Sin embargo, en tiempos del Antiguo Testamento, Dios instruyó a su pueblo para considerar la misericordia y la justicia como normas iguales. Ambas deben ser operativas y funcionales, pues reflejan cómo Dios trata a su pueblo. Sin embargo, con el tiempo, el énfasis cambió. Los escritos del período intertestamentario proclaman que en el día del juicio, la justicia prevalecerá y la misericordia cesará. “Luego el Altísimo será visto en el trono del juicio, y no habrá misericordia y paciencia. Sólo el juicio permanecerá” (2 Esdras 7:33-34, Apócrifo).
Aplicación
En nuestra sociedad, en ocasiones hemos insistido en la misericordia a expensas de la justicia. El cuidado del criminal ha llegado a tal punto que los “derechos” del ofensor son observados escrupulosamente, mientras que los derechos del ofendido son completamente ignorados. La Escritura no enseña que la misericordia elimina la justicia o que la justicia anula la misericordia. Las dos son normas igualmente válidas.
¿Cómo Jesús le muestra a Pedro que debe perdonar a su prójimo las veces que sean necesarias? Él narró la historia del hombre cuya deuda era abrumadoramente grande y que cuando se le estaba administrando justicia, pidió misericordia. Su amo canceló la deuda y mostró una misericordia infinita. El hombre fue puesto en libertad y pudo retener a su esposa, a sus hijos y sus posesiones.13 ¡Él estaba libre de deudas!
Jesús no narró la historia de un hombre que continuamente, día tras día, se aparece delante de su amo a pedir perdón por los pecados que él comete repetidamente. En lugar de eso, para expresar nuestra deuda con Dios, Él enseña la historia del hombre que tenía una tremenda deuda con su amo. “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (Salmo 130:3-4). La desesperación del hombre se revela cuando se presenta ante su Dios.14 Su pecado es abrumador porque él ha transgredido la Ley de Dios. Él merece la muerte, pero sabe que Dios es un Dios de misericordia. Cuando David desobedeció a Dios al realizar el censo en Israel y Judá, Dios le dio tres opciones: tres años de hambruna, tres meses de persecución o tres días de pestilencia. David respondió: “¡Estoy entre la espada y la pared! —respondió David—. Pero es mejor que caigamos en las manos del SEÑOR, porque su amor es grande, y no que yo caiga en las manos de los hombres” (2 Samuel 24:14; 1 Crónicas 21:13). Dios le reveló a David su pecado, le entregó el veredicto, esperó su respuesta y mostró misericordia.
En el segundo acto de la historia, Jesús muestra que el hombre perdonado debe reflejar la misericordia y la compasión de Dios. Si Jesús no hubiera descrito al funcionario público de rodillas clamando por misericordia y sólo hubiera contado la segunda mitad de la historia, en la que el hombre forcejeaba con su compañero para que le pagara su deuda, habría dicho que la justicia prevalecería aunque la medida puede parecer severa.15 Pero al hombre se le había perdonado una enorme deuda y ahora él enfrentaba a un compañero que, debiéndole una minucia, pidió misericordia. ¿Lo perdonaría?
Corrie ten Boom, reconocida conferencista y autora estuvo prisionera en un campo de concentración alemán durante la II Guerra Mundial, donde sufrió mucho por causa de uno de los guardias alemanes. Años más tarde, ella dio testimonio de su gozo en el Señor un día, en un encuentro en la Alemania de la post-guerra. Después del encuentro, mientras la gente estaba hablando con ella, ese mismo guardia alemán se le acercó y le pidió que lo perdonara. En un instante ella lo reconoció y recordó el dolor y la angustia que le había infligido ese guardia de la prisión. Ahora él estaba parado frente a ella buscando misericordia. Y él, que no lo merecía, recibió el perdón. ¡La misericordia triunfó!
El funcionario público descrito en la parábola, no perdonó, sino que aplicó el principio de justicia sin misericordia. En lugar de dejar que la misericordia triunfara, él escogió el triunfo de la justicia. Ese fue su error. Santiago escribe: “porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión” (2:13). El funcionario rehusó a reflejar la misericordia que su amo había tenido con él. Como él no tuvo misericordia con su compañero sino que demandó justicia, tuvo que enfrentar a su amo el rey una vez más. Al demandar justicia, el funcionario se apartó de su amo y de su compañero.16
En el último acto de este drama, el funcionario no perdonado enfrenta a un amo enojado. Lo que el sirviente había hecho a su deudor, el amo ahora se lo hace a él: la justicia es administrada sin misericordia. El funcionario se había condenado a sí mismo a una miseria eterna.
Dios no puede pasar por alto un rechazo a mostrar misericordia, pues esto es contrario a su naturaleza, su Palabra y su testimonio. Dios perdona al aceptar al pecador como si él nunca hubiera pecado. Dios perdona la deuda del pecador y no recuerda más su pecado (Salmo 103:12; Jeremías 31:34). Y Dios espera que el pecador perdonado haga lo mismo. Por tanto, él representa a Dios al mostrar la divina característica de la gracia perdonadora.
La conclusión de la parábola no se expresa en palabras desconocidas. Cuando Jesús enseñó la Oración del Señor, Él dijo: “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” (Mateo 6:14-15).17
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