Finalmente, al contrario de las visiones culturalista y economicista, el proceso de constitución de un mercado de bienes culturales a escala mundial no es ni lineal ni homogéneo en los diferentes sectores de producción, tampoco en los diferentes sectores del mercado del libro. Comenzó con el mercado del arte luego de la Segunda Guerra Mundial9, mientras que en el sector del libro, aunque se puede hablar de internacionalización a partir de mediados del siglo xix, solo desde la década de 1980 se empezó a observar la formación de un mercado mundial del libro, en el que los mercados nacionales, de gran crecimiento, se fueron involucrando progresivamente.
El desarrollo de la edición en lengua vernácula a partir del siglo xvii permitió el surgimiento de mercados regionales del libro que se consolidaron desde comienzos del siglo xix con la industrialización de la producción de la imprenta, el desarrollo de los medios de transporte, la construcción de las identidades nacionales y la alfabetización10. La nacionalización de estos mercados y el acceso a la lectura por parte de nuevas clases sociales no formadas en lenguas extranjeras suscitaron un auge de las prácticas de traducción, las cuales se convirtieron en el principal modo de circulación transnacional de los libros a partir de 1850, y condujeron a la elaboración de reglas internacionales (la convención de 1886 sobre el derecho de autor).
El surgimiento de un mercado internacional implicó la aparición de una categoría de agentes especializados dentro de las editoriales (traductores, directores de colecciones de literaturas extranjeras) y dentro del Estado (política del libro en el extranjero, institutos culturales). Detenido por la Segunda Guerra Mundial, este mercado tendría un fuerte desarrollo a partir de la década de 1960, del que da testimonio la multiplicación, desde los años ochenta, de lugares específicos dedicados a los intercambios (salones y ferias internacionales del libro), la especialización y la profesionalización de los agentes intermediarios (agentes literarios, servicios de derechos extranjeros, traductores), la implementación de políticas públicas de ayuda a la traducción y la conformación de grupos de edición internacionales como Bertelsmann y Rizzoli11.
Este proceso no es uniforme, tiene lógicas diversas que generan ciertas contradicciones. Algunas no les son propias, sino que dependen del proceso de racionalización. No obstante, incluso estas toman formas espaciales específicas, es el caso de las deslocalizaciones de la fabricación hacia la periferia para reducir costos, facilitadas por los medios de comunicación electrónicos, y que debilitan la «coherencia estructurada» de las regiones centrales12. Es también el caso de la concentración de la producción y de la distribución gracias a la mecanización y a la racionalización de los modos de gestión, lo que conduce a la diferencia creciente entre una producción cada vez más importante y una oferta cada vez más reducida (fenómeno de los libros nacidos muertos) en los puntos de venta y cada vez más desigual en términos de distribución geográfica13. La sobreproducción va también a la par con la disminución de las tiradas14: se observa un incremento de este fenómeno para las traducciones de libros de literatura (en particular para las obras y los géneros considerados difíciles, como la poesía y el teatro) y de ciencias humanas.
Del mismo modo sucede con la tendencia a la diversificación de los productos para la conquista de nuevos mercados frente a la tendencia a la estandarización de productos culturales destinados a alcanzar los públicos más hetereogéneos que pertenecen a culturas diferentes. Esto se observa en el mercado mundial de la edición, por un lado, con la producción de bestsellers mundiales, y por el otro, con la variedad de lenguas de las que se traduce. El crecimiento conduce, en efecto, a que las editoriales se diversifiquen, lo que opaca su identidad fundada sobre un catálogo que contenía una herencia y un capital simbólico15. Este proceso está acompañado de una indiferenciación relativa de la producción.
