De hecho, el día continuaba siendo tétrico, oscuro, y tempestuoso desde que yo había salido de Porto Alegre.
A todo esto… continúa Malden, nos refugiamos en una de las salas, la más amplias de la construcción, a la cual, le habíamos colocado el toldo principal como techo, ya que ahí guardábamos el agua para beber, los alimentos que quedaban, y teníamos casi todo el material que habíamos traído. Para dormir, normalmente lo hacíamos en la sala contigua que era un poco menor, en la cual, habíamos instalado dos catres encima de unos troncos y le habíamos hecho un techo de ramas con un toldo menor para protegernos del frío.
Para esa noche, tuvimos que traer los catres para esta otra sala que era más amplia y que tenía el toldo de lona mayor como techo a fin de protegernos un poco más de la lluvia torrencial que comenzaba a caer.
La tempestad permaneció por casi dos días, en la que veíamos el agua que corría por la ladera de la colina que había cubierto y corría como un río por todo el patio central del monasterio.
No conseguíamos evitar, que el torrente de agua ingresara parcialmente a través de los escalones que existían delante de las aberturas de ingreso a las salas, donde alguna vez, posiblemente existió una puerta de madera. Estos escalones, que eran más altos, seguramente fueron colocados con ese fin cuando la construcción del monasterio.
De cualquier manera, el agua ingresaba también dentro del recinto por los bordes del toldo de lona que hacía de techo, y esto, había colaborado a dejar medio inundado el habitáculo con una altura de unos diez centímetros de agua sobre el piso. Afortunadamente, los catres estaban un poco más altos, y nos mantuvieron cobijados debajo de las mantas para evitar permanecer todo el tiempo empapados, y así, conseguimos descansar en cuanto la lluvia continuaba.
Al segundo día, en la tarde, la lluvia se detuvo tan rápidamente como había comenzado, y nosotros, alojados sobre los catres esperamos un poco para que el agua bajase de su nivel y nos permitiera encender el fuego donde cocinar algo para comer.
Afortunadamente, para una eventualidad como esa, habíamos reservado algo de leña dentro de lo que había sido el horno de barro y piedra del monasterio, situado al lado de donde existía una gran piedra rectangular que serviría para encender un fuego como posiblemente lo hacían en su época los monjes del lugar.
Conversábamos sobre esto con Ali, aún sentados sobre nuestros catres, mientras, sin pensarlo, yo observaba el agua localizada dentro de nuestro habitáculo que corría levemente hasta un punto donde se producía un pequeño remolino e iba bajando de nivel paulatinamente, por lo cual, en un momento esta sala quedaría desagotada. Algún tiempo después, cuando ya quedaba algo menos de diez centímetros de agua sobre el piso y afuera no llovía más, le dije a Ali… “bien… manos a la obra, vamos a ver si podemos encender un fuego y preparar algo para comer”.
Así fue que nos bajamos de los catres y, pisando dentro del agua, salimos del resguardo para providenciar una reconfortante cena. Ali, salió adelante gritando… ¡¡¡tengo tanta hambre que me voy a comer un venado entero!!! - así es que lo voy a buscar… ja, ja, ja!!! – y agarrando sus pertrechos de caza, se dispuso a salir vociferándome: ...prepara el fuego Malden que ya vuelvo con la cena… ja, ja, ja…
Sonriendo por sus iniciativas, me predispuse a encender el fuego con la leña seca que teníamos en el antiguo horno de barro. Media hora más tarde, el fuego estaba ya encendido, y yo sabía que Ali no demoraría mucho en volver con algo adecuado para saciar el hambre luego de dos días sin probar bocado alguno.
Estaba en eso, cuando me dirigí a la sala donde habíamos pasado la tempestad ya que allí, teníamos almacenado sobre troncos, los ya pocos víveres elementales que nos estaban quedando a fin de buscar algo para condimentar lo que fuera que Ali consiguiera en su cacería. Los cereales ya se habían agotado hacía tiempo, pero, por lo menos teníamos sal y algunas especies para darle gusto a la comida, y eso es lo que me propuse a traer para saborear la cena de esa noche.
