Una última característica importante es que gracias a los avances tecnológicos recientes en el campo de las telecomunicaciones la difusión de las nuevas innovaciones es casi instantánea y, más aún, para quienes cuentan con los medios económicos, ya que su adquisición es también inmediata. No obstante, aun en el mundo de hoy, hay mucha gente que se queda fuera de estos beneficios por diferentes razones, entre ellas: no tener acceso a las vías mundiales de comunicación electrónica, no tener el dinero para ser cliente de estos productos, no manejar los “códigos de la modernidad” o por todas a la vez.14 De estos motivos, se subraya al tercero como el de mayor impacto. En la actualidad, ser alfabeto funcional, en la forma como tradicionalmente se entiende esta expresión, es totalmente inadecuado. Para que los educandos, es decir todos nosotros, nos mantengamos a la altura de los tiempos, tenemos que redefinir en forma integral el acervo de habilidades y destrezas básicas que los procesos educativos deben entregar a sus alumnos desde la escuela primaria. En otras palabras, la “alfabetización” debe centrarse en crear las bases para un acceso continuo a esos “códigos de la modernidad”. Hoy en día, saber inglés y poder manejar una computadora son quizás los ejemplos más fáciles de entender.
EL CONTEXTO SOCIOCULTURAL
¿Qué se entiende por contexto sociocultural? Para responder a esta pregunta se aprovecha la sencillez y la maleabilidad de la teoría de sistemas. Es conocido que un sistema es un conjunto de elementos que interaccionan entre sí en busca de un objetivo común, con una estructura fácilmente diferenciable de su entorno. Los ejemplos abundan: el sistema solar, el sistema nervioso, una empresa fabril, una organización sin ánimo de lucro, un equipo de fútbol, una familia, un motor de combustión interna, etc. También es de conocimiento común que cuando los elementos interactuantes son personas, tenemos sistemas sociales que pueden ser abiertos o cerrados en la medida en que sus actores se interrelacionen o no con sus respectivos entornos. Ejemplos de los primeros son las empresas productivas, universidades, familias, equipos de fútbol, entre otros. Ejemplos de los segundos son los claustros, las prisiones y, como ya vimos, nuestro planeta Tierra. Por último, es muy común que al interior de un sistema funcionen otros a los cuales se los denomina subsistemas, tal es el caso de una corporación con sus diferentes divisiones y departamentos.
¿Cómo utilizar esta conceptualización para construir un prototipo de organización social? Lo hacemos siguiendo el trabajo pionero de Talcott Parsons, sociólogo, y Neil Smelzer, economista, quienes han investigado posibles formas de integrar la teoría sociológica con la teoría económica.15 Según estos dos autores, para que un sistema social sobreviva y se mantenga vigente a lo largo del tiempo debe cumplir, por lo menos, con cuatro imperativos funcionales: adaptación a un hábitat para asegurar la supervivencia de su gente; movilización de voluntades para la consecución de los objetivos a los que aspire el grupo; integración del comportamiento de sus participantes para que estos funcionen como una colectividad y no a manera de individualidades sueltas, y, por último, gestión de las tensiones que inevitablemente se darán en el conglomerado en cuestión y que, de no ser administradas con habilidad y a tiempo, pueden convertirse en amenazas serias para su viabilidad. En seguida postulan que para que estos imperativos funcionales se lleven a cabo en forma adecuada los sistemas sociales deben generar sendos subsistemas. De este modo, la adaptación al hábitat estará a cargo de un subsistema económico, la consecución de objetivos correrá de cuenta de un subsistema político, la integración del gruposserá función de un subsistema cultural y de valores, y la administración de tensiones estará bajo la responsabilidad de un subsistema de leyes e instituciones. A continuación, y con la ayuda del gráfico 1.5, se explican las correspondencias entre los imperativos funcionales y sus respectivos subsistemas.
