El reino de los olvidados. Mikel Arzak. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mikel Arzak
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416181384
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quitó el casco para secar el sudor que perlaba su frente. Su pelo castaño corto parecía rubio con los rayos del sol que le daban de pleno. Miró con sus ojos marrones hacia adelante, pero tuvo que apartar la mirada cuando un rayo de luz se reflejó en la armadura del soldado que tenía a pocos pasos, cegándolo momentáneamente.

      Carlos odiaba aquellas marchas. Todos los soldados, en procesión, dirigiéndose al campo de batalla con sus armaduras, sus espadas y sus escudos, caminando hacia una muerte casi segura o hacia la victoria y el triunfo. Por suerte, le animaba saber que de ambas maneras obtendría la gloria del guerrero. Le alentaba saber que tarde o temprano sería considerado un héroe, y su nombre quedaría grabado en la historia.

      A su derecha, Luís Rodríguez, su mejor amigo, miraba el interior de su cantimplora con un ojo cerrado. La puso boca abajo, tirando al suelo unas pocas gotas. Se había quedado sin agua. Chasqueó la lengua antes de alzar la cabeza y mirar a Carlos con sus ojos azules. Una amplia y falsa sonrisa apareció en su rostro.

      -¡Carlos, amigo mío! Dime que a ti aún te queda algo de agua.-le dijo, suplicante.

      -Muy poca, Luís.

      Su amigo juntó las manos.

      -Dame un trago aunque sea.-pidió, poniendo cara de pena.-Por favor, sólo un trago.

      -Queda mucho hasta que volvamos a parar, Luís, tengo que racionarla.

      El soldado bajó la cabeza.

      -Está bien, como quieras. Moriré deshidratado en mitad de esta procesión.

      -No digas tonterías.-resopló Carlos.

      -Es la verdad.-dijo Luís, alzando la cabeza y señalándolo con un dedo.-Y todo el cargo de conciencia será única y exclusivamente tuyo por no querer compartir tu agua. ¿Podrás vivir con tal carga, Carlos Mendoza?

      Carlos suspiró. Luís lo conocía demasiado bien, y sabía que no negaba su ayuda a quien la necesitara, sobre todo a un amigo, así que solía aprovecharse de la situación y exagerar lo que posiblemente ocurriría si se negaba a ayudarlo. Carlos daba muchísima importancia a la amistad, demasiada en opinión de algunos, y su mejor amigo se aprovechaba de ello con actuaciones como aquélla.

      Como mucho, Luís llegaría a la siguiente parada con la garganta seca y la lengua pastosa, pero Carlos no quería escuchar sus constantes quejas durante la marcha, y, por desgracia, la única manera de hacerle callar era cediendo una vez más.

      -Toma-dijo Carlos, tendiéndole la cantimplora.

      Su amigo tardó sólo un segundo en coger la cantimplora y abrirla. Tal y como había prometido, sólo le dio un trago, y Carlos se lo agradeció mentalmente. No quería tener que mendigar entre sus compañeros.

      Luís le devolvió la cantimplora y le guiñó un ojo. Se quitó las gotas de sus labios con la mano y pasó ésta por su pelo negro, intentando refrescarlo.

      -Si tuviéramos carne, podríamos cocinarla en mi cabeza.-comentó con una sonrisa.

      -Si tuviéramos carne te la comerías cruda antes de cocinarla.

      Ambos rieron a carcajadas. Aquel tipo de bromas siempre les venían bien para liberar tensiones antes de una batalla de la que podían no regresar. Todos tenían presente su posible fin, pero preferían no darle importancia antes de tiempo.

      -Eh, la parejita, callaos de una vez.-les ordenó el general González.

      Los dos amigos obedecieron sin rechistar. El general González era el líder de la campaña, el que había conseguido la Alianza de las Dos Tierras entre el norte y el sur, y aquello, junto a sus imponentes músculos, infundía cierto respeto.

      Durante toda la historia, ambas tierras habían estado enfrentadas en continuas guerras para intentar conquistarse entre ellas. Desde que Carlos tenía uso de razón, habían sido enemigas, y él mismo había tenido que pelear contra soldados del sur durante años, pero todo cambió cuando apareció el ejército de Tresde.

