El Valer de los valores. Horacio Bolaños. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Horacio Bolaños
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная деловая литература
Год издания: 0
isbn: 9789878387314
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losfundamentos¿Por qué me obligan?¿En qué se basan?¿Todos los mandatos obligan por igual?¿Cómo es o debería ser el sujeto moral?¿Cuáles son las condiciones de posibilidad para que un un mandato tenga validez universal?REFLEXIÓNMETAÉTICASobre los juiciosque expresanlos mandatos¿Cómo es el lenguaje moral?¿Cuál es la estructura del juicio moral?¿Es posible clasificar los juicios morales? ¿Cómo?¿Qué requisitos formales debe cumplir el enunciado de una norma moral para que tenga validez?¿Es posible un lenguaje formal lógico para tratar los problemas morales? Si lo es, ¿cómo debe ser ese lenguaje?

      c) Tradiciones éticas

      Cada época o cultura ha brindado con mayor o menor éxito respuestas al tipo de preguntas que resume el cuadro precedente. Se reconocen cuatro escuelas como las más significativas: aristotélica, utilitarista (o de las consecuencias) kantiana y dialógica (o comunicativa). A continuación, trataré de caracterizar a cada una de ellas porque la tendencia actual es ver una complementariedad entre esas propuestas.

      (i) La moral del arquero

      Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco, sostiene que actúa moralmente quien elige los medios más adecuados para alcanzar la felicidad, entendida como autorrealización. Los antiguos griegos utilizaban la palabra eudaimonía para referirse a la felicidad.

      La ética aristotélica, teleológica o del propósito sostiene que todas las acciones de los seres vivos tienden a un fin, de allí la denominación alternativa de teleológica (del griego telos, es decir, finalidad).

      Cabe recordar que Aristóteles desarrolló un sistema cerrado, jerárquico y ordenado a un fin último, que es el que da sentido o razón de ser de todas las cosas, incluidos los seres humanos. Aquello que distingue al ser humano de otros vivientes es la razón; por lo tanto, la vida de las personas debe consistir en vivir conforme a la razón. Pero se trata de una razón que regule todos los actos del ser humano para conseguir la perfección que le corresponde y que apunte hacia el fin último.

      Aristóteles se pregunta e indaga sobre la posibilidad de la existencia de un bien que consista en el fin orientador de la vida humana “a la manera de los arqueros, que apuntan a un blanco bien señalado”.

      Ese fin último es el Bien Supremo. Por eso, cada sustancia tiene su propio ser y, por lo tanto, le corresponde su propio bien, que es la realización plena de su perfección. En consecuencia, el fin del ser humano debe consistir en realizarse a través del ejercicio de las virtudes, entre las cuales se destaca la prudencia. ¿Y quién es prudente? El que obra teniendo en cuenta el futuro más que el presente, el que busca el término medio entre las pasiones extremas. Los vicios y las virtudes no son pasiones, sino hábitos; y la razón es la que nos hace comprender que las virtudes generan más placer que los vicios, ya que son permanentes y perfectibles.

      El bien, para el ser humano aristotélico, debe:

       ser perfecto, definitivo, suficiente por sí mismo.

       buscarse en sí mismo y no en orden a conseguir otro bien.

       ser una cosa presente; no consiste en la simple potencia, aptitud o capacidad para adquirir el bien.

       hacer bueno al ser humano.

       al poseerlo, tener fijeza, estabilidad y continuidad a lo largo de la vida. Por esto se rechaza al placer sensual, la riqueza o la gloria como bienes.

      Sin perder de vista la diferencia entre una visión pagana y filosófica y una teológica, las ideas centrales de una moral del propósito fueron adaptadas por la mente brillante de Santo Tomás de Aquino y extiende su influencia hasta nuestros días.

      La crítica a esta escuela es que depende de aceptar la hipótesis discutible de un cosmos ordenado, regido por una voluntad o Dios, “fuente de toda razón y justicia”.

      Antes de abordar la caracterización de la segunda tradición moral, no puedo dejar de mencionar al estoicismo, escuela desarrollada alrededor de las propuestas del pensador romano Epicteto. Séneca fue su divulgador principal.

      Nacida esta corriente de pensamiento durante el primer siglo de nuestra era, en plena expansión del Imperio romano, fue la moral conveniente para la clase dirigente que debió gobernar múltiples culturas, prácticas sociales y lenguas. El estoicismo también apela a la razón para poner orden en un mundo caótico y en crisis. Enseña y promueve el desapego de las pasiones, la cautela ante lo desconocido y el desarrollo de la personalidad para enfrentar con entereza cualquier contingencia. Muchas apelaciones de la moderna autoayuda recuerdan las enseñanzas de Séneca, especialmente las que invitan a considerar que todo lo que nos sucede o afecta depende de la manera en que nosotros las tomamos y el sentido que les atribuimos. No es de extrañar su influencia a lo largo de la historia y que renaciera de la mano de grandes pensadores y escritores en momentos turbulentos. Para quienes recuerden el poema de R. Kipling “Si…” o “Piu avanti” de nuestro Almafuerte, pueden tener una idea de la propuesta de vida de los estoicos.

      (ii) La moral algebraica

      Hacia fines del siglo XVIII, con el ocaso de las noblezas occidentales y el ascenso de las democracias liberales, Jeremy Bentham propuso una manera diferente para determinar la cualidad moral de los actos. Coherente con el mercantilismo de la época y el empirismo filosófico de la tradición británica, funda la corriente conocida como utilitarismo, al formular el principio de utilidad según el cual la moralidad de un acto se mide por la cantidad de felicidad que produce y la cantidad de gente a la cual beneficia. Se ha reconocido en esta formulación cierta herencia del epicureísmo griego, pero dista de ser una propuesta sensualista que procura el goce personal.

      Bentham propuso siete criterios cuantitativos para medir el placer en la realización de una acción: intensidad, duración, certeza (o seguridad), proximidad, fecundidad, pureza (mezcla de dolor y placer), extensión (cantidad de beneficiarios).

      El criterio netamente cuantitativo de Bentham trató de ser mitigado por su discípulo John Stuart Mill, quien introdujo la necesidad de agregar características cualitativas, como placeres superiores y placeres inferiores.

      El utilitarismo, desarrollado en los escritos de Bentham y Stuart Mill, significa un cambio radical en la propuesta para valorar los actos morales. Ya no se trata de los fines o los propósitos, sino de los resultados. De allí que también se dice de ella que es una moral consecuencialista.

      Una de las principales críticas al utilitarismo es que fácilmente puede sacrificar el principio de justica en beneficio de una mayoría simplemente numérica, pero la objeción más importante es la que afecta tanto a la moral del propósito como a la utilitarista, y se les objeta que los mandatos basados en sus contenidos dependen de una fuente de autoridad externa en la cual debe creerse y aceptarse como fundamento y garantía para su cumplimiento.

      Las dos escuelas o tradiciones resumidas tienen en común que ofrecen mandatos o contenidos concretos para considerar la calidad moral de las decisiones. Las dos siguientes, por el contrario, ponen el foco en la forma del mandato y no en su contenido. Ellas son la moral del deber (deontológica) y la comunicativa (dialógica).

      (iii) La moral del deber

      También es conocida como moral deontológica, pues en griego la palabra deon significaba deber, obligación.

      La asombrosa mente de Immanuel Kant, a fines del siglo XVIII, revolucionó el pensamiento, el lenguaje filosófico y las preguntas centrales de la modernidad. No podía dejar de transformar la ética y su fundamentación.

      Criado en un ambiente pietista