Es por ello que en un afán de deconstrucción, he buscado rastrear una de las primeras[2] fuentes culturales de concepción del amor romántico; reparé en el conocido mito de Psique y Eros, escrita por el latino Apuleyo[3] en la celebre obra El asno de oro o Las metamorfosis.[4] La influencia de esta historia es enorme, se ha hablado, escrito, esculpido sobre ella a lo largo de los siglos. Personajes como Canova, Freud, Lacan y Keats nos vienen a la mente en referencia a esta obra, así como de una buena cantidad de cuentos infantiles.[5]
Lo que pretendo hacer en este primer intento de análisis es rastrear los elementos que circundan esta historia de amor y esbozar hasta dónde podrían llegar sus alcances en las dinámicas socioculturales del amor romántico. Haciendo un ejercicio anacrónico, aplicaré la perspectiva de género para identificar dinámicas de dominación sexogenéricas contenidas en el mito, cruzándolas con comportamientos contemporáneos, entendiendo y reconociendo que hay una enorme diversidad de circunstancias en la que estos comportamientos están más o menos frecuentes. Como afirma Eva Illouz, el estudio del amor en la época actual debe estar encuadrado dentro de una cultura económica determinada, generalmente cruzada por la organización social del capitalismo avanzado (2009), por lo que estaré hablando de generalidades dentro del contexto urbano de una clase media latinoamericana.
El mito
La historia de Psique y Eros es parte del relato de entretenimiento que la anciana colaboradora de unos criminales le cuenta a una doncella secuestrada para evitarle pensar en su infortunio, quizá también como consuelo premonitorio de un reverso de sus circunstancias actuales (Papaioannou, 1998). Contenida en El asno de oro, cuenta la historia de Psique, una joven mortal que alcanza la divinidad gracias al ejercicio del amor.
Su inigualable belleza provoca los celos de Venus, quien le pide a su hijo Eros que la una en matrimonio a la criatura más horrible que pueda encontrar. Eros se detiene, y Psique hermosa, por largo tiempo se queda sin pareja sólo para ser entregada, en un funesto ritual, a los designios de un oráculo. Sus padres la creen muerta, pero ella ha sido tomada por Eros como esposa. Es tiempo después que sus hermanas envidiosas de su condición de bonanza urden un plan para exponerla, pues Psique desconoce el rostro e identidad de su marido. Las hermanas siembran la duda y provocan que Psique rompa el pacto de secrecía que la heroína guardaba con su marido. Como castigo, Eros abandona a Psique, la cual tendrá que pasar un buen número de pruebas para recuperar su amor.
Hermosa historia, sin lugar a dudas, pero encierra en sí misma el presupuesto que ha generado ideas transculturales que vale la pena reflexionar para entender las desigualdades de género en la práctica amatoria.
La belleza como imagen polimórfica de envidia
y bienaventuranza
No resulta extraño ligar la belleza al amor, nos lo recuerden las novelas, anuncios de sodas, autos y chocolates. Ya desde Platón, la belleza es la fuerza que impulsa al esplendor de los cuerpos (Platón, Fedro, 238c) además es responsable de generar el recuerdo gracias a la vista, que se embelesa con su imagen (Fedro, 249d). Esa armonía de partes suscita el recuerdo, lo que potencialmente permitirá que las almas accedan al conocimiento, al crecerles las alas perdidas (Platón, Fedro, 246e) y por ende se acerquen al mundo de las ideas. Dicho elocuentemente por el discurso de Diotima, la belleza mueve, pero no sólo la belleza física, si realmente se busca la trascendencia se asciende en la búsqueda de una belleza inmaterial (Platón, Banquete, 211c).
El relato de Apuleyo no es distinto en el primer punto, la belleza genera amor, pero también envidia. Psique es la más hermosa de tres hermanas, sus rasgos, dignos de una divinidad, generan asombro y admiración entre los mortales al punto de confundirla con la diosa Venus y rendirle homenaje a su paso.
