El lugar de la Argentina no era pequeño pero sí insignificante frente a la inmensidad de París y su extenso programa de festejos, acompañado de numerosos congresos y acontecimientos científicos. Entre ellos una reunión de mujeres, el congreso geológico y la exposición antropológica, cuyo catálogo se publicó a destiempo por lo que varios países lo incluyeron en sus secciones nacionales, como el argentino, donde figuraba entre los objetos dedicados a la educación y la enseñanza, el material de las humanidades (arts libéraux), la “organización, métodos y material para la enseñanza superior”.
Las colecciones de fósiles y antigüedades de Ameghino estaban destinadas a la Exposición Internacional de Antropología y Paleontología. La Comisión Central Argentina había asumido el costo de transporte desde Mercedes hasta París, negociando el libre transporte en el Ferrocarril del Oeste hasta el puerto de Buenos Aires. En las bodegas de los barcos iban, además, los despachos de otros particulares y las imágenes, los planos y las publicaciones de tres museos oficiales: el Museo del Colegio de Tucumán, el Museo Público y el Antropológico de Buenos Aires. La lista incluía las colecciones de Juan Martín Leguizamón de antropología prehistórica del norte de la república; las vasijas de tierra cocida encontradas en las necrópolis de los indios calchaquíes por Jerónimo Lavagna, párroco de Salta y de la villa de Cachi; dos cráneos de la época de los malones de Pincén coleccionados por el doctor Joseph Roubaud, y las colecciones de mamíferos fósiles de otros franceses radicados en las pampas: J.B. Bonnement, José Larroque –con los huesos de sus estancias de San Antonio de Areco– y Jean Brachet –con mamíferos extinguidos del norte de Buenos Aires–. Llegaron hechas añicos. En París, las Antigüedades Indias del Uruguay se mostraron al lado de las publicaciones de Burmeister, los Anales del Museo Público, la Description Physique de la République Argentine y Die fossilen Pferde der Pampasformation (Los caballos fósiles de la formación pampeana), preparadas para la Exposición de Filadelfia de 1876, ilustradas con cuidadosos grabados e impresas en París o Buenos Aires a costo de la provincia. Roubaud, en otras secciones, presentaba margas del Saladillo y varios vellones de oveja de algunos de sus vecinos. Lavagna exhibía, en el grupo de industrias extractivas (productos en bruto y trabajados), arenas auríferas, piritas del Acay, azufre de La Poma, sal de Atacama, piedra pómez, calcáreos de San Antonio de los Cobres y muestras de oro en pepitas, todos procedentes de la provincia de Salta.
Para los corresponsales de la Sociedad Científica Argentina las colecciones en la exposición antropológica de Portugal y Francia ratificaban la existencia del hombre terciario en Europa. También acogían los documentos presentados por el profesor Whitney de los Estados Unidos sobre el descubrimiento de restos humanos en el Plioceno (Terciario) de Calaveras, California. Aclaraban: “Aunque los que los han hallado no son personas científicas, puede considerarse el descubrimiento verídico, puesto que se encontraban envueltos en un conglomerado perteneciente a esta época geológica (Fig. 3), y que fue sacado en la universidad de Cambridge en presencia de personas competentes. Presentan además, los caracteres de la fosilificación más completa”.
Por el lado de los antropólogos franceses, la exposición antropológica de la República Argentina fue saludada con entusiasmo a pesar de que, por una fatalidad increíble, se le hubiese atribuido un lugar equivocado en el Campo de Marte, mezclada con una colección geológica.
Figura 3: Exposición Universal de París de 1878, Colección de fósiles argentinos (Archivo Histórico del Museo de La Plata).
Armand de Quatrefages, profesor del laboratorio de antropología del Muséum, aprovecharía la exhibición para solicitar que se abrieran las vitrinas de los cráneos argentinos para tomar notas y hacerlos medir por los adjuntos de su laboratorio. Uno de los antiguos protectores de Boucher de Perthes, defensor de la existencia del hombre fósil desde la década de 1850, el antidarwinista de Quatrefages era partisano de la unidad de origen de la especie humana. Las colecciones fueron festejadas como un museo prehistórico en sí mismo. Los objetos eran tantos como imposible enumerarlos; incluían distintas épocas y distintos materiales:
1º Época paleolítica: objetos que permiten establecer la contemporaneidad en la cuenca cuaternaria de la provincia de Buenos Aires entre el hombre y los grandes animales extinguidos; 2º Época mesolítica: objetos extraídos de un paradero humano antiguo en la orilla derecha de la Cañada de Rocha; 3º Época neolítica: objetos en piedra de los antiguos Querandíes, que ocupaban el territorio de la actual ciudad de Buenos Aires; 4º Cerámica de los antiguos Querandíes; 5º Objetos de piedra y cerámica de los antiguos indios Charrúas; 6º Paleontología cuaternaria de las pampas.
Ameghino, sin duda, había leído y observado al detalle las imágenes de las publicaciones francesas e inglesas, disponiendo los objetos según las etapas de la prehistoria europea. La muestra argentina, en su conjunto, despertó numerosas expectativas; entre ellas, la posibilidad de una exposición internacional de antropología y arqueología organizada por la Sociedad Científica en Buenos Aires en 1880. Paradójicamente allí, donde faltaban cavernas y los argentinos veían sólo desventajas, los franceses vislumbraban un territorio menos abierto a la mezcla de razas, donde la arqueología podría llegar a revelar un pasado relativamente simple. El hombre tenía más de cien mil años y sólo se conocían las razas más modernas. Empeñados en buscar el secreto de los orígenes de la humanidad de ese lado del Atlántico, ante los hallazgos sudamericanos se preguntaban si la respuesta final no llegaría desde el sur del Nuevo Mundo.
Mientras tanto, en 1878, Ameghino seguía prisionero de la prensa de Buenos Aires. Dávalos, Lavagna, Roubaud, Moreno y Liberani habían decidido que, al cierre de la exposición, sus envíos en papel o en hueso pasaran a la Sociedad de Antropología de París, dirigida por Paul Broca. En octubre, los ocho o diez cráneos presentados por los tres primeros aún no habían sido entregados, y La Reforma del Plata había publicado una carta dirigida a Paul Topinard, profesor de la Escuela de Antropología de París, donde cuestionaba esta situación. Topinard, en su calidad de conservador del museo y corresponsal de los caballeros argentinos ansiosos por ver reconocido el valor de sus cráneos, se los reclamó a Ameghino explicando que Moreno y Leguizamón, sus corresponsales desde 1876, aparentemente no habían comprendido sus instrucciones. Pronto tendría que anunciar la realización del congreso de Buenos Aires promovido por Zeballos y, sin los cráneos en su poder, debería admitir que aún no los había visto. El asunto estaba adoptando un tono preocupante. Topinard, un experto recolector de cráneos y colaboradores, no quería ofenderlos ni perder a sus informantes. Afortunadamente, todo se encaminó: Moreno y Leguizamón terminaron recibiendo las felicitaciones de Topinard y la lista de las razas cuyos cráneos aún faltaban en París y a las cuales podrían seguir dedicándoles su afán científico. Ninguno dudó de la sinceridad de estos elogios y cada uno publicó su carta en el diario correspondiente. Ameghino, por su parte, le mandó a Zeballos el catálogo presentado: había visto en la prensa de Buenos Aires la noticia sobre la venta de sus colecciones de antropología por dos millones de pesos. Se trataba de un bolazo, un disparate: no había vendido, no había pensado venderla, no la vendería. Se había deshecho de algunos duplicados y de algunos objetos