Consejos sobre la salud. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981797
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      La única esperanza para mejorar la situación estriba en edu­car a la gente en los principios correctos. Enseñen los médicos que el poder curativo no está en las drogas sino en la naturale­za. La enfermedad es un esfuerzo de la naturaleza para librar al organismo de las condiciones resultantes de una violación de las leyes de la salud. En caso de enfermedad hay que inda­gar la causa. Deben cambiarse las condiciones antihigiénicas y corregirse los hábitos erróneos. Después hay que ayudar a la naturaleza en sus esfuerzos por eliminar las impurezas y resta­blecer las condiciones correctas en el organismo.

       Los remedios naturales

      El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimentario conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los remedios verdaderos. Todos debieran conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios y saber aplicarlos. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los principios implicados en el tratamiento de los enfermos, y recibir una instrucción práctica que lo habilite a uno para hacer uso correcto de esos conocimientos.

      El empleo de remedios naturales requiere una cierta canti­dad de cuidados y esfuerzos que muchos no quieren realizar. El proceso natural de curación y reconstitución es gradual y les parece lento a los impacientes. El renunciar a la satis­facción dañina de los apetitos impone sacrificios. Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas, la naturaleza desempeña su obra con acierto y bien. Los que perseveren en obedecer sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y la mente.

      En todo sentido debemos vestir conforme a la higiene. “Sobre todas las cosas”, Dios quiere que tengamos salud tanto del cuerpo como del alma [3 Juan 2]. Debemos colaborar con Dios para asegurar esa salud de alma y cuerpo. Ambos se lo­gran gracias a la ropa saludable...

      El enemigo de todo lo bueno fue quien instigó el invento de modas en permanente cambio. No desea otra cosa que causar perjuicio y deshonra a Dios al labrar la ruina y miseria de los seres humanos. Uno de los medios más eficaces para lograr esto lo constituyen los ardides de la moda, que debilitan el cuerpo y la mente y empequeñecen el alma.

      Las mujeres están sujetas a graves enfermedades, y sus dolencias empeoran en gran manera por el modo de vestirse. En vez de conservar su salud para las contingencias que se­guramente han de venir, demasiado a menudo sacrifican con sus malos hábitos no sólo la salud sino la vida, y dejan a sus hijos una herencia de infortunio en una constitución arruina­da, hábitos pervertidos y falsas ideas acerca de la vida.

      Uno de los disparates más dispendiosos y perjudiciales de la moda es la falda que barre el suelo. Sucia, incomoda, incon­veniente y malsana; todo esto y mucho más puede decirse de la falda rastrera. Es costosa, no sólo por la cantidad de género superfluo que entra en su confección, sino porque se desgasta innecesariamente por ser muy larga. Cualquiera que haya visto a una mujer así ataviada, con las manos llenas de paquetes, intentando subir o bajar escaleras, trepar a un tranvía, abrirse paso por entre la muchedumbre, andar por suelo encharcado o camino cenagoso, no necesita más pruebas para convencerse de la inconveniencia de la falda larga.

      Otro grave mal es que las caderas sostengan el peso de la falda. Este gran peso, al oprimir los órganos internos, los arras­tra hacia abajo, por lo que causa debilidad del estómago y una sensación de cansancio, que crea en la víctima una propensión a encorvarse, que oprime aún más los pulmones y dificulta la respiración correcta.

      En estos últimos años los peligros que resultan de la com­presión de la cintura han sido tan discutidos que pocas personas pueden alegar ignorancia sobre el particular; y sin embargo, tan grande es el poder de la moda que el mal sigue adelante. Por causa de esta práctica, ¡cuán incalculable daño se hacen las mujeres! Es de suma importancia para la salud que el pecho disponga de sitio suficiente para su completa expansión y los pulmones puedan inspirar completamente, pues cuando están oprimidos disminuye la cantidad de oxígeno que inhalan. La sangre resulta insuficientemente vitalizada, y las materias tóxi­cas del desgaste, que deberían ser eliminadas por los pulmones, quedan en el organismo. Además, la circulación se entorpece, y los órganos internos quedan tan oprimidos y desplazados de su lugar que no pueden funcionar debidamente.

