El reino de los olvidados. Mikel Arzak. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mikel Arzak
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416181384
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otro.

       -¡Dejadme en paz!

       -¿O qué?-preguntó el primero, dando un paso hacia él y propinándole un empujón.

       Carlos agarró firmemente su espada y apuntó con la punta a la cara de su adversario, temblando de miedo. La única reacción que consiguió fue que se echara a reír.

       -Baja eso, no vaya a ser que te la claves por accidente.

       -No hagas que te la ensarte.

       Su compañero se puso serio de golpe.

       -¿Acabas de amenazarme?-preguntó.

       -N… No…

       -Sí, sí lo has hecho. ¿Lo habéis oído? Me ha amenazado. Y no voy a dejar que ningún novato me amenace.

       De un manotazo, el hombre apartó la espada que le apuntaba para a continuación golpear con todas sus fuerzas la cara de Carlos, derribándolo de nuevo. Una vez allí en el barro, empezó a propinarle patadas con todas sus fuerzas. Lo único que se oía en el campo de entrenamiento eran las risas de los demás, los insultos de aquel hombre y los gritos de dolor de Carlos.

       -¡Eh!-gritó alguien a sus espaldas.-¿Qué demonios hacéis? ¡Dejadlo ahora mismo!

       Los golpes cesaron de golpe. Carlos gimió al alzar la vista, intentando enfocar a su salvador. Lo único que vio fue un pelo negro corto.

       -Lo… lo sentimos señor.-escuchó tartamudear a su agresor.-Él nos provocó y…

       -¿No te han enseñado que no tienes que mentir? Iros ahora mismo, todos, si no queréis que informe a Olivares de esto.

       -S… Sí señor. Gracias señor.

       Todos a una echaron a correr, saliendo del campo de entrenamiento. Carlos se sintió aliviado de haber sido salvado. Otras veces habían llegado a romperle varios huesos.

       Algo tapó el sol, y cuando Carlos logró girar la cabeza vio unos ojos azules mirándolo fijamente.

       -¿Estás bien?-preguntó el hombre.-¿Te han roto algo?

       -Creo que no.-logró decir Carlos.-Sólo me duele todo el cuerpo.

       El hombre rió y se puso en pie, tendiéndole una mano. No parecía mucho mayor que él.

       -Ven, te acompañaré a la enfermería.-dijo.-¿Cómo te llamas, por cierto?

       -Carlos, Carlos Mendoza.-dijo mientras se ponía en pie.

       -Pues encantado de conocerte Carlos. Yo soy Luís Rodríguez, el Caballero sin Bandera

      -Viajero.-le susurró una voz al oído, despertándolo.

      Carlos abrió los ojos de golpe, pero un destello azul le hizo girar la cabeza. Poco a poco empezó a entreabrirlos de nuevo para que su vista fuera adaptándose a la luz, hasta que por fin pudo abrirlos por completo, ya totalmente despierto. Una mirada a su alrededor bastó para darse cuenta de que estaba en un bosque, más concretamente en un amplio claro que le resultaba familiar.

      A duras penas consiguió ponerse en pie. Sus entumecidas piernas hicieron que tuviera que apoyarse en un árbol cercano para no caer de nuevo.

      Debía de seguir en el claro del bosque, el mismo en donde había tenido lugar la batalla, pero allí no había nadie, ni vivo ni muerto. Además, todo a su alrededor estaba muy oscuro. Alzó la vista y se sorprendió de ver un extraño sol azulado en el cielo, iluminando tenuemente el lugar. ¿Dónde estaba?

      ¿Y quién me ha hablado? se preguntó, mirando a su alrededor.

      -Viajero.

      Carlos alzó la cabeza. La voz venía de entre los árboles que tenía ante él, así que cogió una rama gruesa del suelo y la utilizó a modo de bastón para poder caminar hasta que las piernas volvieran a responderle con normalidad.

      Atravesó los primeros árboles, la voz no debía de estar muy lejos si había oído el susurro, pero allí seguía sin encontrar a nadie.

      -¿Hola?-llamó.

      -Viajero, sígueme.-respondió la voz a su derecha.

      Carlos giró en aquella dirección. Empezaba a sentir algo de miedo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado con los demás? ¿Por qué no había cadáveres? Era imposible que los hubieran retirado a todos y a él lo hubieran dejado allí. Luís no lo habría permitido.

      A menos que Luís haya muerto, se dijo a sí mismo.

      Un escalofrío recorrió su cuerpo. No podía permitirse pensar aquello. Seguro que cuando encontrara el campamento lo encontraría allí, dando vueltas en torno a la hoguera esperando noticias suyas al ver que no estaba su cadáver junto al del resto.

      Luís no podía haber muerto.

      A las pocas horas de caminar en pos de aquella extraña voz que le hablaba únicamente para indicarle un cambio de dirección, Carlos pudo prescindir de su bastón. Ya no sentía el entumecimiento inicial, ahora simplemente estaba agotado.

      -¿Quién eres?-preguntó a la nada, harto de tanto misterio.-¿Qué ha pasado? ¿Por qué me ayudas?

      -Pronto lo sabrás, viajero, ya casi hemos llegado.-le respondió la voz frente a él, por primera vez sin susurros.

      Carlos se sorprendió al descubrir que era una voz de hombre quien lo guiaba. No sabía por qué, pero había tenido la sensación de que era una mujer.

      Entonces escuchó la música en la lejanía.

      Carlos echó a correr hacia allí, haciendo caso omiso del agotamiento que sufría. Si había música, habría una posada, un pueblo con suerte, donde podría informarse de qué había pasado. Tenía que llegar allí cuanto antes.

      Fue al atravesar una última hilera de árboles cuando la vio. Una gran muralla de piedra en perfecto estado, con unas enormes puertas dobles abiertas. Al otro lado se encontraba un grupo de personas de todas las edades, algunos de ellos con instrumentos que Carlos nunca había visto, tocando sin parar. Otros, al verlo, comenzaron a cantar.

      -¡Bienvenido a nuestra ciudad, disfrutarás de una gran estancia! ¡Bienvenido, no lo dudes más, entra ahora y no querrás salir jamás!

      Carlos estaba atónito. ¿Todo aquello era para él? Debían haberse equivocado. Dubitativo, dio un par de pasos hacia las puertas, sin saber aún si era seguro ir allí. Algo había aprendido de ser soldado, y era que había que extremar las precauciones en todo momento y lugar.

      La música no paraba y la gente lo miraba con una enorme sonrisa en la cara, como si fueran viejos amigos que hacía tiempo que no se veían.

      Finalmente, Carlos atravesó las puertas, y todos a una las personas allí reunidas explotaron en aplausos y gritos de júbilo y alegría.

      No pudo evitar sonrojarse. Sí, todo aquello era para él, ya no había duda, pero seguía sin entender por qué.

      De entre el gentío, apareció un hombre alto, con una melena rubia larga y unos ojos azul oscuro bastante profundos. Tenía una sonrisa en la cara, como el resto de los allí presentes y extendió los brazos hacia Carlos al verlo.

      -Me alegro de que hayas logrado llegar, viajero.

      Carlos abrió los ojos de par en par. Había reconocido aquella voz.

      -¿Usted era quien me guiaba?-preguntó.

      El hombre hizo una pequeña reverencia antes de responder.

      -Exacto, es mi cometido. Mi nombre es Paulo, por cierto, y soy el alcalde de esta ciudad. ¿Cómo