Sin respuesta, asumiendo que Zeballos no había recibido esa carta, en 1880 les enviaba a él y a Moreno sus obras publicadas, la lista de las por publicar y una aclaración: de las 309 especies de mamíferos enumeradas en la obra hecha con Gervais, 180 estaban representadas en su colección particular, que incluía otra de cuatro mil objetos prehistóricos europeos, blancos, sin pintura, tratados con goma laca, obtenidos en parte por intercambio de calcos de objetos sudamericanos. Se había guardado para sí todos aquellos que podían ser utilizados en la discusión sobre la antigüedad del hombre y el Paleolítico de las pampas argentinas.
En 1880, Florentino Ameghino publicaría en Buenos Aires y en París La antigüedad del hombre en el Plata, una gran síntesis con la cual cumplía su promesa –y las nunca realizadas de Zeballos y Moreno–. Esta obra afianzaba su vínculo con Topinard, Quatrefages y Broca y su cercanía de G. de Mortillet. En ella insistía en la contemporaneidad del hombre con la fauna extinguida. Discutía la homogeneidad de los indígenas, la idea de una sola raza americana y la predicación del cristianismo en América con anterioridad a la conquista española. No descartaba los contactos con el Viejo Mundo, pero sí el origen del hombre americano en un único foco de Asia Central, afirmando su independencia de las razas del antiguo continente: para Ameghino, siendo el hombre americano tan antiguo como el de Eurasia, nada impedía pensar en migraciones e intercambios en ambos sentidos. La diversidad y complejidad de lenguas, cráneos y vestigios de civilizaciones hablaban de la alta antigüedad de la humanidad de este continente. El posterciario del Plata, desde ahora, contaba con objetos y yacimientos de época neolítica, mesolítica –ambos correspondientes al período geológico pospampeano– y paleolítica, del período pampeano, con sus tiempos de los grandes lagos, pampeano moderno y antiguo. También daría a conocer al hombre prehistórico de las pampas morando en las corazas de los gliptodontes y haría circular los dos tomos en Francia y en la Argentina.
Moreno, refugiado en París luego de haber desertado de uno de sus viajes a la Patagonia, agradecería el envío con cálidas palabras y desestimaría las diferencias de antaño: las clasificaciones de sus primeros trabajos habían sido provisorias y la antigüedad del hombre en las pampas, un gran hecho, imposible de negar. Moreno argumentaba desconocer los trabajos de Ameghino al publicar el suyo de 1874, confesando:
Nunca he negado la antigua vida humana en la pampa y para que Ud. vea que lo ha habido en mí, solo es prudencia debo decirle que desde 1871 tengo en las colecciones el esqueleto destruido de un guanaco encontrado por mí, en la arcilla pampeana no removida, a orillas de la laguna de Vitel, a dos o tres metros de un G. tuberculatus, el cual estaba a mitad sepultado en el humus. Cerca encontré también gran parte del esqueleto de un Eutatus. Dicho guanaco ha servido de alimento al hombre. Su cráneo está dividido en dos partes para sacar los sesos y todos los huesos hendidos para extraer la médula, y muchos de ellos parecen haber sido pisados sobre piedras para extraerles una mayor cantidad de grasa. Conservo varios trozos de tosca, en los que están aún adheridos dichos fragmentos.
Moreno insistía: había tratado de extremar la prudencia antes de dar a conocer estos datos tan interesantes para los problemas geológicos y antropológicos americanos. Destacaba, sí, su desacuerdo en otras cuestiones pero se mostraba un convencido partidario del hombre contemporáneo a los animales extinguidos de las pampas. Moreno autorizaba a Ameghino a disponer de esta carta y, con ello, el acuerdo público sobre estos asuntos.
