También nos preguntábamos quién llevaría a los niños. El bebé no era un problema, puesto que dormía tranquilamente en su cestita y podía ser transportado fácilmente por uno de los cargadores. El pequeño André Oliveira, sin embargo, solo quería estar con su madre; cuando alguien más trataba de levantarlo, gritaba a todo pulmón. Era evidente que Rosmarie, pequeña y frágil como estaba, no podría transportarlo todo el tiempo. Después de varias tentativas, Ronaldo lo tomó y lo ató a sus espaldas, al estilo nativo. Sin embargo, André, impresionado, no dejaba de llorar.
Entre la penumbra, vimos a los soldados formarse en silencio y con precaución. La escena era impresionante. Finalmente, un grupo de ellos se puso en movimiento y desapareció en la oscuridad.
–¿Qué va a pasar ahora? –me susurró Conchita, asustada.
–¡Sobre esto habría que hacer un filme! ¿Qué se proponen hacer con nosotros? –se preguntó, y volviéndose hacia su marido, se quejó.
–¿Quién nos ha traído a este campamento? ¿Por qué tenemos que estar aquí?
No respondí, pero sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo. En silencio me dije: “Vicky, tú no tienes hijos por los cuales preocuparte. Es tu responsabilidad guardar la calma para ayudar a los demás”.
Mas tarde apareció otro grupo de soldados. No comprendíamos de dónde salían tantos hombres, que se unían lentamente al grupo.
Una orden, con mezcla de idioma nativo y portugués, se escuchó: “¡Twendi! ¡Vamos, adelante! ¡Tenemos que irnos!”
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