El propio Rosenthal, después de treinta años de investigaciones, propuso la teoría de los cuatro factores determinantes que permiten explicar cómo las esperanzas del docente se transmiten a los alumnos.
Clima emocional (affect). Se debe a la utilización de un lenguaje no verbal inconsciente que transmite emociones a través de los gestos, las expresiones faciales, el tono de voz, las miradas, las sonrisas, etc. Esta comunicación no verbal es un complemento del lenguaje verbal, que lleva al alumno a captar y reaccionar ante los mensajes transmitidos por el maestro.
Esfuerzo especial (effort). El maestro se esfuerza más para explicar nuevos contenidos académicos y ser más exigente con el alumno que considera superior. Eso no ocurre con alumnos que cree que son menos inteligentes.
Más preguntas (output). El maestro pregunta más y con mayor dificultad. Ayuda más con las respuestas sugeriendo alternativas, da más oportunidades y más tiempo para responder.
Más elogios (feedback). Cuanto más se cree en el niño más se lo alaba para que obtenga el mejor resultado. Si el profesor no cree en la capacidad del alumno quizás acepte una respuesta incorrecta o incompleta.
Es frecuente que en las reuniones de profesores se resalten aspectos personales y académicos de los alumnos de un grupo, con el objetivo de “orientar” a los docentes que asumen el nuevo curso. Frecuentemente se los etiqueta como: “alborotador”, “perezoso”, “egocéntrico”, etc. De esa manera, se trasmiten expectativas negativas que trabajarían en detrimento del estudiante. Pero si se etiquetara al alumno de “cooperativo”, “estudioso”, “con iniciativa” u otros atributos positivos, incrementarían las posibilidades de que esas expectativas contribuyan a que el estudiante actúe según estas condiciones como una profecía positiva. Los maestros, la mayoría de las veces, obtienen lo que esperan de los alumnos según muestran las investigaciones.
En estudios realizados por Robert Pianta y Bridgett Hamre (2001), analizaron cómo influían las relaciones tempranas entre el maestro y el alumno en el desarrollo escolar del niño. En uno de estos estudios siguieron a 179 niños desde el jardín de infantes (cuatro a seis años) hasta la secundaria (doce a catorce años) y observaron que el tipo de relación entre el docente y el alumno en el preescolar predecían resultados académicos y conductuales posteriores en la adolescencia. Esto sugiere la necesidad de aplicar intervenciones preventivas tempranas en alumnos que manifiestan problemas conductuales durante los primeros años de la escolarización.
Por ejemplo, se puede decir a los alumnos:
“Este año les espera una asignatura muy difícil de aprobar. Aquel que no tenga una base sólida de conocimientos adquiridos ya se puede despedir”.
O se les puede decir:
“Este año les espera un curso lleno de retos que todos pueden superar aportando todo lo que saben y todo lo que aprenderán”.
¿Qué alumnos obtendrán los mejores promedios? Probablemente los segundos, en quienes se confía y de quienes se esperan buenos resultados. Igualmente ocurrirá con el comportamiento de los niños, si los tratamos como revoltosos y problemáticos, seguramente actuarán según esas expectativas, si en cambio, los consideramos como si tuvieran buen comportamiento actuarán como se espera.
Como mencionamos en el epígrafe de esta sección, el célebre escritor alemán Johann von Goethe (1749-1832), mucho antes de que se hablara del efecto Pigmalión, ya había adelantado la importancia de tratar a las personas no como son, sino como lo que deberían ser, para que puedan actuar de acuerdo con ese ideal.
Otro ejemplo notable de actitud esperanzadora ha sido descrito magistralmente por Elena de White (1978, p. 80), al referirse a la forma en que Jesucristo trataba a aquellos que acudían a él. Lo expresa en estos términos:
“En cada ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transformados por su gracia [...]. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos impulsos. A más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida”.
El docente debe contribuir a que los alumnos tengan autoconceptos positivos para fortalecer su propia autoestima. Algunos autores han identificado ciertas disposiciones del maestro para potenciar la autoestima de sus alumnos y mejorar sus capacidades de logro.
Asumir que todos tenemos capacidades.
Adaptar las tareas a las posibilidades del alumno.
Fomentar la participación.
Reconocer el esfuerzo realizado (el éxito se debe al esfuerzo, no a la capacidad).
Enseñar que el error forma parte del proceso de aprendizaje.
Centrarse en las fortalezas del alumno, no en sus carencias.
Adoptar una perspectiva optimista y un estilo más positivo (ya sabemos que nuestras creencias condicionan nuestros comportamientos).
En resumen, el docente es un educador que debe promover los recursos de los alumnos y buscar su máximo desarrollo posible. Además, es un operador de salud social, que debe enseñar la sana convivencia y las relaciones pacíficas con sus semejantes. En ambas tareas es forzoso reconocer la importancia de las expectativas positivas del docente y la mirada de la esperanza, para fomentar y optimizar las habilidades y potencialidades de sus alumnos. Es fatal creer que hay niños que no tienen remedio o que son casos perdidos. Un maestro con esa disposición debería dedicarse a otra actividad o aprender cómo infundir esperanza. Es altamente beneficioso que el docente diseñe estrategias de acción, aplique técnicas y trasmita una actitud positiva para facilitar el desarrollo académico, así como las habilidades sociales de tipo comunitario, que favorecen las mejores realizaciones de sus alumnos.
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