      Aquel comandante era un demonio, no había otra explicación lógica. Había sido capaz de conquistar la capital del sur, la ciudad más inexpugnable de la historia conocida, con tan solo cien hombres y una catapulta. Se contaba que tenía poderes diabólicos y utilizaba la magia negra para sus conquistas. Además, los rumores sobre las muertes de varios supervivientes durante la noche a causa de pesadillas aterraban hasta al hombre más curtido.

      Definitivamente, aquel ser no podía ser humano.

      Cuando Meridonia cayó, los habitantes del sur buscaron ayuda y refugio en el único lugar que les quedaba: el norte. Por suerte para ellos, al ver la amenaza que suponía Tresde, el rey del norte aceptó acoger a sus enemigos y, con la ayuda del general González, firmaron una tregua. Así surgió la Alianza de las Dos Tierras, dispuesta a luchar hasta el final contra el comandante demoníaco de tierras lejanas y expulsarlo de sus tierras o darle muerte.

      Y por eso estaban allí todos, marchando en procesión hacia el bosque de Revenia, en donde descansaban sus enemigos y donde tendría lugar la batalla. Estaban nerviosos y temerosos por sus vidas. Habían oído que allí estaría Tresde, y no sabían qué podía pasar con ellos. Habían ganado y perdido algunas batallas ya, pero aquélla era de una importancia mucho mayor.

      Podía significar el final de la guerra, para bien o para mal.

      -Odio esto.-le susurró Carlos a Luís.-¿A qué estamos esperando?

      -Creo que González ha enviado a un soldado para encontrar el campamento enemigo. Lo he visto perderse entre los árboles. Si Tresde está allí, necesitaremos el factor sorpresa entre otros muchos.

      Carlos suspiró y miró en derredor. ¿Cuánto más tendrían que esperar? Habían llegado al bosque hacía una hora, y llevaban desde entonces acampados allí. La luna hacía tiempo que había salido y los iluminaba tenuemente.

      Un ruido a su derecha hizo que girara la cabeza a tiempo de ver salir corriendo a uno de los soldados del pelotón en dirección a González. Luís también lo había visto.

      -¿Es ése?-preguntó Carlos.

      -Sí.-respondió su amigo.-Venga, levántate, no creo que nos quede mucho tiempo.

      Los dos amigos se pusieron en pie, observando fijamente al general y al soldado hablando en susurros, esperando órdenes. Era entonces, momentos antes de la batalla, cuando el cuerpo de Carlos empezaba a temblar. Las fuerzas de Tresde eran superiores a todo lo que se había enfrentado con anterioridad. ¿Y si no regresaba?

      -No quiero morir, Luís.-se le escapó.

      Su amigo lo miró con el ceño fruncido. Puede que siempre tuviera aquellos miedos, pero nunca antes los había expresado en voz alta.

      -Yo tampoco quiero que mueras, amigo mío.-comentó su amigo, intentando animarlo.-Pero bueno, si el destino decide llevarse nuestras vidas, al menos nos queda el consuelo de la gloria ¿no? Seremos recordados por siempre como los valientes Carlos Mendoza y Luís Rodríguez, que codo con codo lucharon ferozmente contra las fuerzas invasoras y murieron con honor.

      Carlos rió por lo bajo, aunque su cuerpo seguía temblando ligeramente.

      -Eso es un consuelo para ti, que te alistaste por voluntad. Yo tuve que hacerlo para poder ganarme el pan.

      -¡Mira el lado bueno! Me has conocido por esa decisión. ¿Dónde vas a encontrar un amigo tan bueno como yo?

      Carlos alzó una ceja. Luís intentaba hacerle reír para animarlo, así que prefirió seguirle el juego con una sonrisa.

      -Cambia en esa pregunta bueno por vanidoso y te responderé que en ninguna parte.

      Luís puso cara de ofendido y abrió la boca para replicar, pero el general González carraspeó en aquel momento. El momento de las bromas había terminado. En un último intento por animar a su amigo, Luís apretó el hombro de Carlos.

      -Si tienes miedo, sólo recuerda nuestra promesa.-dijo simplemente antes de mirar al frente.

      Los