Luís García
La
Mosca
Primera edición: abril de 2021
©Grupo Editorial Max Estrella
©Editorial Calíope
©Luís García
©La mosca
Ilustración de cubierta: Mariana Morales @mariinadraws
ISBN: 978-84-122731-9-9
Grupo Editorial Max Estrella
Calle Doctor Fleming, 35
28036 Madrid
Editorial Calíope
www.editorialcaliope.com
Agradezco mucho a mis amigos y a mi familia el haberme apoyado siempre con la escritura, y también al pueblo donde me crié por darme el ambiente necesario para poder escribir está historia.
Paz
Ardid
Sarao
Anomalía anómala
Objetivo
Ego
Roto
Olvido
Proceso
El Pacto
Regocijo
Un mundo ideal
Dificultades
Facilidades
Nueva dueña
Indecisa
Hel·la
Zolock
Poder
Estrategia
La jugada
El resultado del juego
El inicio
Era una noche tranquila en La Bisbal de l’Empordà, una pequeña ciudad cerca de Gerona conocida en el resto de España por el mal nombre de “La Bisbal del Ampurdán”. Estaba en el Paseo, andando mientras miraba hacia la luna, que se escondía detrás de las hojas. No tenía un rumbo fijo, no sabía adónde ir en verdad, solo quería caminar y caminar. Despejarme un poco.
Llegué hasta el final del paseo, miré la extraña escultura que había allí, y pensé hacia dónde ir. Podría seguir la carretera tirando hacia Gerona, y mirar si algunas de las tiendas de cerámica que solían estar vacías seguían abiertas o no. O bien podría subir, tirar hacia las vueltas y mirar si me encontraba con alguien que me despejase en los bares que hay por allí. También tenía la simple opción de perderme entre las calles e investigar por la pequeña ciudad.
Elegí la última opción. Aunque no pude hacerlo. Me conocía demasiado bien las calles. Al llegar delante de la iglesia con su gran fachada blanca y sus grandes escaleras me estiré en ellas para mirar al cielo negro que estaba iluminado por los focos de las farolas. Pasé un rato allí, donde al fin conseguí perderme en mis pensamientos. ¿Por qué dudaba? ¿Por qué no había aceptado ya mi destino? Tenía ya una edad en la que no sabía qué hacer. No sabía cómo actuar, una puerta de posibilidades casi ilimitadas se me había abierto y en esos momentos no sabía si debía cruzarla o no… Tenía miedo de lo que podría ocurrir si cruzaba esa puerta. Miedo de lo que pudiese llegar a hacer.
Me levanté del gélido suelo, y me puse a caminar. Esta vez con rumbo hacía el antiguo puente de piedra. En el centro de este se encuentra la puerta que da al inicio de todo. Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y puse las manos en las rodillas, cruzando los dedos. Cerré los ojos y esperé, esperé a la llegada de la primera miga de pan, que nadie, excepto yo, iba a ver. Esperé en la noche, sin oír nada excepto el soplido del fuerte viento que intentaba arrancarme de mi búsqueda. Tiempo estuve allí esperando, mientras el tiempo pasaba a mi lado, cuando al fin la mota llegó y se posó en mi pequeña nariz. Al notar ese pequeñísimo cambio, abrí los ojos y vi una pequeña mosca de ojos morados. Al verla, acerqué con cuidado la mano y la atrapé. La mosca estaba tranquila, dentro de mi mano. Seguía en mi mano a pesar de abrirla y no se fue. No se podía ir. No, así como así. Se alzó y fue a parar a mi hombro derecho. Se posó sobre él, sobre mi piel y se apegó a mí para no soltarme nunca más.
El primer paso estaba cumplido, ya no había vuelta atrás, ahora todo lo que antes importaba, no valía nada.
Ahora es seguir los pasos o morir.
La tarde
Con mi nueva acompañante, ya podía seguir el sendero invisible. Con ella, ya tenía su visión, su visión del mundo tal y como es. Sin mentiras ni engaños. Ahora no había nada que se pudiesee esconder de mí. Todo está a mi alcance ahora.
Aún en el puente viejo, miré hacia el cielo y vi el nuevo puente que hay delante, el cual está a una distancia considerable, por el que pasaban dos chicos, unos años mayores que yo que hablaban entre sí, la oscuridad los protegía, pero no lo suficiente para esconderse a mi nueva visión.
Eran altos, uno más que el otro, iban vestidos muy diferentes el uno del otro, el más alto de los dos vestía una sudadera morada, que ya tenía sus años, junto con unos pantalones grises y unos zapatos azules con una franja amarilla en ellos. Tenía el pelo muy despeinado, como si no se hubiese peinado en semanas, meses incluso. Sus ojos brillaban más de lo normal, ya que llevaba lentillas. El otro chico, era un poco más bajo que el anterior, pero tenía su altura, aun así. Llevaba puesto un jersey a rayas, con unos tejanos oscuros, que combinan bastante con unos zapatos de viejo de color azul oscuro. Tenía el pelo un poco abombado, aunque bien peinado.
Iban caminando tranquilamente, hablando entre ellos y lo mejor que podía hacer era irme, no tenían que verme. No pueden verme. Aún no.
Me levanté del frío suelo construido con rocas y me dirigí hacía el castillo de la Bisbal, el cual se encontraba cerca. Hay muy buenas vistas desde su azotea, aunque a esas horas debería estar completamente vació y cerrado.
Al estar delante cerré los ojos y empujé mi visión dentro. Era una bonita sensación. Podía ver lo que quisiera e ir donde fuera.
Atravesé los techos del castillo hasta que mi mente se puso en la azotea y entonces di un paso adelante.
Note el cambio enseguida. Pasé del poco viento de la superficie a la agradable brisa que movía mi pelo rubio en las alturas en menos de un segundo. Abrí de nuevo los ojos y contemplé la grandiosa y a la vez pequeña ciudad que se alzaba a mis pies.
Me senté en el suelo apoyando la espalda en la pared. Por fin empezó todo. Ese poder… Con él podía hacer grandes cosas. Debía