      El corsé apretado no embellece la figura. Uno de los principales elementos de la belleza física es la simetría, la propor­ción armónica de los miembros. Y el modelo correcto para el desarrollo físico no se encuentra en los figurines de los modis­tos franceses, sino en la forma humana tal como se desarrolla según las leyes de Dios en la naturaleza. Dios es autor de toda belleza, y sólo en la medida en que nos conformemos a su ideal nos acercaremos a la norma de la verdadera belleza.

      Otro mal fomentado por la costumbre es la distribución desigual de la ropa, de modo que mientras ciertas partes del cuerpo llevan un exceso de ropa, otras quedan insuficientemente abrigadas. Los pies, las piernas y los brazos, por estar más alejados de los órganos vitales, deberían ir mejor abriga­dos. Es imposible disfrutar buena salud con las extremidades siempre frías, pues si en ellas hay poca sangre, habrá demasia­da en otras partes del cuerpo. La perfecta salud requiere una perfecta circulación; pero ésta no se consigue llevando en el tronco, donde están los órganos vitales, tres o cuatro veces más ropa que en las extremidades.

      Un sinnúmero de mujeres está nerviosa y agobiada por­que se priva del aire puro que le purificaría la sangre, y de la soltura de movimientos que aumentaría la circulación por las venas para beneficio de la vida, la salud y la energía. Muchas mujeres han contraído una invalidez crónica, cuando hubie­ran podido gozar salud, y muchas han muerto de consunción y otras enfermedades cuando hubieran podido alcanzar el término natural de su vida, si se hubiesen vestido conforme a los principios de la salud y hubiesen hecho abundante ejer­cicio al aire libre.

      Para conseguir la ropa más saludable hay que estudiar con mucho cuidado las necesidades de cada parte del cuerpo y te­ner en cuenta el clima, el ambiente donde se vive, el estado de salud, la edad y la ocupación. Cada prenda de indumentaria debe sentar holgadamente, sin entorpecer la circulación de la sangre ni la respiración libre, completa y natural. Todas las prendas han de estar lo bastante holgadas para que al levantar los brazos se levante también la ropa.

      Las mujeres carentes de salud pueden mejorar mucho su estado merced a un modo de vestir razonable y al ejercicio. Vestidas convenientemente para la recreación fuera de casa, hagan ejercicio al aire libre, primero con mucho cuidado, pero aumentando la cantidad de ejercicio conforme aumente su re­sistencia. De este modo muchas podrán recobrar la salud y vi­vir para desempeñar su parte en la obra del mundo.

      No se valora debidamente el poder de la voluntad. Mantengan despierta y encaminada con acierto la voluntad, e impartirá energía a todo el ser y se constituirá en una ayuda admirable para la conservación de la salud. La voluntad tam­bién es poderosa en el tratamiento de las enfermedades. Si se la emplea debidamente, podrá gobernar la imaginación y ser un medio potentísimo para resistir y vencer la enfermedad de la mente y del cuerpo. Al ejercitar la fuerza de voluntad para ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacien­tes pueden cooperar en gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles los que pueden recuperar la salud si quieren. El Señor no desea que estén enfermos, sino que estén sanos y sean felices, y ellos mismos deberían decidirse a estar bien. Muchas veces los enfermizos pueden resistir a la enfermedad negándose sencillamente a rendirse al dolor y a permanecer inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación provechosa adecuada a sus fuerzas. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire y sol, muchos enfermos macilentos podrían recu­perar salud y fuerza.–El ministerio de curación, págs. 189, 190 (1905).

      La inactividad es la mayor maldición