Consejos sobre la salud. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981797
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los músculos, mejora la circulación y le da al inválido la satisfacción de saber que no es del todo inútil en este mundo tan atareado. Poca cosa podrá hacer al principio; pero pronto sentirá crecer sus fuerzas, y au­mentará la cantidad de trabajo que produzca.–El ministerio de curación, pág. 183 (1905).

      En la creación el Señor concibió que el hombre fuera activo y útil. No obstante, muchos viven en este mundo como máquinas inútiles, como si apenas existieran. No iluminan el camino de na­die ni son una bendición para nadie. Viven sólo para ser una carga para los demás. Son nulos en cuanto a su influencia en favor del bien; pero tienen peso en favor del mal. Observen de cerca la vida de esas personas y apenas encontrarán algún acto de benevolen­cia desinteresada. Cuando mueren, su recuerdo muere con ellos. Su nombre pronto perece, por cuanto no pueden vivir ni aun en el afecto de sus amigos por medio de una bondad sincera y ac­tos virtuosos. Para esas personas la vida ha sido un error. No han sido mayordomos fieles. Olvidaron que su Creador tiene derechos sobre ellos, y que desea que sean activos en hacer el bien y en bendecir a otros con su Influencia. Los intereses egoístas atraen la mente y llevan a olvidarse de Dios y del propósito de su Creador.

      Todos los que profesan ser seguidores de Jesús debieran considerar que tienen el deber de preservar su cuerpo en el mejor estado de salud, con el fin de que su mente pueda estar lúcida para comprender las cosas celestiales. Es necesario con­trolar la mente porque tiene una influencia muy poderosa sobre la salud. La imaginación con frecuencia engaña y, cuando se la complace, acarrea serias enfermedades. Muchos mueren de enfermedades mayormente imaginarias. Conocí a varios que se han acarreado enfermedades reales por la influencia de la imaginación...

      Algunos temen tanto al aire que envuelven su cabeza y cuerpo de modo que llegan a parecer momias. Permanecen sentados a la casa, generalmente inactivos, temiendo agotarse y enfermarse si hacen ejercicio, ya sea en el interior o al aire libre. Podrían hacer ejercicio al aire libre en los días agrada­bles, si sólo pensaran así. La continua inactividad es una de las mayores causas de debilidad del cuerpo y la mente. Muchos de los que están enfermos debieran gozar de buena salud, y poseer así una de las bendiciones más ricas que podrían disfrutar.

      Se me ha mostrado que muchos que aparentemente son débiles, y siempre quejosos, no están tan mal como ellos se imaginan. Algunos de éstos tienen una voluntad fuerte, que ejercida correctamente, sería un potente medio para controlar la imaginación y así resistir la enfermedad. Pero con demasia­da frecuencia la voluntad se ejercita de un modo equivocado y obstinadamente se niega a entrar en razón. Esa voluntad ha decidido el asunto; son inválidos, y quieren recibir la atención que se presta a los inválidos, sin considerar la opinión de los demás.

      Se me ha mostrado a madres que son gobernadas por una imaginación enferma, cuya influencia sienten el esposo y los hijos. Deben mantener las ventanas cerradas porque a la madre le molesta el aire. Si ella siente frío, y se abriga, piensa que sus niños deben ser tratados de igual modo, y así roba el vigor físico a toda la familia. Todos quedan afectados por una mente, perjudicados física y mentalmente por la imaginación enferma de una mujer que se considera a sí misma la norma para toda la familia. El cuerpo se viste de acuerdo con los caprichos de una imaginación enferma y se lo sofoca bajo una cantidad de abrigo que debilita el organismo. La piel no puede cumplir su función: el hábito de evitar el aire y el ejercicio cierra los poros, los pequeños orificios por los cuales el cuerpo respira, e imposibilita la expulsión de las impurezas a través de ese ca­nal. El peso de esta labor recae sobre el hígado, los pulmones, los riñones, etc., y esos órganos internos se ven obligados a hacer el trabajo de la piel.

      Así las personas se acarrean enfermedades por causa de sus hábitos equivocados; a pesar de la luz y el conocimiento, insis­ten en su proceder. Razonan del siguiente modo: “¿No hemos probado? Y ¿no entendemos por experiencia el asunto?” Pero la experiencia de una persona cuya imaginación está errada no debiera tener mucho valor para nadie.

