La lucidez del cine mexicano. Jorge Ayala Blanco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jorge Ayala Blanco
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786070295065
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antonomasia machista-martirológica la fatigosa historia ejemplar del Inconforme que Nunca se Rajó (“Vanguardia, sitios, sacrificios, ¿no te cansas nunca?”) porque acaso lo único que deseaba era adelantarse a los lemas del redivivo inmortal caudillo golpista español Francisco Franco (“¡Viva la muerte!”).

      La lucidez infiel

      Durante un baile suntuoso del 31 de diciembre de 1999, exacto en la mismísima Noche del Milenio y como todas las medianoches de fin de año según han pactado a modo de tradición conyugal, la linda pareja poblana de etiqueta blanca a punto de la edad madura que integran la bella arquitecta insuficientemente encantadora pero compulsivamente autodesnudable a la menor provocación Mariana de 35 años (Mariana Seoane) y el apuesto fotógrafo de guerra desbordantemente higadezco pero lloronamente psicoanalizado Julián de 40 años (Plutarco Haza), aprovecha un momento cualquiera para desprenderse de las demás parejas oscilantes en torno de una piscina e irse esbozando pasos de danza, bailoteando por los pasillos hoteleros, jugueteando como escarceo premonitorio y vaciando una botella de champagne que se quedará sembrada ya sin contenido sobre un cenicero del camino, rumbo a la inmensa habitación donde habrá de entregarse con los brazos extendidos a una monumental cópula en el deslumbrador contraluz de un ventanal sólo iluminado por un asalto de fuegos artificiales que estallan como por impulso propio y a causa de alguna otra autoexcitación irreprimible.

      La ocasión bien vale un plano secuencia virtuosístico que nunca más habrá de repetirse a lo largo del relato, pero el desenlace de la secuencia se retomará a media película para mostrar que la cogida en cuestión se desvaneció, desvirtuada, sin los orgasmos esperados y en la franca frustración sentimental, pues el matrimonio en cuestión, pese a la opulencia en la que vive y aunque haga titánicos esfuerzos por sostenerse a flote, ya no es feliz, ni siquiera en la cama y en ocasión tan notable, negándose a reconocerlo. El fantasma de la insatisfacción y la infidelidad ronda sus vidas. Aunque además tengan dos simpáticos vástagos adolescentes, el agresivo hijo mayor Luis María de 17 años (José Eduardo) y la medio acomplejada hija menor Bibiana de 14 (Nicole Vale), que no parecen tener otra actividad reconocible que pelearse entre sí desde la hora del desayuno, ni mejor atención que la proporcionada por la cariñosa y apapachadora vieja sirvienta Aurelia (Nubia Martí). Y aunque cuenten cada vez más con el reconocimiento gremial a sus respectivas profesiones, a las que siguen dedicando sus mejores empeños y desvelos exitosos e incuestionables.

      Por un lado, el exigente fotorreportero apenas se conmueve con el sufrimiento de las aullantes víctimas inocentes de las tragedias bélicas que registra, pero siente miedos pánicos por su propia vida a media contienda peligrosa y acostumbra descargar su tensión en el gimoteante diván de la severa si bien guapa psicoterapeuta de cuero negro Dra. Mireles (Fabiola Campuzano) que sin mayor explicación pronto habrá de renunciar a seguir conduciendo su tratamiento, dejándolo en las garras de las visualizables regresiones infantiles en donde obsesivamente retorna la tierna figura de un padre amoroso (el regor-dete bigotón Carlos Corona) que se le murió de un infarto en pleno jugueteo por el bosque, abandonándolo, como ahora la psicoanalista, a merced de incontrolables fantasías masoquistas con las que atosiga a su bella esposa fiel, como la de ser engañado sexualmente por ella, con su venia, para que luego le platique cómo le fue y disfrutarlo juntos (“Quiero que lo goces y luego me cuentes”), demostrando así la seguridad sensual de su relación (“No quiero que la rutina se trague nuestro matrimonio”). Por otro lado, tan asaltada por los traumáticos recuerdos de un engañador padre perfecto (Marco Antonio Treviño) que le llegó a ocultar hasta la muerte de la madre (Diana Ferreti) como harta de soportar la presión que ejerce el marido sobre su noble conciencia moral de treintona clasemediera, la inquieta arquitecta fiel a toda prueba de repente no tendrá empacho en estar a punto de ceder a los requerimientos eróticos muy bien concertados del ajado ingeniero opulento aún irresistiblemente ligador Javier Betanzos (Humberto Zurita), cliente de su despacho constructor, durante un idílico viaje de trabajo a la playa para estudiar el magno desarrollo arquitectónico de unas villas turístico-residenciales al estilo marroquí, pero un histérico telefonema celoso de su marido a medio faje (“¿Con quién chingados estás? Pinche puta”), la hará desistir de su intento de infidelidad (“No me insultes, yo nunca te he mentido”), quedándose terriblemente frustrada.

