5. ¿Quién podrá soportar tu Silencio tan locuaz, que nombra al Innominable, describe al Indescriptible, explora al Impenetrable, y afirma, según tú, que aquel que está sin cuerpo y sin figura ha abierto la boca y ha proferido una Palabra, como cualquiera de esos vivientes, que están compuestos de partes, y que esta Palabra, semejante al que la ha proferido y forma del Invisible está hecha de treinta letras y cuatro sílabas? Por tanto, a causa de su semejanza con el Logos, el Padre de todas las cosas, como tú dices, estará hecho de treinta letras y cuatro sílabas.
O también ¿quién podrá soportar que tú quieras encerrar en las figuras y en los números –ya treinta, ya veinticuatro, o solamente seis– al que es el Creador, el Demiurgo, y el Autor de todas las cosas, a saber el Verbo de Dios; a quien tú le encierras en cuatro sílabas y treinta letras; a quien tú le proclamas Señor de todas las cosas, y a quien ha consolidado los cielos con el número 888, como lo has demostrado tú con el alfabeto; a quien contiene todas las cosas y no es contenido por nadie,35 y tú le subdivides en Tétrada, Ogdóada, Década y Dodécada y que, por tales multiplicaciones, expresas detalladamente lo que es, como tú dices, la indecible e inconcebible naturaleza del Padre? Y a aquel que tú llamas incorpóreo y sin sustancia tú le fabricas la esencia y la sustancia con una multitud de letras salidas unas de otras, como Dédalo mentiroso que eres y malvado artesano del Poder Supremo. Y esta sustancia, que dices indivisible, tú la subdivides en consonantes mudas, en vocales y semivocales, atribuyendo falsamente las mudas al Padre y a su Pensamiento; sumerges por ello en lo más profundo de las blasfemias y en la mayor de las impiedades a todos aquellos que se fían de ti.
6. Por eso con justo título y de una manera apropiada a tu audacia el divino anciano36 y heraldo de la verdad clamó contra ti por medio de los versos siguientes:
Tú, fabricante de ídolos, Marcos,
Observador de portentos,
Hábil en el arte del astrólogo y el brujo,
Reforzando con ello las palabras de tu falsa ciencia,
Deslumbrando con señales a aquellos a quienes descarrías,
Extraña obra de poder que desafía a Dios.
Tu padre Satanás aún te da potencia
Para ejecutarlo, por un poder angélico
Azazel: tú, marcado por el destructor
Precursor escogido de un arte impía.
Tales son las palabras del viejo amigo de Dios. Nosotros, en cambio, vamos a tratar de explicar brevemente el resto de sus misterios, que son largos, y poner al descubierto lo que ha estado oculto durante tanto tiempo. Así esas aberraciones podrán ser refutadas sin dificultad por todo el mundo.
16
Aritmética del alfabeto
1. Los que reducen todo a números, diciendo que todas las cosas traen su origen del uno y del dos, se esfuerzan por describir místicamente el origen de sus eones, así como el extravío y hallazgo de la oveja (Lc. 15:4-7), haciendo un conjunto de todo ello. Contando del uno al cuatro originan la Década: porque el uno, el dos, el tres y el cuatro sumados dan origen al número de diez eones.
A su vez la diada, progresando a partir de ella, hasta el número insigne –o sea, dos más cuatro más seis– hace aparecer la Dodécada. En fin, si contamos de la misma manera a partir de la diada hasta el diez, vemos aparecer la Triacóntada (Treintena), en la que se incluyen: la Ogdóada, la Década y la Dodécada. La Dodécada por tanto, por el hecho de que tiene el número insigne para terminar, es llamada por ellos “pasión”. Por eso habiendo sobrevenido una defección en el número doce, la oveja ha saltado afuera y se ha extraviado; porque, según ellos, la apostasía se ha realizado a partir de la Dodécada. De la misma manera también conjeturan que una virtud especial salida de la Dodécada ha perecido; y que la Dodécada es la mujer que ha perdido su dracma, ha encendido una lámpara y ha encontrado el dracma. Así por tanto, los números restantes, es decir, el nueve para los dracmas y el once para las ovejas, mezclándolos entre sí dan origen al número 99, porque 9x11 = 99. He aquí por qué, según ellos, la palabra “amén” posee ese número.
