El reino de los olvidados. Mikel Arzak. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mikel Arzak
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416181384
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explique un par de cosas. Estoy aquí para resolver todas tus dudas.

      Paulo pasó un brazo por los hombros de Carlos y echó a andar, haciendo que él también tuviera que hacerlo. No tardaron en atravesar el gentío.

      Ahora que la muchedumbre no le tapaba la vista, Carlos descubrió que se encontraba en una enorme plaza con una gran fuente en el centro y una larga mesa dispuesta frente a él con montones de suculentos manjares. ¿Habían preparado un banquete en su honor? ¿Cómo podían haberlo preparado todo en tan pocas horas? Pero sobre todo había algo que inquietaba a Carlos. ¿Cómo sabían aquellas personas que iba a aparecer en la ciudad?

      -Verás, Carlos, antes de nada, quiero que sepas una cosa. Seguramente te preguntarás cómo has llegado aquí. ¿Me equivoco?

      -Pues… sí.-respondió Carlos, sorprendido.-Estaba en plena batalla. Me tiraron al suelo y debí de perder el conocimiento. Luego me he despertado en el claro.

      Paulo negó con la cabeza, sin dejar de caminar.

      -No, no fue el conocimiento lo que perdiste. Carlos, siento decirte esto, pero en esa batalla… perdiste la vida.

      Carlos intentó detenerse, pero el fuerte brazo del alcalde se lo impidió. ¿Muerto? No, no era posible. Además, el alcalde no había cambiado el tono de voz para comunicárselo, como si aquello fuera lo más normal del mundo. Debía ser una broma.

      -¿Qué quiere decir con eso?

      -Pues que estás muerto. ¿Qué otra cosa puede significar eso? Estoy acostumbrado a decírselo a todos los recién llegados, así que mis disculpas si no he tenido el tacto necesario.

      Carlos se había quedado helado. Parecería una estatua de no ser porque Paulo le obligaba a moverse. Muerto…

      -Este lugar es el Reino de los Olvidados, y la ciudad en la que te encuentras es su capital, Amnesia.-continuó el alcalde.-Sólo unos pocos tienen el privilegio de ser guiados hasta aquí, así que siéntete afortunado. El resto se dedican a vagar por el bosque, hasta que mueren de hambre o sed.

      -¿Cómo pueden morir si ya están muertos?-preguntó Carlos automáticamente, con la mirada perdida aún.

      -No lo sé, pero puede ocurrir. Créeme, lo he visto.

      Ya se habían alejado un poco del grupo de gente, aunque no demasiado. El alcalde giró la cabeza y se detuvo en seco, haciendo que Carlos también lo hiciera. Se quedó unos momentos en silencio. El soldado siguió la mirada del hombre, preguntándose qué le había hecho detenerse tan bruscamente.

      Frente a ellos, en un callejón cercano, apartado del resto de los habitantes y con una mirada fría y cargada de odio, había un hombre moreno vestido completamente de negro, mirándolos fijamente.

      Paulo se giró y miró al recién llegado fijamente. Ahora estaba serio.

      -Carlos, tengo que hacerte una pregunta. ¿Te gustaría vivir aquí?

      Nuevamente sorprendido por la pregunta, Carlos vaciló unos instantes antes de responder.

      -Pues… me gustaría averiguar antes que ha pasado en la batalla.

      -No puedes, no tenemos contacto con el mundo de los vivos. Cualquier cosa que sucediera después de tu muerte, nos es desconocida.

      Abatido, Carlos apartó la mirada. Paulo era demasiado directo en aquel asunto, tenía demasiado poco tacto, y dolía saber que estaba muerto. Pero en ese caso, no tenía a dónde ir en aquel nuevo lugar.

      -Entonces sí, me gustaría quedarme.

      Paulo sonrió.

      -¡Perfecto! Pues verás, Carlos, si quieres seguir con el privilegio de vivir en Amnesia, hay una serie de reglas que tendrás que cumplir. Son nuestras leyes, por llamarlas de alguna manera. Has visto al hombre de allí, verdad.

      El alcalde señaló con la cabeza hacia el callejón. El hombre de negro seguía allí, mirándolos fijamente.