      La estación que más debiera temer el que se allega a estos inválidos es el invierno. Es por cierto invierno, no sólo afuera sino en el interior, para los que se ven obligados a vivir en la misma casa y dormir en la misma habitación. Estas vícti­mas de una imaginación enfermiza se encierran en el interior y cierran las ventanas, porque el aire afecta sus pulmones y su cabeza. Su imaginación es activa; esperan pasar frío y por eso pasan frío. No hay modo de hacerles entender que no comprenden el principio que rige estos casos. Objetan: “¿No lo hemos comprobado?”. Es verdad que han compro­bado un aspecto de la cuestión –al insistir en su proceder–, y es verdad que pasan frío si se exponen en lo más mínimo. Son tiernos como bebés, y no pueden soportar nada. Sin em­bargo siguen viviendo, continúan cerrando las ventanas y las puertas, y manteniéndose cerca de la estufa, disfrutando de su desgracia. Por cierto, han comprobado que su proceder no les ha hecho bien sino que ha aumentado sus dificultades. ¿Por qué esas personas no permiten que la razón influya en su juicio y controle la imaginación? ¿Por qué no probar ahora un procedimiento opuesto, y de un modo razonable obtener ejercicio y aire afuera, en lugar de permanecer en la casa día tras día, más bien como un manojo de mercancías que como un ser activo?

      Hay muchos que para ganar más dinero arreglan sus nego­cios de tal manera que mantienen constantemente ocupados a los que trabajan al aire libre y a los miembros de su familia en sus propios hogares. Sobrecargan los huesos, los múscu­los y el cerebro hasta el extremo; se mantienen archiocupa­dos con el pretexto de que tienen que realizar todo lo que pueden, porque si no lo hacen algo se perderá y eso significa un despilfarro. Creen que todo debe ahorrarse, sin importar­les los resultados.

      ¿Qué habrán ganado esas personas? Tal vez puedan mantener su capital, o logren aumentarlo. Pero, si consideramos el asunto desde otro punto de vista, ¿qué han perdido con esto? El capital de la salud, que es de un valor incalculable tanto para el rico como para el pobre, se ha ido perdiendo imperceptiblemente. A menudo las madres y los hijos toman prestado de los fondos de la salud, pensando que ese capital no se agotará jamás; pero para sorpresa suya se dan cuenta de que, con el correr del tiempo, el vigor de su vida ha disminuido hasta agotarse. A esas personas no les queda reserva alguna para un caso de emergencia. La dul­zura y la felicidad de la vida se ven amargadas por los dolores insoportables y las noches de insomnio. Desaparecen la fortaleza física y el vigor mental. El marido y padre que, por amor a las ga­nancias, hizo un arreglo insensato de sus negocios, aunque fuera con el consentimiento de la esposa, corre el riesgo de tener que sepultar a la esposa, y a uno o más de sus hijos, como resultado de su comportamiento. Se ha sacrificado la salud y la vida misma por el amor al dinero [1 Tim. 6:10].–Testimonios para la iglesia, t. 1, págs. 420, 421 (1865).

      Por todas partes se ve la intemperancia en el comer, el be­ber, el trabajar y casi cualquier cosa. Las personas que se es­fuerzan por realizar una gran cantidad de trabajo en un tiempo limitado y continúan trabajando cuando su mejor criterio les indica que deben descansar, nunca son ganadoras. Viven con capital prestado; gastan en el presente las fuerzas vitales que necesitarán en el futuro. Y cuando quieran echar mano de la energía que gastaron tan irresponsablemente, fracasarán en su intento porque no la hallarán. La fuerza física ha desaparecido y ya no existen energías mentales. Entonces se dan cuenta de su pérdida, aunque no comprenden su verdadera naturaleza. Ha llegado el momento de necesidad, pero sus fuerzas vitales se han agotado. Todo el que viola las leyes de la salud, tarde o temprano experimentará sufrimientos en mayor o menor gra­do. Dios ha dotado a nuestras constituciones con energías que necesitaremos en diversos períodos de nuestra vida. Pero si las agotamos imprudentemente en los excesos de nuestro trabajo, el tiempo nos declarará perdedores. Nuestra utilidad disminui­rá y nuestra vida misma correrá el peligro de destruirse.

      Como norma, el trabajo del día no debe extenderse hasta las horas de la noche Si se trabaja a conciencia