2. Directamente relacionado con el punto anterior, está la idea de las actitudes políticas que se asumen por medio del rock y que, de un modo u otro, determinan el actuar social del sujeto/consumidor que resiste al sistema desde lo estético.
3. En las manifestaciones latinas del rock, lo tradicional y lo popular cobran nuevos significados y se da una interesante yuxtaposición de estéticas que determinan un nuevo modo de entender y proyectar la cultura: un modo alternativo.
Basta pensar en las recuperaciones que han hecho bandas como Aterciopelados y Sepultura de sus referentes locales. En el primer caso, por medio de la imagen de una vocalista, se ha logrado una manera casi kitsch de proyectar el rock, en la cual la Fender Stratocaster aparece al lado del Divino Niño del 20 de Julio. Sepultura, por su parte, ha integrado el metal con elementos tradicionales brasileños y líricas de corte eminentemente político que dan como resultado un metal latino que lucha contra el sistema. El rock se convierte en el nicho de la convergencia de lo local con lo global y en un fuerte y poderoso dispositivo de resistencia contra la tradición hegemónica. Si bien se trata de una banda estadounidense, en esta misma línea, podrían mencionarse los trabajos de Rage Against the Machine a lo largo de los noventa y sus múltiples líricas revolucionarias que recogían las ideas del Che Guevara y el “sub” Marcos. Basta pensar en la letra de “People of the Sun”, incluida en el disco Evil Empire (1996):
When the fifth sun sets get back reclaim, tha
Spirit of cuahtemoc alive an untamed
Face tha funk now blastin’ out ya
Speaker, on the one maya, mexica
That vulture came
ta try and steal ya name but
Now you found a gun
This is for the people of the sun
It’s comin’ back around again
This is for tha people of tha sun
Neva forget that tha wip snapped ya back, ya
Spine cracked for tobacco, oh I’m the Marlboro man.
Recapitulemos brevemente. Desde los sesenta, el rock se convirtió en el himno de las masas y se desarrolló, no solo como género musical, sino como portavoz de una cultura del cambio, creciente y cada vez menos ignorada. Las multitudinarias manifestaciones que a través del rock se llevaron a cabo, como Woodstock, en 1969, el festival de Avándaro en 1971 (en México) o el de Ancón (en Medellín, 18-20 de junio de 1971), son un testimonio innegable de la fuerza que tuvo este género musical, que hacia finales de los sesenta ya se había convertido en todo un movimiento estético y cultural, acompañado de muchas otras manifestaciones artísticas, como la pintura y la poesía. Desde esta perspectiva, el rock se desarrolló a lo largo de las tres décadas siguientes y se subdividió en innumerables corrientes que van desde el metal hasta el grunge de los noventa.
Cada una de las manifestaciones del rock encierra dentro de sí elementos propios, únicos y particulares que, por medio de una apreciación cuidadosa y crítica, pueden ser develados y pueden llegar a poner de manifiesto fenómenos sociales y culturales que pasan inadvertidos en la apreciación diaria que se tiene de ellas. Se trata de formas de expresión y de socialización que se presentan como el mostrarse de toda una serie de subjetividades que surgen a lo largo y ancho del andamiaje social.
Estas subjetividades determinan, como es claro, formas de comportamiento, de mostrar-se y de actuar: la música da nuevos sentidos a la realidad y reelabora las identidades, es algo que se lleva dentro y que, quiérase o no, cambia la forma de ser y de interactuar con el entorno. Es mucho más que sonido: la música es visceral; es una forma de vida, en especial para los jóvenes quienes la hacen su vida.
En lo referente al rock, hoy por hoy, son paradigmáticas las reflexiones de De Garay (s. f.). Quisiéramos concluir este aparte con uno de sus pasajes, que, si bien es algo extenso, resume claramente y redondea lo que hasta aquí hemos pretendido expresar:
Una de las dimensiones de análisis fundamental para comprender los procesos culturales de la juventud consiste en acercarse al conocimiento de las prácticas sociales vinculadas con el consumo musical. Desde mi perspectiva, no hay, sin duda, gusto alguno, exceptuando quizá los alimenticios, que esté más profundamente implantado en el cuerpo que el musical. Y si de algo se apropian, en primer lugar, los jóvenes es de su propio cuerpo, de ahí mi interés por explorar la compleja realidad inherente a los procesos de producción y apropiación musical.
En la música, como en otros bienes culturales en los que predomina el valor simbólico, sobre el valor de uso o de cambio, las formas de distinción social y cultural pasan irremediablemente por la forma y el tipo de consumo, pero, a su vez, pueden ser también escenario de comunicación e integración social (García-Canclini, 1990). La música se constituye así en un complejo entramado de sentidos; opera en las prácticas culturales de los jóvenes como elemento socializador y al mismo tiempo como diferenciador de estatus o de papel (De Garay, s. f.).
Después del final : el libro
El libro que el lector tiene en sus manos busca llenar algunos vacíos bibliográficos que existen en torno al rock colombiano y ampliar la literatura general desde un contexto latinoamericano. Si bien es cierto que se ha escrito bastante sobre jóvenes y rock en el contexto latinoamericano, las aproximaciones que sobre este se han hecho cuentan con dos características fundamentales que justifican, más aún, la necesidad de un análisis diferente. En primer lugar, durante de los noventa hay una explosión en la producción de música rock en toda América Latina, apoyada en gran medida por la aparición de MTV Latino y la emergencia de disqueras independientes que se encargaron de generar productos y canales de distribución de la música de los jóvenes rockeros. Por consecuencia, no solo devienen elementos clave en el mercado cultural, sino en objeto de interés académico que entonces empezaba a preguntarse por el lugar de los jóvenes en tanto agentes en el contexto latinoamericano. En segundo lugar, estas aproximaciones se realizaron, principalmente, desde un enfoque culturalista, que llegó a un punto taxonómico en sus estudios. Si bien es cierto que este libro tiene una gran influencia de los estudios culturales, de igual manera pretende trascender lo que estos mismos lograron un cuarto de siglo atrás.
La primera sección, “Colombia: los relatos de un rock inconcluso”, se abre con un trabajo de Ricardo Durán Paredes, editor de la revista Rolling Stone Colombia, en que el autor muestra cómo el efímero auge del rock en español de los ochenta en Colombia se ahogó entre el estallido de las bombas y el desinterés de quienes lo habían echado a andar. Los grandes eventos desaparecieron ante la amenaza terrorista y los músicos se refugiaron en los bares, donde empezó toda una escena que sacudiría el aburridísimo paisaje de nuestras ciudades. En esos bares, se gestaron los procesos de bandas como 1280 Almas, Aterciopelados, Superlitio, Estados Alterados, y muchos otros que estuvieron en las primeras ediciones de Rock al Parque. Allí empezó a moverse algo que todavía nos hace vibrar. Sin embargo, la violencia —musa horrible y catalizador— no fue el único factor que transformó nuestros sonidos en esa época. Este trabajo busca exponer una serie de factores que resultaron fundamentales en una década que cambió definitivamente nuestra música (no solo el rock) en términos artísticos y de industria. Entre estos factores, Durán se ocupa de la Constitución Política de 1991 (“El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural”), la apertura económica, la influencia de artistas como Carlos Vives, Aterciopelados, Richard Blair, Iván Benavides, Teto Ocampo, Pablo Berna y figuras pop apoyadas por grandes capitales (Marcelo Cezán, Marbelle, Shakira); indaga el papel que desempeñaron MTV Latino, Rock al Parque, Radiónica (la Frecuencia Joven de la Radiodifusora Nacional) y la masificación de estéticas “alternativas”. Durán muestra cómo,