      -Sí, ¿quién es?-preguntó.

      -Su nombre es Kane, y es muy peligroso. No te acerques a él. Está terminantemente prohibido hablar con él. Es una de nuestras leyes.

      -¿Por qué?

      -Ha matado a alguno de los nuestros. Estamos seguros de ello, pero no tenemos pruebas suficientes para demostrarlo y castigarlo. Por eso, por precaución, puse esa norma. Si se te acerca, huye, ¿entendido?

      Carlos dudó y volvió a mirar a Kane. Parecía peligroso sí, pero no tanto como lo pintaba Paulo.

      -¿Entendido?-volvió a preguntar el alcalde.

      -Sí.

      -Así me gusta. Bien, ahora tengo que darte una sorpresita. Tenemos por costumbre organizar una fiesta cuando alguien llega a Amnesia, como has podido ver. ¿Y qué es una fiesta sin un banquete?

      Paulo dio media vuelta de nuevo y lo llevó en el otro sentido. El soldado empezaba a sentirse incómodo, era como si Paulo intentara tener completo control sobre él.

      La gente ya se había sentado alrededor de la larga mesa cuando llegaron, y ni siquiera se habían molestado en esperar al recién llegado para empezar a comer.

      Carlos tomó asiento al lado de un hombre moreno que estaba hablando con quien tenía al otro lado, por lo que no pudo verle la cara. Paulo tomó asiento a su lado.

      Al mirar hacia el alcalde, su corazón se detuvo. Al otro lado de Paulo se encontraba la mujer más guapa que había visto jamás. Rubia, alta, y con los ojos de un color verde esmeralda que Carlos nunca había visto en una persona. Era bellísima. De golpe y porrazo, todas y cada una de las preocupaciones que acababan de surgirle desaparecieron.

      La mujer giró la cabeza y Carlos la apartó, deseando con todas sus fuerzas que no lo hubiera visto. Miró hacia el otro lado. El otro hombre había girado la cabeza y hablaba con quien tenía enfrente. Parecía llevarse bien con todos. Siguió con la mirada la mesa y observó a las dos personas siguientes. Estaban calladas, sin decir palabra, centradas en su comida.

      El rugir de las tripas de Carlos hizo que decidiera empezar a comer él también. Alargó una mano para coger un poco del pollo que tenía delante y le dio un mordisco. Estaba delicioso.

      Discretamente, intentó mirar a la mujer, y cuando sus ojos se posaron en su rostro, fue ella quién apartó la cabeza. Carlos sonrió al comprender que ella también lo estaba mirando de reojo.

      Paulo no paraba de hablarle y de decirle cosas sin sentido, le contaba anécdotas y chistes a los que Carlos no prestaba mucha atención. Sólo se fijaba en aquella mujer, aunque reía en algún que otro momento para que el alcalde no se diera cuenta.

      -Bueno, creo que es el momento de que te explique el resto de normas.-dijo Paulo, limpiándose la boca con una servilleta.-Verás…

      Alguien puso una mano en el hombro de Paulo y éste se giró. Un hombre envuelto en una enorme armadura brillante se inclinó y le susurró algo al oído. Paulo se puso serio y asintió antes de levantarse.

      -Lo siento mucho, Carlos, pero tengo algo de lo que ocuparme. Disfruta un poco más.

      -En realidad, me gustaría irme a casa.-dijo Carlos, levantándose también.-Bueno, si es que tengo casa.

      Paulo se quedó pensativo unos instantes y después se giró hacia la mujer.

      -Julia, ¿te importaría acompañar a nuestro nuevo habitante a su hogar?

      Ella abrió los ojos, sorprendida.

      -¿Y… Yo?-tartamudeó.-Sí, sí, claro, sin problema.

      Ella se puso en pie y miró a Carlos directamente a los ojos. Él se ruborizó un poco, pero intentó disimularlo. Paulo pasó la vista de uno a otro con el ceño fruncido, pero sólo se encogió de hombros e hizo una reverencia.

      -Que disfrutes de tu nueva vida, Carlos Mendoza.-se despidió.

      El alcalde se alejó seguido