Ameghino respondería después del año nuevo, todavía en París, relatándole el inicio de sus desavenencias con Burmeister allá por 1874, en una ocasión en la que lo creía acompañado de su discípulo, el joven Moreno, quien poco después publicaría su trabajo en el Congreso de Estocolmo. En esa entrevista Burmeister lo habría despedido sin más ceremonias, negando todo interés en su hallazgo del hombre fósil. Ameghino le recordaba la indiferencia de la Comisión de la Sociedad Científica –es decir, de Moreno y de Zeballos– frente a sus hallazgos y a su invitación a visitar los yacimientos. En esta carta plagada de reproches Ameghino, quizá sin pensarlo, enraizaba el origen de su nueva profesión en el desprecio de los otros: “Para algo sirve la desgracia; si cuando me presenté al Dr. Burmeister, él hubiera examinado el humilde fruto de mis desvelos de aficionado, yo habría quedado satisfecho, ya no me habría ocupado de tales objetos, y sería hoy un humilde maestro de escuela. Pero la incredulidad e indiferencia que encontré hirieron mi amor propio, me obligaron a estudiar y a buscar medios de buscar nuevos materiales, y es a esas dificultades que actualmente debo el honor de que Ud. me de el inmerecido título de colega”. Este intercambio confirmaba las palabras de Casimiro Nogaró sobre el poder del dinero y fue el preludio de una nueva y efímera amistad. Moreno y Ameghino reconocían los errores del pasado exhibiendo con crudeza ese entramado de celos, resentimientos y obsesiones donde se sostenía la prehistoria. Consumidos por ellos, la prudencia, el respeto y el deseo de emular a las autoridades científicas de Buenos Aires, se asociarían –para fracasar– en el establecimiento del nuevo Museo Nacional en Buenos Aires.
Antes de partir, en abril de 1881, Ameghino despachó tres cajones de libros con 270 ejemplares de los dos volúmenes de La antigüedad del hombre en el Plata para vender en Igón Hermanos a 250 pesos cada uno. La impresión de quinientos ejemplares le había costado 5.500 francos. Agregaba, además, veinticuatro ejemplares de La formación pampeana, cuatro para la Sociedad Científica Argentina, a la cual se lo había dedicado. Los veinte restantes podían ser vendidos a 75 pesos cada uno. A ello se sumaban 325 ejemplares de la Taquigrafía Ameghino. Su precio: 25 pesos el ejemplar. Deseaba la mayor publicidad para este nuevo sistema de escritura en el que había puesto sus esperanzas, “único que permite seguir la palabra del orador mas rápido. Se lee más correctamente que la escritura común. Se aprende en 3 horas y sin maestro”. Su hermano Carlos sería el primer –y único– discípulo de este método que, en otras variantes, proliferaba en la Europa de 1870 como parte de la preocupación acerca de la mecanización de la escritura y el registro de la palabra hablada, una cuestión que –a fines del siglo XIX– se conjugaría con la llamada revolución administrativa del gobierno y del comercio. Sabiendo que no regresaría a su cargo escolar, Ameghino había invertido en obras que suponía le permitirían, a él y a sus hermanos, sobrevivir en la Argentina de 1880.
Capítulo 3
La Exposición Continental de Buenos Aires y el museo que no fue
El 18 de junio de 1881 Florentino Ameghino se embarcaba hacia Buenos Aires. No había cumplido aún los treinta años. Hacía dos que no era director de la escuela de Mercedes, a pesar de que, al despedirse de sus colegas, indicaba la dirección en esa ciudad para la correspondencia. En el Plata lo esperaban sus padres y sus hermanos; uno en Luján, el otro trabajando como dependiente en Fray Bentos, Uruguay. Florentino no regresó a la ciudad de su familia: prefirió instalarse con su esposa –conocida por suegros y cuñados como Leontina– en la calle Victoria 629 (actual Hipólito Yrigoyen) de Buenos Aires.
Contaba con sus colecciones, los tres libros publicados en París y una red de contactos en el mundo de los museos europeos. Para alimentarla, antes de partir, se ocupó de enviar ejemplares de La antigüedad del hombre en el Plata a las principales figuras y bibliotecas de un continente que no volvería a visitar. Les solicitaba mantener la correspondencia y, aprovechando que tendría a su disposición la materia prima y que había aprendido las técnicas para modelar y restaurar huesos fósiles, se ofrecía como proveedor de modelos de animales extinguidos. Proyectaba realizar, para la venta o el intercambio, una serie con “sus” fósiles principales. Algunos, como el Museo Cívico de Milán, se entusiasmaban y, recíprocamente, le prometían copias de mamíferos fósiles e instrumentos prehistóricos lombardos; otros, como el Museo de Cirujanos de Londres, habían cambiado el foco de su interés y, saturados de fósiles, sólo recibirían piezas,