—No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces — le contestó Jesús—. Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo.” El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré.” Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.”
Mateo 18:21-35
La Historia
¿Acaso Jesús rechaza al que se vuelve a Él en arrepentimiento y con fe? Por supuesto que no, nunca, sin importar cuán grave sea el pecado que haya cometido. Esa es nuestra respuesta y lo sabemos porque “la Biblia nos lo dice”. Pero, ¿cuántas veces debemos perdonar a nuestro prójimo? Una cosa es que Jesús perdone a quien ha cometido un crimen atroz, pero otra muy diferente es que nosotros perdonemos a nuestro prójimo que cae constantemente en el mismo pecado.
Pedro, entrenado en la Ley y los Profetas así como en la tradición judía, sabía que él tenía que perdonar a su compañero. Él conocía su deber. Pero, ¿cuál es el límite? ¿Hay límites en todo? Pedro pensaba que él debía hacerlo hasta por siete veces. Él pensaba que eso debía ser suficiente y que Jesús probablemente diría: “Sí, Pedro, eso es suficiente.” ¿Una misericordia ilimitada no animaría a una vida de pecado? Jesús no concuerda con Pedro: “¿Suficiente es suficiente?”
Pero la respuesta de Jesús fue: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces.” Jesús multiplica los números 7 y 10 (números que simbolizan la plenitud) y agrega otro 7, es decir, absolutamente todas las veces.1 Él transmite la idea de lo infinito. La misericordia de Dios es tan grande que no puede ser medida; así que como usted, Pedro debería igualmente mostrar misericordia a su prójimo.
Para explicar la magnitud del amor perdonador de Dios que debe reflejarse en su pueblo, Jesús enseña la parábola del siervo despiadado y la narra muy bien.
En cierta ocasión, un rey llamó a todos sus oficiales (siervos) para ajustar cuentas.2 Uno de ellos le debía la asombrosa suma de 10.000 talentos, una cantidad equivalente hoy a millones de dólares. De hecho, la palabra para 10.000 tiene un significado básico subyacente de que es algo indescriptible, incontable e infinito.3 Más aún, en aquellos días, el talento era la mayor denominación en el sistema monetario. Por comparación, los ingresos anuales de todo el reino de Herodes el Grande eran de ٩٠٠ talentos. Las áreas de Judea, Idumea y Samaria pagaban anualmente ٦٠٠ talentos en impuestos; Galilea y Perea pagaban ٢٠٠ talentos; y Batanea junto con Traconite y Auranitis pagaban ١٠٠ talentos.4 Un ministro de finanzas responsable de un área mucho más grande que la de Herodes, tendría que pagar la renta de 10.000 talentos.
Claramente, el ministro de finanzas debía a su amo una tremenda suma. No se nos dice lo que él hizo con el dinero; eso no es importante aquí. Él debía la suma de 10.000 talentos y tenía que pagar. Él sabía que nunca tendría todo ese dinero.
Cuando se presentó ante su amo, él oyó el veredicto: él, su esposa, sus hijos y todas sus posesiones serían vendidas para pagar la deuda. Eso era demasiado para él, así que se arrojó a los pies del soberano, clamando por misericordia y gritando: “Tenga paciencia conmigo, y se lo pagaré todo.” Él clamó por misericordia, no por remisión. Él prometió restitución, sabiendo que no podía hacer más que comenzar. En respuesta, él recibió lo que al menos esperaba: absolución. Su amo tuvo lástima de él, canceló la deuda y lo dejó ir.5 ¡Increíble! ¡Qué alegría! ¡Qué gentileza!
Este es sólo el primer acto de la historia.6 El segundo acto es similar al primero: el ministro de finanzas se convirtió en amo y se encontró con otro funcionario del rey.
Al descender los peldaños del palacio real, el funcionario público absuelto encontró a uno de sus compañeros que le debía la suma de cien denarios. Realmente, eso no era nada; unos pocos días de trabajo y él habría podido pagarlo. Pero el funcionario público agarró al hombre por el cuello y exigió el pago inmediato. “¡Págame lo que me debes!”7 El deudor se arrojó a los pies del ministro de finanzas y le rogó: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Él no tuvo que decir, “se lo pagaré todo” pues la cantidad era tan pequeña que era más que evidente que él le pagaría todo. Pero el ministro de finanzas rechazó la súplica de su compañero, enviándolo a prisión, esperando que alguien pagara la fianza para cancelar la deuda.
El tercer acto involucra a los testigos del segundo acto y es la segunda y última confrontación del rey y el funcionario público.
Nada fue hecho de manera encubierta; los secretos del palacio eran difíciles de mantener. Otros vieron lo que había pasado y no pudieron guardarlo para ellos mismos. Ellos tenían que contárselo al rey, quien al escuchar la historia, se puso furioso e hizo llamar al funcionario público y lo reprendió. “¡Siervo malvado! Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Con eso, el rey lo entregó de nuevo a los carceleros para que lo torturaran hasta que toda la deuda fuera cancelada.8
La conclusión es que cada persona que ha experimentado el perdón debe estar lista para perdonar a cualquiera que esté en deuda con él y hacerlo de todo corazón.
La Lección
Esta impresionante historia, narrada con colorido detalle, acentúa el contraste entre el infinito amor y misericordia de Dios y el mezquino comportamiento del hombre que intenta justificarse basado en la ley. Jesús usa esta parábola para decirle a Pedro algo acerca del amor perdonador de Dios hacia el hombre pecador. El pecado del hombre es tan grande, que Él tiene que perdonarlo infinitamente más de setenta veces. La inmensa misericordia de Dios simplemente no puede ser medida. Sólo la puede imaginar vagamente al oír la historia del funcionario público que le debía a su amo una suma que rondaba los millones.
Aunque la palabra justicia no se encuentra en la parábola, los conceptos expresados son los de misericordia y justicia. Estos son conceptos bíblicos debido a que repetidamente se expresan en el Antiguo Testamento, especialmente por los salmistas y los profetas.9
“La misericordia y la justicia cantaré;
a Ti, oh Señor, cantaré alabanzas.”
Salmo 101:1
Los judíos sabían muy bien que ellos tenían que ejercitarse en la misericordia y la compasión. Dios les dijo expresamente: “Si uno de ustedes presta dinero a algún necesitado de mi pueblo, no deberá tratarlo como los prestamistas ni le cobrará intereses. Si alguien toma en prenda el manto de su prójimo, deberá devolvérselo al caer la noche. Ese manto es lo único que tiene para abrigarse; no tiene otra cosa sobre la cual dormir. Si se queja ante mí, yo atenderé a su clamor, pues soy un Dios compasivo” (Éxodo ٢٢:٢٥-٢٧).10 Y la justicia era expresada en variadas maneras. Por ejemplo, las exigencias del Año del Jubileo eran impresionantes, pues durante ese año, la tierra perteneciente a los dispersados era devuelta a su propietario original. Incluso quienes habían