El reino de los olvidados. Mikel Arzak. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mikel Arzak
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416181384
Скачать книгу
marrones que mostraban una fiereza sin par. No era difícil suponer por qué había logrado llegar tan alto en el ejército, pues sólo con verlo uno podía deducir fácilmente que estaba dispuesto a todo por conseguir sus objetivos, y que no tendría piedad con quien se interpusiera en su camino.

      -Soldados del norte y del sur, ha llegado la hora.-empezó con su potente voz.-Como sabéis, llevamos dos días de marcha ininterrumpida persiguiendo este momento, buscando esta oportunidad. Pues bien, ya la hemos encontrado. A cinco minutos de aquí, en dirección norte, está el campamento de nuestro enemigo, de Tresde, al que llaman demonio. Puede que esté allí, y no sé vosotros, pero yo deseo que esté con toda mi alma. Así podré atravesarlo con mi espada y demostrar que esos rumores son falsos, que no es más que otro simple mortal como todos nosotros y, que como tal, puede morir a nuestras manos.

      Luís acercó su cabeza al oído de Carlos.

      -Desde luego, dar discursos se le da bien.-comentó en un susurro.

      -Ahora bien, no os prometo la victoria.-continuó el general, elevando cada vez más su tono de voz.-¡Pero sí la gloria! Todos sabéis por qué estamos aquí, para defender nuestras tierras, nuestros hogares, nuestras familias. Puede que hayamos sido enemigos durante toda nuestra historia, sí, pero ahora somos aliados, hermanos de batalla, y tenemos que luchar juntos. Juntos, aniquilaremos a este “demonio”, y traeremos la paz a nuestras tierras. Muchos de vosotros tendréis miedo, o simplemente os estaréis preguntando por qué estáis aquí, luchando junto a viejos enemigos, pero pensad algo. ¿Estáis dispuestos a dejar que vuestras familias, vuestros amigos, mueran a manos de ese hombre? ¿Dejaréis que cientos de años de enemistad os impidan defender vuestras tierras? Porque yo no. Pero aun así, sólo no puedo hacer nada. Os necesito conmigo. Necesito vuestro apoyo y vuestra fuerza, vuestra decisión y tenacidad, vuestras ansias de libertad. ¿Estáis conmigo?

      -¡Sí!-gritó Luís, a coro con el resto de soldados.

      Carlos no dijo nada.

      -Pues recordad, hermanos míos, que a través del dolor y de la sangre, del rugir de nuestras armas, nos alzaremos y seremos por siempre… ¡Libres!

      Todos a una, exceptuando a Carlos, empezaron a gritar con pasión, con fuerza. El discurso había surtido su efecto, ya estaban lo suficientemente motivados para entrar en combate. Carlos miró a Luís, y pudo ver en sus ojos el mismo brillo feroz que el de todos sus compañeros. ¿Por qué era el único que no deseaba combatir?

      -¡Al ataque!-gritó el general.

      El ejército echó a correr en dirección al campamento enemigo, gritando con toda la energía que les permitían sus pulmones. Carlos, arrastrado por la marea, no pudo evitar pensar una vez más que su vida llegaba a una bifurcación. A un lado, el camino seguía su curso. Al otro, sólo se encontraba la oscuridad.

      El escudo vibró al chocar con la cabeza descubierta de su adversario, pero aquello no le impidió atravesarlo firmemente con su espada cuando cayó al suelo. Carlos se volteó al escuchar el grito de otro enemigo a sus espaldas, acercándose. Esquivó de un salto el tajo vertical que le lanzó y contraatacó con una estocada, matándolo al instante.

      Se permitió unos instantes de respiro para ver cómo le iba a Luís unos metros más allá. Su amigo acababa de atravesar a dos adversarios simultáneamente con sus espadas. No usaba escudo ni armadura, decía que no le servía para nada, y con sus dos espadas de mano era uno de los soldados más rápidos y mortíferos de la Alianza de las Dos Tierras.

      Carlos miró a su alrededor. Habían pillado al enemigo por sorpresa al salir todos de los árboles, por lo que la ventaja inicial estaba de su parte, y habían sabido aprovecharla. Para cuando el enemigo se había dado cuenta de su situación, ya habían diezmado a aproximadamente una quinta parte de sus tropas. Era ahora cuando la auténtica batalla empezaba.

