4 Desarrollar el humor positivoAlgunos discuten el uso del humor en la escuela (ver González, 2011), sin embargo, nadie ha dicho que la enseñanza deba ser aburrida y de una seriedad que impida el humor saludable. Al contrario, con buen humor se puede enseñar y aprender mejor. Como aquel maestro que dijo a sus alumnos: “Había un pollito tan, pero tan inteligente que en lugar de decir ‘pi’, decía 3,1416”. Al ver que los chicos quedaron serios sin entender el chiste, les preguntó: “¿Saben que es ‘pi’?” Entonces, aprovechó para dar una clase de Geometría, explicando el significado de la letra griega π (pi) y la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro.Pero, lo más importante de trabajar con humor es ver los hechos desde otra óptica, más interesante y beneficiosa. Por ejemplo, el caso que mencionamos al principio, en el que Juan amenazó a Luis y a otro alumno en el recreo, haciendo que la maestra, indignada, lo tomara del brazo y lo llevara a la Dirección. ¿Cómo se podría tratar ese episodio en forma humorística? Imaginemos el siguiente escenario.Al observar la maestra que Juan estaba golpeando a un chico, fue al centro del patio y llamó a todos los alumnos.–Niños, vengan todos, quiero presentarles a un deportista que quizá llegue a ser un destacado boxeador. Es Juan, un niño de mi grupo, de siete años. Ayer quiso boxear con Luis, pero este se rehusó. Hoy estuvo boxeando con otro alumno. Ah, un asunto interesante, ¿saben que Juan cobra por boxear? Parece un boxeador profesional.–Dime, Juan, ¿tú eres un boxeador profesional? –dirigiéndose al niño.–No, maestra.–Y, ¿entonces por qué cobras?–...–Dime otra cosa, ¿vas a algún gimnasio de boxeo? ¿Cómo boxeas tan bien?–Peleo con mi hermano.–Ah, ahí está el secreto, Juan tiene un entrenador personal en su casa. Además, tiene dones naturales. ¡Miren el físico de Juan! Muéstrales los músculos a tus compañeros.El chico, orgulloso, sacó pecho y levantó sus dos brazos, mostrando los bíceps. La maestra continuaba resaltando las cualidades del niño con humor.–Juan, ¿te gusta mucho boxear?El chico, sonriendo, hizo un gesto afirmativo.–¿Te gustaría en el futuro dedicarte al boxeo?–No lo había pensado, pero puede ser.–¿Saben una cosa? –siguió la maestra, dirigiéndose a todos los alumnos–, el boxeo es un deporte muy sacrificado y peligroso. Hay que tener mucha vocación para dedicarse a este deporte. En primer lugar, cuando comienzan a boxear les rompen la nariz –los chicos se sorprendieron, especialmente Juan–. Sí, este huesito de aquí –mostrando el caballete nasal– se lo quiebran para que pueda soportar los golpes de los contrincantes. Además, hay que hacer mucho ejercicio todos los días, varias horas por día para estar en forma.La maestra hizo una pausa. Todos los niños estaban muy interesados con las explicaciones. Entonces, continuó llamando a otro niño del sexto grado, de gran físico, que le llevaba más de diez centímetros de estatura a Juan.–Ven. ¿Cómo te llamas?–Ricardo, maestra.–¿A ti te gusta boxear, Ricardo?–No mucho, maestra.–¿Te gustaría boxear con
Автор: | Mario Pereyra |
Издательство: | Bookwire |
Серия: | |
Жанр произведения: | Документальная литература |
Год издания: | 0 |
isbn: | 9789877983920 |
así también haced vosotros con ellos”. Jesucristo (San Lucas 6:31)Un principio básico de las relaciones interpersonales es la reciprocidad. Se la ha llamado la “ley de oro”. Es un principio relevante que tiene la capacidad potencializar los cambios de comportamiento de las personas, los grupos humanos y de toda la sociedad, para que tengamos mayor armonía, más bienestar y felicidad. Se trata de un principio de fácil comprensión, pero difícil aplicación. Desafortunadamente, no se aplica o se hace en forma muy limitada. Hay cierta dificultad en la naturaleza humana para responder al modelo de la reciprocidad. ¿Cómo se lo entiende? ¿Qué hacer para que domine en una sociedad?Seguramente, fue Jesús quien mejor lo definió en las palabras que aparecen más arriba. Los expertos en relaciones humanas lo llaman el principio de reciprocidad. Significa que la gente responde, por lo general, según se la trata. Por lo tanto, si somos buenos con los demás ellos serán bondadosos con nosotros, pero si los tratamos mal, probablemente nos rechazarán u odiarán.Un ejemplo notable y dramático de la reciprocidad lo relató el mismo Saint-Exupéry, autor de El principito. Es una historia fascinante, basada en una experiencia personal. Narra que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda, durante la Guerra Civil Española, en la cual combatió contra Franco. En esas circunstancias, se dispuso su ejecución para el día siguiente. Este es el patético testimonio de Antoine:“Estaba seguro de que iba a morir. Estaba terriblemente nervioso y angustiado. Hurgué mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que hubiera escapado al cateo. Encontré uno, y debido a que me temblaban las manos, difícilmente pude ponerlo en los labios. Pero no tenía fósforos ya que me los habían quitado. Miré al vigilante a través de los barrotes de la prisión. Él no hizo contacto visual alguno conmigo. Después de todo, tú no miras a una cosa, a un cadáver. Lo llamé: ‘¿Tiene un fósforo, por favor?’ Me miró, encogió los hombros, y me encendió el cigarrillo.“Cuando se acercó y prendió el fósforo, inadvertidamente su mirada se encontró con la mía. En ese momento le sonreí. No sé por qué, pero lo hice. Quizás estaba nervioso; quizás fue porque, cuando estás muy cerca de otro, es difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí. En ese instante fue como si una chispa se hubiera encendido en nuestros corazones, en nuestras almas humanas. Sé que él no lo quería, pero mi sonrisa atravesó las barras de la prisión, y generó también una sonrisa en sus labios. Encendió mi cigarrillo, pero permaneció cerca mirándome directamente a los ojos, y continuó sonriéndome. Mantuve la sonrisa, viéndolo ahora como a una persona, y no como a un carcelero. Su mirada parecía tener también una nueva dimensión hacia mí. ‘¿Tiene hijos?’, me preguntó. ‘Sí, aquí, aquí’. Saqué mi cartera, y nerviosamente busqué las fotografías de mi familia. Él también sacó las fotografías de sus hijos, y comenzó a hablar de sus planes y esperanzas para ellos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Le dije que temía que nunca vería de nuevo a mi familia. No tendría oportunidad de verlos crecer. Las lágrimas llenaron también sus ojos. De repente, sin decir una palabra, abrió la puerta de mi celda, y en silencio me sacó de ella; sigilosamente, y por calles desoladas me sacó de la ciudad. Una vez allí, en los linderos, me liberó. Y sin decir ninguna palabra regresó a la ciudad”.Saint-Exupéry termina su relato con la sugestiva reflexión: “Una sonrisa salvó mi vida” (Canfield et al., 1993, pp. 27-38). La Madre Teresa de Calcuta aconsejaba: “Sonreíos los unos a los otros; sonríe a tu mujer, sonríe a tu marido; sonreíd a vuestros hijos, sonreíos sin que os importe a quién, y eso os ayudará a que crezca vuestro amor por el otro”.¿Cómo se podría enseñar y ejercitar el principio de reciprocidad en el aula? ¿De qué manera se puede inculcar a los niños la idea que si le sonreímos a un compañero este nos va tratar mejor que si le tiramos tizas, le hacemos una zancadilla, nos burlamos o le sacamos un útil escolar? ¿Qué estrategias podrían instrumentarse para el aprendizaje de la reciprocidad? Algunas posibles serían.Cambio de roles. En un grupo los alumnos sentados adelante se quejaban de los del fondo, porque estos últimos le arrojaban tizas o pelotitas de papel. El cambio de roles sería trasladar los del frente a la parte de atrás y los del fondo adelante. Así no molestarían más los de atrás. Otro ejemplo: una alumna se quejaba porque el compañero que se sentaba detrás de ella le tiraba del pelo, al sentarse ella detrás de él se solucionó el problema.¡Aplica el principio de reciprocidad! Frecuentemente los chicos se quejan del maltrato de algún compañero. El consejo es que aplique la reciprocidad. Por ejemplo: “¿Cómo te gustaría que ese chico que te puso un apodo y se abusa de ti, te tratara? ¿Te gustaría que te diera caramelos, en lugar de golpes? Si es así, regálale caramelos todas las veces que puedas”.“Vence el mal con el bien”. El apóstol Pablo dio un consejo increíble, extremadamente difícil para los grandes, pero quizá más fácil de aplicar por parte de los niños (¿Será posible?) Dice así: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré’, dice el Señor. Antes bien, ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta’. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien” (Rom. 12:17-21).Ora por tu enemigo. La Biblia da también el consejo de orar por aquellos que nos maltratan, acosan o agreden, en consonancia con los textos anteriores. Dice así: “Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan” (Rom. 12:14). “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mat. 5:44). Orando por ellos, Dios puede cambiarlos y también cambiar a uno mismo para que ese enemigo se transforme en amigo.