Consejos sobre la salud. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981797
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embota, la mente se anubla y dismi­nuye su susceptibilidad a ser impresionada, cuando se está bajo la influencia de alimentos dañinos. Pero la culpa del transgresor no se atenúa porque su conciencia violada se halle adormecida.

      Satanás se ocupa en corromper las mentes y destruir a las almas con sus tentaciones insidiosas. ¿Comprenderá el pueblo de Dios lo que significa la complacencia de un apetito perver­tido? ¿Abandonará el uso de té, café, carnes y todo alimento estimulante, y en cambio dedicará a la predicación de la ver­dad el dinero que gastaría en la complacencia de estos apeti­tos perjudiciales? Estos estimulantes sólo causan daño, y sin embargo vemos que muchos que profesan ser cristianos usan el tabaco. Estas mismas personas, mientras deploran los males de la intemperancia y hablan contra el uso del licor, escupen a cada rato el jugo del tabaco que están mascando. Puesto que el estado saludable de la mente depende del funcionamiento nor­mal de las facultades vitales, cuánto cuidado debiera ejercerse en evitar el uso de todo narcótico y estimulante.

      El tabaco es un veneno lento e insidioso, y eliminar sus efectos del organismo es más difícil que los del alcohol. ¿Qué poder puede ejercer un adicto al tabaco contra los ataques de la intemperancia? Debe producirse una revolución contra el tabaco en el mundo antes que pueda aplicarse el hacha a la raíz del árbol. Vayamos todavía un poco más lejos. El consu­mo de té y café estimula el apetito que se tiene por estimulan­tes más fuertes, como el tabaco y el licor. Pero consideremos el asunto aún más de cerca y examinemos las comidas que se sirven diariamente en los hogares de los cristianos. ¿Se practi­ca en ellos la temperancia en todas las cosas? ¿Se promueven allí las reformas que son tan esenciales para la buena salud y la felicidad? Cada verdadero cristiano ejercerá control sobre sus apetitos y pasiones. Si no es capaz de librarse del yugo del apetito que lo esclaviza, no puede ser un siervo de Cristo verdadero y obediente. Es la complacencia de los apetitos y las pasiones lo que impide que la verdad surta efecto alguno sobre el corazón. Es imposible que el espíritu y el poder de la verdad santifiquen el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona que se halla controlada por el apetito y la pasión.

      Cuando Cristo se veía más fieramente asediado por la ten­tación, no comía. Se entregaba a Dios, y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión a la voluntad de su Padre salía vencedor [Luc. 4:2]. Sobre todos los demás cristianos profe­sos, los que aceptan la verdad para estos últimos días debieran imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se refiere...

      Jesús pedía fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba de más valor que el sentarse ante la mesa más lujosa. Demostró que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará más que vencedor a todo aquel que la obtenga.–Testimo­nios para la iglesia, t. 2, pág. 183 (1869).

      El consumo de té y café también perjudica el organismo. Hasta cierto punto, el té intoxica. Penetra en la circulación y re­duce gradualmente la energía del cuerpo y la mente. Estimula, excita, aviva y apresura el movimiento de la maquinaria vi­viente, imponiéndole una actividad antinatural, y da al que lo bebe la impresión de que le ha hecho un gran servicio infun­diéndole fuerza. Esto es un error. El té substrae energía nervio­sa y debilita muchísimo. Cuando desapareció su influencia y cesa la actividad estimulada por su uso, ¿cuál es el resultado? Una languidez y debilidad que corresponden a la vivacidad artificial que impartiera el té.

      Cuando el organismo está ya recargado y necesita reposo, el consumo de té acicatea la naturaleza, la estimula a cumplir una acción antinatural y por tanto disminuye su poder para ha­cer su trabajo y su capacidad de resistencia; y las facultades se agotan antes de lo que el Cielo quería. El té es venenoso para el organismo. Los cristianos deben abandonarlo.

      La influencia del café es hasta cierto punto la misma que la del té, pero su efecto sobre el organismo es aún peor. Es excitante, y, en la medida en que lo eleve a uno por encima de lo normal, lo dejará finalmente agotado y postrado por debajo de lo normal. A los que beben té y café los denuncia su rostro. Su piel pierde el color y parece sin vida. No se advierte en el rostro el resplandor de la salud.

       El té y el café carecen de valores nutritivos

      El té y el café no nutren el organismo. Alivian repentina­mente, antes que el estómago haya tenido tiempo de digerirlos. Esto demuestra que aquello que los consumidores de estos es­timulantes llaman fuerza, en realidad proviene de la excitación de los nervios del estómago, el cual transmite la irritación al cerebro, y éste a su vez es impelido a aumentar la actividad del corazón y a infundir una energía de corta duración a todo el or­ganismo. Todo esto es fuerza falsa, cuyos resultados ulteriores dejan en peor condición, pues no imparten ni una sola partícula de fuerza natural. El segundo efecto de beber té es dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, tem­blor nervioso y muchos otros males.

       La indulgencia le disgusta a Dios

      “Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agrada­ble a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Dios requiere un sacrificio vivo, no uno moribundo ni muerto. Cuando nos demos cuenta de lo que Dios nos pide, entonces comprenderemos que nos exige ser temperantes en todas las cosas. El propósito de nuestra creación es que glorifiquemos a Dios en nuestro cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. ¿Cómo podremos lograr este cometido si gratificamos el apeti­to en detrimento de nuestras facultades físicas y morales? Dios nos pide que le rindamos nuestro cuerpo como un sacrificio vivo. Por tanto, nuestro deber es mantener nuestro cuerpo en la condición más saludable para que podamos cumplir con sus requisitos. “Si, pues, coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, ha­cedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).

      Una práctica que prepara el terreno para un gran acopio de enfermedades y de males aun peores es el libre uso de drogas venenosas. Cuando se sienten atacados por alguna enferme­dad, muchos no quieren darse el trabajo de buscar la causa. Su principal afán es liberarse del dolor y las molestias. Por tanto, recurren a específicos, cuyas propiedades apenas conocen, o acuden al médico para conseguir algún remedio que contra­rreste las consecuencias de su mal proceder, pero no piensan en modificar sus hábitos no saludables. Si no consiguen alivio inmediato, prueban otro medicamento y después otro. Y así continúa el mal.

       Las drogas no curan la enfermedad

      Hay que enseñar a la gente que las drogas no curan la enfer­medad. Es cierto que a veces proporcionan algún momentáneo alivio inmediato, y el paciente parece recobrarse como resultado de su uso, pero en realidad se debe a que la naturaleza posee fuerza vital suficiente para expeler el veneno y corregir las con­diciones causantes de la enfermedad. Se recobra la salud a pesar de la droga, que en la mayoría de los casos sólo cambia la forma y el foco de la enfermedad. Muchas veces el efecto del veneno parece quedar neutralizado por algún tiempo, pero los resultados permanecen en el organismo y producen un gran daño ulterior.

      Por causa del uso de drogas venenosas muchos se acarrean enfermedades para toda la vida, y se malogran muchas exis­tencias que hubieran podido salvarse mediante los métodos naturales de curación. Los venenos contenidos en los muchos así llamados remedios crean hábitos y apetitos que labran la ruina del alma y el cuerpo. Muchos de los específicos popula­res llamados medicamentos patentados, y aun algunas de las drogas recetadas por médicos, contribuyen a que se contraigan los vicios del alcoholismo, el opio y la morfina, que son una terrible maldición para la sociedad.