Actualmente el presupuesto del amor y su relación con la belleza siguen estando presentes. Sin lugar a dudas la belleza genera atracción, pero ¿qué es la belleza? ¿Hasta qué punto el estereotipo de belleza está cruzado por la interpretación cultural? Por lo que cabe preguntarse hasta dónde es un atributo del objeto o del ojo que le mira. Si es del segundo, entonces no es un mérito propio y por ende no tendrá sentido la adulación. Se es bella o bello porque así se es juzgado por quien observa. Yendo más allá, ¿es verdad que la belleza genera amor?, admiración quizá. El golpe de vista afortunado que se topa con algo bello brinca al recuerdo de la belleza divina. Sin embargo, cabría preguntar si ese recuerdo no resulta más venturoso para la persona que ve, más que para la que es observada. En este caso, la actitud presentada en la persona observante será de amor o de deseo. Si es el primero, consistirá en acto de donación, si es el segundo, de posesión. Esta sutil diferencia enmarca una gran distinción, pues en el primer caso quien detenta las propiedades de belleza resultará beneficiada de la dádiva otorgada, pero en el segundo sentido pierde su carácter de centro de la acción volviéndose en objeto, “aquello deseado”, lo que provoca un orden vertical como medio para la resolución de un deseo, acción la cual no necesariamente resulta en su beneficio, por lo que la belleza no está irremediablemente ligada con el amor.
Psique es admirada por quienes la ven, generando incluso implosiones seguidas de ofrecimientos de flores (Alpuleyo, IV, 29). Me parece que hay una conexión no causal entre estas dos ideas en las dinámicas actuales, como lo he dicho, la belleza no necesariamente genera amor. Pienso que en muchas ocasiones estas ideas se cuelan por el imaginario personal. Cuántas de las dinámicas de arreglo nocturno para las fiestas, cirugías plásticas de aumento de busto, ginecoplastías, liposucciones o liftings tienen detrás la esperanza de encontrar alguien que ame gracias a la admiración que suscita la belleza. La belleza puede generar amor, pero también deseo e incluso envidia. Aclaro, el error no está en el arreglo, sino en la incorporación del estereotipo como garante de un resultado, que son más cercanos a la voluntad de quien la profesa.
Es Psique la mujer princesa, la que es adorada. El estereotipo de belleza es impuesto a la mujer para ser amada: “Si bajo de peso encontraré el amor”, “si me arreglo”, “si me pinto”, etcétera. ¿Qué pasa cuando no se cumple con ese estereotipo?, hay una culpa y una disculpa para y por no encontrar el amor. Error frecuente, la belleza no sólo es física, pero en la estrechez humana, aunada al individualismo y consumismo, la interpretación contemporánea destaca prioritariamente la belleza física y es interpretada como fianza de éxito pasional. Sin embargo, en muchas ocasiones resulta en un discurso solipsista de los propios deseos. Tal cual lo afirma Byung-Chul Han: “El hombre actual permanece igual a sí mismo y busca en el otro tan sólo la confirmación de sí mismo” (2017: 45).
Sin embargo, el mito nos reafirma la creencia. Es la belleza, y no otra cualidad de Psique, la que provoca el enamoramiento de Eros. Cabe preguntarnos, si ese sigue siendo el ideal cada vez que a una mujer se le alaba por su apariencia en vez de recurrir a otros dotes que posea su persona, como la inteligencia o la fuerza de carácter. Ya desde el siglo xviii la visionaria Mary Wollestonecraft afirmaba que el fallo no está en la naturaleza femenina, sino en su educación:
Si son realmente capaces de actuar como criaturas racionales, no las tratamos como esclavas o como animales que dependen de la razón del hombre cuando se asocian con él, sino cultivaremos sus mentes, démosles el freno saludable y sublime de los principios y permitámosles obtener una dignidad suficiente al sentirse sólo dependientes de Dios (2018: 152).
Mientras la cultura no cambie, la belleza para las mujeres será a la vez una buenaventura y una maldición.
La envidia como reacción a la belleza
Ante la belleza de Psique, la diosa Venus indignada por las reacciones que suscita entre la población, urde un plan para eliminarla, afirmando: “Pero esta criatura, como quiera que sea, no ha de continuar triunfando y usurpando mis honores: le haré lamentarse hasta de esa seductora hermosura” (Alpuleyo, IV, 30). Al parecer no sólo