Así que me aproximo al habitáculo, observo que el nivel de agua había bajado bastante más, lo que me pareció formidable, porque pronto estaríamos con el piso seco nuevamente, entonces, ingresé y recogí los condimentos que necesitaba, pensando en cuál sería el animal que Alí traería para nuestra cena… venado, liebre, o algún ave silvestre… pero en ese instante, al salir para dirigirme al fuego que estaba encendiendo, alguna cosa irrumpió en mi mente…
¡Qué suerte que se está yendo el agua de la sala donde estábamos así en pocas horas podremos estar bastante más confortables!
Obviamente, el agua que estaba fluyendo iba para algún lugar inferior dejando el piso de piedra más limpio, y ahora se podían ver las piedras de aquel piso que durante años había permanecido cubierto por la tierra.
Pero, instintivamente, retrocedí unos pasos y volví a observar el corrimiento del agua hacia el mismo punto que anteriormente yo observara, y la misma, continuaba formando un pequeño remolino. Esto me generó una mayor satisfacción, pero algo giraba en mi cabeza no solo porque tal vez esta noche, podríamos descansar con el lugar bastante más seco y limpio, había algo más que mi mente me quería decir y yo no lo captaba, así es que volví al fogón al tiempo que escuché las risas de Alí, vociferando desde lejos… ¡Malden! ¡Malden… llegó la cena! ¡Ja, ja, ja! ¿Dónde está el fuego?
Y allí lo vi a Ali que, como era de esperar, venía con un venado al hombro.
No sé si fue el hambre, o lo delicioso que se veía el venado puesto a las brazas, que me hizo olvidar de todo en cuanto aprovechamos a saborear un poco del coñac que aún nos quedaba en una botella para entrar en calor por dentro mientras se cocinaba el venado.
Esa noche comimos hasta saciarnos, y luego, nos fuimos a dormir en nuestro aún bastante encharcado habitáculo. Recuerdo que esa noche no dormí tranquilo, porque seguía en mi mente aquello que me inquietaba sin saber lo qué, pero era una cosa que rondaba en mi cabeza sin entender de qué se trataba, era como una idea que quería aflorar y estaba trancada en mi cerebro.
Cuando se hizo la mañana, con los primeros rayos del sol que iluminaban un espléndido día con el cielo totalmente despejado, y con el típico despertar de Ali, ¡¡que me vocifera “Buenos Días amigo!! ¡¡Vamos a trabajar que el día está hermoso!!”, así que, sentándome en el catre, sacudí mi cabeza, y me dispuse a calzar mis botas, que todavía estaban totalmente mojadas.
Ali, que ya estaba preparado y de pie, me dice, ¡qué suerte! - ¡por lo menos el agua del piso se fue…!!!
Si es cierto le respondí, y mirando hacia el piso, ahí se me clareó la mente, y le dije, “si se fue, pero ¿para donde se fue?” - en cuanto mi mirada se dirigía hacia aquel punto donde yo había visto el pequeño remolino que se formaba cuando el agua escurría.
De hecho, entre las piedras del piso, que eran losas irregulares con pocos centímetros de espesor y de diversos tamaños, había un pequeño agujero que se había formado por el corrimiento del agua, junto a una de ellas que era de bastante mayor dimensión que las otras. Como había estado sepultada por la tierra cuando llegamos, no habíamos percibido este detalle, ya que la tierra fue sacada con la pala, pero ahora, el agua había lavado el piso, dejando las piedras mucho más limpias.
Todo indicaba que se trataba de una veta subterránea formada por el agua, cosa que es natural, pero hubo algo que, instintivamente, me llevó a buscar una barra de hierro, la cual coloqué en un borde, y comencé a forzar para mover la piedra.
Alí me observó, inicialmente con ojos de interrogación como diciendo “tú estás loco” - pero luego comprendió y dijo… ¡ya sé lo que estás pensando! – y me ayudo a hacer palanca con un pico.
Lentamente, la losa de piedra que medía aproximadamente 60 centímetros por 1 metro, comenzó a aflojarse, hasta que, en cierto momento, se desprendió de donde había permanecido afirmada