      Aunque no había ni rastro de Tresde.

      El cadáver de uno de los soldados del sur cayó a sus pies, haciendo que Carlos volviera a la realidad. Alzó la vista y vio a su contrincante acercándose a él, casi tan musculoso como el general González y con una enorme hacha en la mano. Tenía una sonrisa en la cara y un brillo demente en los ojos. Estaba disfrutando de la matanza.

      Carlos le sostuvo la mirada al tiempo que colocaba su escudo frente a él en posición defensiva. Con un gritó, el hombre lo alcanzó y descargó su hacha sobre él, pero con un ágil movimiento Carlos rodó por el suelo, esquivando el ataque. Sobre sus rodillas, golpeó a su enemigo con el mango de la espada para que trastabillara, pero éste apoyó a tiempo su hacha en el suelo y simplemente hincó una rodilla. Aprovechando su oportunidad, Carlos saltó, colocó un pie en su espalda y se impulsó en el aire, logrando que el hombre cayera boca abajo al suelo. Al tocar tierra, Carlos se giró grácilmente con la espada en alto, listo para acabar con una vida más.

      Sin embargo, el fuerte brazo de su adversario se cerró en torno a su tobillo y tiró de él, haciendo que cayera también. Sin soltar a su presa el hombre se levantó y, con una fuerza sobrehumana, lanzó volando a Carlos, quien rodó unos metros al tocar el suelo.

      Los rumores eran ciertos, las tropas de Tresde no eran humanas. Era imposible que un soldado normal tuviera la fuerza suficiente como para lanzar a alguien tan lejos, mucho menos si tenía su pesada armadura encima.

      -¡Carlos!

      El casco vibraba por el golpe y no le dejaba ni ver ni escuchar con claridad, por lo que el grito de Luís le sonó muy lejano. El mundo le daba vueltas.

      Una sombra ocultó el sol frente a él. Tuvo que entrecerrar los ojos para poder distinguir a duras penas la silueta de su contrincante. No pudo verla, pero estaba seguro de que tenía una sonrisa en la cara.

      Un fuerte golpe en la cadera hizo que Carlos gritara de dolor. Intentó moverse, pero el dolor se lo impidió. Debía de habérsela roto. Aún intentando coger aire, Carlos vio, impotente, como el hombre volvía a alzar su hacha, preparándose para el golpe definitivo.

      Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos.

      -¡CARLOS!

       Sus ojos se llenaron de barro al caer al lodazal en el que se había convertido el campo de entrenamiento, mientras las risas y burlas del resto de los allí presentes llegaban hasta él. Jadeando, Carlos se puso en pie una vez más, deseando con todas sus fuerzas que aquel suplicio diario terminara.

       -Venga novato, ¿a qué juegas?-preguntó su instructor con una sonrisa en la cara.- ¿Crees que en batalla el enemigo te daría tantas oportunidades? Ni siquiera esperaría a que te pusieras en pie, te mataría cuando estuvieras indefenso en el suelo.

       -No si tiene honor.-logró decir entre jadeos.

       Pablo Olivares, el encargado de instruir a los nuevos soldados, se echó a reír a carcajadas ante las palabras de Carlos.

       -¿Honor? No me hagas reír, novato. En el campo de batalla no existe más honor que el de la sangre y la muerte. Al enemigo no le importa el honor, sólo acabar con tu vida y, en algunos casos, hacerte sufrir lo máximo posible. Quizás incluso se divierta antes contigo y te rompa la cadera o alguna otra parte del cuerpo.

       El resto de soldados rompió a carcajadas, logrando que Carlos se ruborizara. Era el centro de las burlas de sus compañeros, y todo por no ser un cabeza hueca como ellos.

       -De acuerdo chicos, se acabó el entrenamiento.-dijo Pablo.-Descansad y mañana volveremos a intentarlo. Y tú,-dijo señalando a Carlos.-practica tu juego de piernas, en cualquier momento te veo tropezando y cayendo al suelo de nuevo.

       Cuando el instructor salió del campo, Carlos empezó a temblar. Sabía lo que tocaba ahora.

       -¿Quieres practicar un poco más, novato?-preguntó uno de sus compañeros, con una sonrisa burlona en la cara.-Quizás mejores tu juego de piernas, si es que no te