Sonia Williams (2014) sintetiza cuatro etapas de acompañamiento para el desarrollo emocional de los estudiantes:
1 Reconocer las emociones y darles nombre.
2 Aceptar las emociones.
3 Expresar las emociones de manera positiva.
4 Regular las emociones.
1. Reconocer las EMOCIONES y darles nombre
Se evitarían problemas frecuentes con tan solo saber identificar qué se siente o cómo se siente el otro ante un suceso. Hay niños que golpean a sus compañeros simplemente porque no encuentran otra forma de manifestar su incomodidad, o tristeza.
Enseñar a los niños desde pequeños a reconocer y verbalizar lo que les pasa es una manera sencilla de darle un escape a la tensión que les produce sentirse extraños y no saber cómo manejarlo. Es notable que muchos adolescentes tampoco saben darle nombre a lo que sienten.
Estos son ejemplos de preguntas que pueden dar lugar al diálogo acerca de cómo se llama eso que sentimos. ¿Cómo saber si estoy tenso, enojado o triste? ¿Late más rápido el corazón? ¿Transpiro? ¿Siento un nudo en la garganta? ¿Siento hormigueos en el estómago? ¿Tengo ganas de salir corriendo? ¿Quiero saltar y gritar?
Una estrategia un poco más distante pero útil para el ejercicio de reconocer y darles nombre a las emociones es mostrar recortes de videos que muestren personas manifestando distinto tipo de emociones para que verbalicen o escriban las emociones que observan. Es interesante ver las acciones sin sonido. “El hombre de camiseta roja camina nervioso. Aprieta los puños. Sacude la cabeza. Se ve tenso. Parece enojado”. “La niña mira sin entender lo que pasa. Tiene los ojos vidriosos. No quiere llorar, pero se nota que está frustrada. Puede ser que esté triste, pero también un poco molesta”.
Hacer una ronda una vez por semana y permitirles hablar por turnos de una emoción que elijan. Por ejemplo: la alegría. Narra una breve anécdota de cuando estuviste muy alegre. ¿Qué te produce alegría? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo podemos alegrar y hacer felices a otros?
Llevar un registro personal de emociones por un tiempo determinado. Ya sea en una breve descripción escrita o con un dibujo, los niños pueden dejar registro en un cuaderno acerca de cómo se sintieron en el día. Es una actividad calma y de reflexión personal que se puede hacer al final del día.
2. Aceptar las emociones
Se trata de entender que las emociones expresan lo que sentimos, por lo tanto, tenemos que aprender a aceptarlas, a manejarlas y a respetar las emociones de los demás. Esto significa también que debemos regular esas emociones si van a lastimar a otros.
Por ejemplo, el enojo es una emoción que todos experimentamos algunas veces. Pero la manifestación de esta emoción con agresiones le hace daño a quien agrede y al agredido. “Hoy estoy enojado y sé que tengo motivos para estar así. No está bien que se burlen de mi nariz. Pero no voy a responder como ellos esperan que lo haga”.
Podemos estar tristes por muchas razones y no es bueno guardarse la tristeza porque deriva en otros sentimientos peores. “Estoy muy triste desde que murió mi abuelo. Era mi mejor amigo. La mayor parte del tiempo tengo ganas de llorar. Sé que el dolor irá pasando, pero por el momento siento mucha tristeza”.
Hay que aprender a aceptar que la tristeza se alivia de diversas maneras. A veces compartiendo con otros lo que nos sucede, llorando, escribiendo lo que sentimos, hablando con las personas que nos hicieron daño o pidiendo perdón a alguien a quien dañamos. La tristeza también se alivia haciendo actividades que nos gustan y nos distraen. No es vergonzoso estar tristes. Hay que aceptar que todos estamos tristes de vez en cuando y ayudarnos unos a otros para poder expresar de manera saludable esa emoción, y salir de ella.
3. Expresar las emociones de manera positiva
No necesitamos estimular demasiado la expresión de emociones en niños pequeños. Más bien la tarea de la primera infancia es enseñarles a nombrar lo que sienten y controlarlo. Cuando trabajamos con escolares y adolescentes, en cambio, nos encontramos muchas veces con volcanes en actividad interna, que estallarán provocando un desastre ecológico en el aula a menos que puedan ir desagotando algo de la presión. Y aquí radica el mayor esfuerzo de la educación emocional: enseñar a expresar las emociones de manera que se reduzcan las frustraciones personales y los riesgos de daños a los demás.
El docente tiene que desarrollar primero su propia habilidad; de esta manera será un modelo de cómo expresar lo que siente. También puede emplear los emergentes de problemas en el aula para enseñar cómo expresar las emociones en forma positiva.
Ofrecer vías de expresión positivas evitará explosiones no deseadas. Expresar el enojo, la tristeza o el miedo por medio del arte realmente ayuda a la catarsis necesaria. La pintura, la música, la expresión corporal, la escultura, la poesía y otras formas de expresión escrita darán espacio para expresar ya sea en forma personal y privada o pública, lo que muchas veces está guardado y produciendo daño.
Un debate que se puede plantear en la clase relacionado con la expresión de emociones, es si es necesario participar a los demás de absolutamente todo lo que sentimos. ¿Debo contar a todos lo que me pasa y así encontraré alivio/complicidad/empatía? ¿Es la única manera de expresar las emociones? ¿Qué gano y qué pierdo develando a todos lo que me pasa? ¿Cuándo compartir y cuándo expresarlo de maneras más privadas? ¿Qué ventajas y desventajas tiene el publicar en las redes sociales cómo me siento cada día?
Enseña, sugiere y muestra cómo iniciar un diario personal para registrar las emociones, sueños y desafíos. Es una manera muy saludable de expresión y una alternativa para desarrollar la inteligencia intrapersonal.
4. Regular las emociones
Es una etapa compleja de la educación emocional porque se trata de enseñar a tener el control de las emociones. Es el ajuste de lo que se siente en un nivel muy primario y lo que racionalmente se puede moderar. Dejar que las emociones corran sin freno posiblemente dejará un tendal de consecuencias negativas en el camino. Todos nos enojamos alguna vez, pero los demás no pueden ser víctimas de nuestro enojo. O queremos festejar la felicidad justo cuando otro está sufriendo y no somos empáticos al saltar de alegría en su presencia. La educación emocional tiene como propósito enseñar a los estudiantes a ser dueños de sus emociones y no marionetas de ellas.
Entre los aprendizajes más valiosos en esta etapa se encuentra el saber detenerse, respirar profundo, pensar unos instantes –los que hagan falta-, encontrar serenidad y emitir una respuesta adecuada a la circunstancia. Esta sencilla fórmula, aplicada a emociones positivas y a las que requieren más control, se puede enseñar desde el Nivel Inicial.
Aprender a esperar, a escuchar, a relajarse, a detenerse un instante y controlar de esa manera los impulsos es un largo camino que se puede iniciar desde que los niños son muy pequeños, enseñándoles a postergar por breves minutos sus deseos; por ejemplo, no dándoles lo que piden en el mismo instante.
Es indispensable comunicar a la familia el propósito que tiene el autocontrol en la construcción de la personalidad. En la niñez temprana, saber auto-controlarse significa saber guardar el caramelo para la merienda, pero en la adolescencia puede significar resistir la tentación de probar una droga adictiva. Las personas que logran el autocontrol de sus vidas consiguen sus metas con mayor eficacia y manifiestan un nivel más alto de bienestar y realización personal.
Sugiero buscar ideas, juegos y actividades para trabajar cada una de las etapas en el libro Las emociones en la escuela, de Sonia Williams de Fox.
Ambientes de paz