilton, su presidente, y al alcalde, que nos autorizó a utilizar el espacio del salón consistorial de la Municipalidad. Pensando que no vendría mucha gente, compramos algunas gaseosas y galletas para la conversación.

      Hay dos aspectos visibles aquí: la manera en que el programa configura un perfil de víctima que no necesariamente dialoga con la forma como las mismas personas se sienten o identifican, y cómo, sin proponérselo, el RUV había funcionado como una tecnología de poder del Estado que organiza el conjunto de personas que han padecido durante el conflicto a través de una tipología de víctimas basada en sus afectaciones.

      Esto ocasiona sentimientos profundos de contrastar dolores y afectaciones, y trazar un universo subjetivo que emerge ya jerarquizado. Esa tarde, conocimos a muchas personas con sentimientos encontrados acerca de quienes habían logrado irse o salir de Sancos por tener familiares o medios económicos para hacerlo. Quienes se quedaron, como los pastores y otras personas sin recursos, se llevaron la peor parte. Además, en esa reunión, algunas personas mencionaron sobre los casos «observados», es decir, de quienes se habían inscrito en el RUV; sin embargo, sea por falta de documentación o porque sus nombres aparecían en alguna lista que los hacía parecer como simpatizantes o cercanos a Sendero Luminoso, sus casos habían sido detenidos en alguna parte del proceso. En Huanca Sancos, hacia 2013, había cerca de cincuenta casos observados.

      Tanto en Lucanamarca como en Sancos hubo módulos de atención del RUV, muchos conducidos por la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh), la ONG que había instalado una oficina en Lucanamarca luego del trabajo de la CVR. Atendieron las inscripciones de familiares de acuerdo con los tipos de afectación y brindaron información sobre el funcionamiento del programa y el discutido artículo 4. Si bien el proceso comenzaba en la propia localidad, continuaba con el envío de los expedientes y las solicitudes a Huamanga con el fin de que los casos fuesen revisados y luego derivados a Lima para su última verificación. Lo que esta cadena de funciones generaba era falta de información y acumulación de poder en quien se erigía como funcionario o funcionaria. El último escalón de esta cadena de mando y funciones era el familiar que logró inscribirse en el RUV.

      Un argumento central en este libro es pensar las maneras como las distintas poblaciones han formado a una suerte de trabajo regulatorio y de gobierno que asumen es el Estado. El «Estado», como bien señalan Das y Poole (2004), no es un ente administrativo monolítico, sino que configura sus prácticas políticas de regulación y gobierno desde sus propios márgenes. El sur y centro de Ayacucho ya son un margen del Estado, en tanto la herencia colonial hace que el Estado peruano esté extremadamente centralizado en Lima. No es gratuito que los expedientes de reparación deban finalmente revisarse en Lima, como tampoco lo es que sea desde Lima que se envían las listas con los potenciales beneficiarios. Es una relación absoluta de ida y vuelta. El problema es que, en el medio, quedan las personas sin respuestas de sus casos que expresan situaciones de mucho dolor y padecimiento de largos años de incomprensión.

      Si la historia se constituye como una forma en que se transmiten discursos hegemónicos de poder, lo es también la manera como algunas instituciones centralizan y acaparan el poder. En este caso, el pequeño escritorio de quien se encargaba de llevar el registro de víctimas del Consejo de Reparaciones en Huanca Sancos constituía este horizonte de poder. Ella tenía acceso a la información que recibía desde Ayacucho, que, a su vez, procedía de Lima. «Lima decide»; «Lima es quien aprueba». Sus contundentes frases reafirmaban la centralidad del proceso y dónde finalmente radicaba (y radica) el poder último.

      Al igual que otros antropólogos y antropólogas en trabajo de campo, a lo largo de este estudio asumimos distintos papeles, ya sea por iniciativa nuestra para generar una situación etnográfica (Guber, 2004) o «para-sitio» (Marcus, 2013) o por cómo la gente nos percibía. En su trabajo con familias beduinas en el norte de Egipto, Lila Abu-Lughod (1986) narra cómo pasó de ser la «invitada en la familia» a la hija adoptiva, mujer y, finalmente, antropóloga. Del mismo modo, Deborah Poole (2000), durante su trabajo de campo en Cusco, narra cómo pasa a convertirse en fotógrafa del pueblo y cómo esta actividad la hace interesarse en la fotografía y la economía política de la imagen inserta en una discusión sobre raza y etnicidad en el lugar.

      Los distintos papeles que asumimos durante el trabajo de esta investigación nos ayudaron a ver aquello que no necesariamente está a flor de piel, y también a transitar en diferentes pequeños mundos sociales, entre la comunidad, las oficinas del Estado, los círculos académicos y los hogares de muchas personas. Ser de Lima y venir de una universidad privada nos colocaba en una posición de privilegio que se describió desde el inicio del estudio.