GRÁFICO 1.5. Sistema sociocultural
El nexo entre el imperativo funcional de adaptación y el subsistema operacional de la economía se evidencia cuando se tiene en cuenta que en este modelo a este subsistema se asigna, como responsabilidad sine qua non, el hacerse cargo de la producción y distribución de bienes y servicios para satisfacer las necesidades de la gente que conforma la totalidad del sistema social. En esta dirección, y para propósitos de este capítulo, no hace falta ir más allá de lo que ya se ha dicho sobre cómo hemos venido funcionando desde que el humano se volvió bípedo, es decir, bajó de los árboles. Es necesario subrayar que teóricamente no hay ninguna razón para que sistemas sociales diferentes tengan que responder en forma igual a las exigencias del problema económico de siempre. Como se verá más adelante, históricamente la humanidad ha recurrido a cuatro maneras de resolver dicho problema: la tradición, el mandato de una autoridad central, el sistema de mercado y las economías mixtas. En la actualidad, aun naciones muy próximas en sus formas de ser y actuar frecuentemente abordan este tema con las particularidades sociales e históricas de cada una de ellas, lo que incluye espacios de variada amplitud para sus convergencias y divergencias. Por otra parte, interesa destacar que, según esta conceptualización, no queda la menor duda de que “no solo de pan vive el hombre”16 y que cualquier cosa que tenga que ver con la economía tiene que ver también con el resto de la estructura social.
La afinidad del imperativo funcional de consecución de objetivos con el subsistema operacional de la política radica en que para llegar a los propósitos que colectivamente se quieran obtener, el recurso indispensable con el que se tiene que contar es el poder. Para que cualquier sistema social funcione es indispensable establecer jerarquías de responsabilidades, que deben ir de la mano con sus correspondientes jerarquías de autoridad. Al igual que en el subsistema económico, a priori no hay ninguna razón para que los sistemas sociales tengan que adoptar modelos coincidentes de responsabilidadautoridad. No obstante, en la práctica, sobre todo países con recorridos históricos relativamente cortos con alguna frecuencia han trasladado a sus geografías modalidades concebidas en otros países o de inesperada novedad en determinados tiempos. Como clara ilustración del primer caso está la Constitución de los Estados Unidos, que en 1787 incorporó a su institucionalidad a los tres poderes del Estado, que los enciclopedistas franceses proponían en sus escritos: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Como ejemplo del segundo tenemos a la Constitución de la República del Ecuador de 2008, que agregó a estos tres poderes las funciones Electoral y de Transparencia y Control Social.
El vínculo entre el imperativo funcional de la integración y el subsistema cultural y de valores se encuentra en la necesidad de que un sistema social tiene de convertir individualidades sueltas en una colectividad con un alto grado de identidad propia, a fin de asegurar su permanencia como tal. Se trata, por ejemplo, de convertir once personajes que corren tras un balón en un equipo de fútbol con sinergia, con una efectividad colectiva superior al total de la suma de las habilidades individuales, como lo que sucedió con la selección ecuatoriana de fútbol cuando, después de innumerables intentos, se clasificó a tres campeonatos mundiales. Hay quienes sostienen que estos logros se obtuvieron porque hubo suficientes compatriotas que, con devoción sin precedentes, se encomendaron a numerosos santos de prestigio; sin embargo, para muchos de nosotros la respuesta es diferente y se puede poner en los siguientes términos. En los tres casos exitosos —que se espera no serán los últimos—, primó la intensidad de la coherencia con la que los jugadores se desempeñaron durante las eliminatorias. Esta coherencia surgió de una “cultura de grupo” que quienes estuvieron a cargo de la preparación de la selección alcanzaron a forjar para que hiciera parte intrínseca del desempeño de cada uno de los jugadores. Los criterios de Schein, uno de los tratadistas más distinguidos sobre el tema, ayudan a entender lo anterior. “La cultura de un grupo se puede definir como [...] un patrón compartido de supuestos aprendidos por el grupo en el proceso de resolver sus problemas de adaptación externa y de integración interna y que han funcionado lo suficientemente bien como para considerarlos válidos y, por tanto, susceptibles de ser enseñados a los nuevos miembros”.17 Parece que nos faltó lo último