La competencia que se ejercía alrededor del capital simbólico está regida cada vez más por cuestiones económicas. Además, la rentabilidad del capital simbólico a largo plazo hace de este un objeto de especulación debido a la compra de fondos16, lo que termina opacando aún más estas identidades. Pero, sobre todo, la racionalización económica incita a abandonar el objetivo de descubrir nuevos autores, y la inversión a largo plazo en autores, en favor de un cálculo de rentabilidad a corto plazo; incluso la búsqueda de ganancia título por título reemplaza la tradicional «perecuación» entre libros de rotación rápida y libros de rotación lenta17. De manera correlativa, el mercado tiende a segmentarse entre grandes editores generalistas y pequeños editores más o menos especializados (lo que se conoce como nichos), según el modelo del «oligopolio de franja»18 —concentración alrededor de algunas estructuras, por una parte, y fuerte dispersión, por otra— que caracteriza los mercados muy competitivos: desde el punto de vista de la circulación transnacional del libro se constata una concentración de las traducciones del inglés en las grandes estructuras editoriales, y, así mismo, la especialización de pequeños editores en ciertas lenguas, lo que favorece una diversificación de los intercambios19.
Sin embargo, esta contradicción entre la concentración creciente de las traducciones alrededor de la lengua inglesa y la diversificación de los intercambios es también producto de las luchas y de las relaciones de fuerza geopolíticas (caída del muro de Berlín, expansión del imperialismo estadounidense20) y socioculturales (consigna de la mundialización, movimiento antimundialización, altermundialismo21, defensa de la excepción cultural o de la diversidad cultural22).
Parte de la configuración de las relaciones espaciales es también la tendencia a la universalización, a causa de la constitución de un mercado mundializado, así como la tendencia opuesta a la consolidación de las especificidades identitarias, locales o regionales, contradicciones que recuerdan la historia de la construcción de las identidades nacionales23. Como lo explica David Harvey:
La renta de monopolio es una forma contradictoria. Al perseguirla, el capital mundial debe valorizar iniciativas locales distintivas (y, en ciertos aspectos, cuanto más distintiva sea la iniciativa, mejor). Lo que implica de igual forma una valorización de lo único, de lo auténtico, de lo particular, de lo original y de todas las dimensiones de la vida social incompatibles con la homogeneidad presupuesta por la producción de mercancías24.
En el plano geográfico, lejos de abrir un espacio de circulación libre, de open market, la mundialización se plantea como una lucha por la redefinición de los territorios de distribución de los productos industriales, entre los diferentes centros y entre el centro y la periferia. En el campo del libro, esta se observa tanto entre las zonas lingüísticas, en la competencia entre potencias exportadoras (los antiguos países comunistas, antes bajo la dominación soviética, fueron el lugar de una difícil lucha entre los editores estadounidenses, alemanes y franceses), como en su interior, entre Gran Bretaña y Estados Unidos, que pretenden penetrar las antiguas colonias británicas consideradas aún por los editores ingleses parte de su territorio, entre España y los países de Latinoamérica, entre Francia y los otros países francófonos, entre Alemania y los países germanófonos.
Sin encasillarse en el funcionalismo ni en el reduccionismo económico, esta dinámica se presta bastante bien al modelo de análisis propuesto por David Harvey: la expansión del comercio exterior y el desplazamiento geográfico de los excedentes del capital y de fuerzas de trabajo que pretenden preservar el equilibrio y la coherencia estructurada de las alianzas regionales porta el germen de la destrucción de dicha coherencia, favoreciendo, en ciertos casos, la formación de nuevas alianzas regionales en búsqueda de un spatial fix, que entrará a competir con la metrópolis, siendo el ejemplo emblemático Estados Unidos en relación con Inglaterra25. Este modelo es, en efecto, bastante flexible, y le permite articularse con un análisis sociológico al que el autor mismo invita, con la condición de reintroducir el papel de los actores históricos y los intereses específicos que invierten en sus prácticas, según sus espacios de referencia.
A estas tendencias contradictorias que estructuran globalmente el mercado del libro se suman, en efecto, para cada sector, lógicas que les son propias. En ciertos campos, como la literatura o las ciencias sociales y humanas, existían formas de universalización y un