2. Yo no vacilaré en referirte también otra de sus interpretaciones, para que puedas contemplar su “fruto” desde todos los puntos de vista. Afirman, en efecto, que la letra eta, si se cuenta el número insigne, es la Ogdóada, porque ocupa así el octavo lugar a partir de la primera letra.
Contando después sin el número insigne (el 6) el número formado por esas mismas letras y añadiendo a él el valor de eta, obtienen el número 30.
Si alguien comenzando en la letra alfa y terminando en la eta, suma los valores de las letras, dejando a un lado el número insigne y agregando a esa suma el valor de la eta tendrá el número 30. Yendo hasta la letra épsiIon, se obtiene el número 15, añadiendo después la dseda se obtiene el número 22; y, en fin, cuando se añade a ellos la eta, que es el ocho, se tiene el Pleroma de la treintena admirable. ¡Prueban ellos de esta manera que la Ogdóada es la Madre de los treinta eones! Y puesto que el número 30 resulta de la unión de tres virtudes, repetido tres veces da el número 90: porque 3x30 = 90. Por otra parte la tríada, multiplicada por sí misma, da el número 9. Resulta así que la Ogdóada origina el número 99.
Y ya que el duodécimo eón, al caer ha dejado arriba los once restantes, dicen consecuentemente que la forma de las letras ha sido dispuesta según la figura del Logos.
En efecto, la letra undécima es la lambda que hace el número 30, y esta letra ha sido dispuesta a imagen de la economía de arriba, puesto que, si, yendo del alfa a la lambda y, dejando de lado el número insigne, se suman a la vez los números crecientes correspondientes a las diferentes letras, la lambda incluida, se obtiene el número 99.
Pero como la letra lambda, que ocupa el puesto undécimo, ha descendido en busca de su semejante, para completar el número 12, cuando lo ha hallado, ha sido completada. Lo cual parece evidente por el dibujo mismo de la letra, porque la letra lambda, habiendo ido en busca de su semejante, habiéndole hallado después y adueñada de ella, ha ocupado el duodécimo lugar, puesto que la letra M está hecha de la unión de dos lambdas.
Por este motivo huyen ellos por medio de la gnosis de la región del número 99, es decir, de la deficiencia representada por la mano izquierda, buscando la unidad, que añadida al 99 les hará pasar a la mano derecha.
Vana y caprichosa religión del número y la letra
3. Tú, pasando por alto todo ello, sé que reirás de buen grado tamaña ineptitud. Son dignos de lástima los que describen una religión tan venerable y una grandeza realmente indescriptible de la virtud y tan grandes “economías” de Dios por medio del alfabeto y de cifras dispuestas de manera tan fría y tan arbitraria.
Todos aquellos, que se separan de la Iglesia y se adhieren a estos cuentos de viejas (1ª Ti. 4:7), son realmente los autores de su propia condenación, de los que Pablo nos manda separarnos después de la primera y segunda amonestación (Tit. 3:10).
Juan, el discípulo del Señor, los ha condenado de una manera más severa todavía, no queriendo siquiera que les saludemos: “El que les saluda, dice él, participa de sus malas obras” (2ª Jn. 11). Nada más justo, “porque no hay paz para los impíos” (Is. 48:22), dice el Señor. Y son impíos sobre toda impiedad los que dicen que el Creador del cielo y de la tierra, el solo Dios todopoderoso, sobre quien no hay otro Dios, ha salido de una deficiencia, proveniente también ella de otra deficiencia, de manera que ésta, según ellos, sea producto de una tercera. Rechazando y anatematizando, como ella lo merece, esta manera de pensar, nos es preciso huir lejos de ellos, y cuanto más defienden sus teorías y se alegran