      Incapaz de reponerse del golpe psicológico de que su esposa estuvo en trance de engañarlo (o lo engañó en efecto), rompe con las frágiles idealizaciones en que realmente vive el varón y no tarda en dar al traste con su matrimonio. Abandona el domicilio conyugal, renta un depto modesto e inicia el proceso de divorcio, aunque inconsolable, refugiado más que nunca en su riesgoso trabajo fotográfico, a la deriva psicológica y tolerando que su exterapeuta lo visite en su nueva morada para satisfacer el reprimido deseo sexual que la impulsaba hacia él más allá de su aptitud para el manejo de la transferencia psicoanalítica y por lo que había decidido éticamente suspender sus sesiones (“Ya no eres mi paciente”), si bien nunca correspondida. Por su parte, la arquitecta se verá despojada de la dirección del proyecto playero por discreta iniciativa del propio cliente, padecerá el naufragio emocional de sus dos hijos en edad difícil, el varón entregado a la drogadicción temprana a que lo orillan sus amigotes y en manos de una compañerita aficionada maniática a los tríos sexuales que finge estudiar con música clásica a todo volumen para despistar tras la puerta cerrada de su cuarto (Paula Casas) y la puberta víctima del bullying y a la que debe írsele a rescatar en una comandancia policiaca por reaccionar violentamente ante la violencia, y para colmo, la hermosa Mariana va a sufrir por una sospecha de cáncer que la hará ingresar a hacerse una dolorosa biopsia en el hospital, mientras el fallecimiento de su anciano padre dejará al descubierto que éste durante décadas llevó una doble vida amorosa con una ahora vieja dama sacrificada (Rosita Bouchot) que gentilmente la invita a su casa y le obsequia a petición suya un simpático bibelot desde su niñez codiciado.

      Será la contemplación distractora de ese fetiche lo que motivará el accidente automovilístico de cuyo providencial percance callejero Julián rescatará raudamente a su exmujer (“Yo voy a pagar todo, bájale de huevos”), a bordo de su motocicleta (reminiscente visual de su primera fuga sexopremarital a la playa), para que vuelvan a verse, vuelvan a gustarse durante una cena ad hoc (“Te ves increíble”) y resuelvan volver a vivir juntos, decididos a asumir sus culpas (“Cosechas lo que sembraste”), restañar la pareja desintegrada y salvar a sus hijos (“Aún están a tiempo”) de la vorágine degradante con mano dura ante el chavo (“Te enderezas o te largas y no cuentes con nosotros”) y blanda ante la chavita (“¿Estás bien?”) alternativamente, pero Mariana primero habrá de sentirse obligada a alcanzar en la playa a su galán invernal para proseguir el lance extraconyugal que había dejado inhumanamente interrumptus.

      Canon (fidelidad al límite) (Cine Producciones Internacionales - Cima Films-Fidecine / Imcine, 90 minutos, 2011), ambicioso e hipotéticamente desbordado y heterodoxo décimo quinto largometraje del exjúnior fílmico mexicano otrora autónomo cuan trepidantemente venezolano ya en el límite de los 67 años Mauricio Walerstein (del morelense Fin de fiesta, 1972, a la caraqueña Crónica de un subversivo latinoamericano, 1976, y de ahí a la norteña Travesía del desierto, 2010), con guión suyo, de Claudia Nazoa (la Paz Alicia de Walerstein desde Juntos bajo la luna, 1999) y del analista político / narrador literario Federico Reyes Heroles basados en la crítica novela psicosocial Canon (2008) de este último, la infidelidad femenina se plantea, contempla y resuelve desde un claro enfoque masculino, pero comprensivo, justificador y con aspiraciones reflexivas, en pos de una imposible aunque denodada lucidez infiel, como sigue.

      La lucidez infiel contempla la desmitificación del matrimonio supuestamente perfecto y modélico, pero monstruosamente rutinario y aburrido, y en el fondo para ambos consortes pavorosamente insatisfactorio y perfectamente engañoso e inútil. Érase una hembraza en pleno ingreso a la madurez (porque la madurez femenina existe ya al fin hasta para el cine mexicano), brillante, talentosa y encaminada al éxito, aunque casada con un pobre tipo encerrado en sí mismo, ambiguo y contradictorio. Éranse el depresivo y la insatisfecha irrecuperables. Érase una atractiva protagonista vista y relatada por la risueña gerente de la galería de arte donde expone Julián y solidaria amiga narradora-testigo Claudia (Mónica Dionne), en voz alta y de cara a la cámara, con picardía más que complaciente,