Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno. (Sal. 139:23-24)
Sin excusas, sin acusaciones, solo honestidad, un examen exhaustivo de nuestro corazón y de nuestra conciencia por el propio Dios: «Señor, examina mi vida. Abre mi corazón para revisión. ¿Hay pecado en mi vida? ¿Hay algo en mis pensamientos, hablar o conducta que sea ofensivo para ti?».
Mientras no estemos limpios delante de Dios como creyentes individuales, reconociendo nuestra desobediencia y terquedad, nuestro deseo de comodidad y conveniencia, estatus y poder, permaneceremos estancados en Harán. Mientras no admitamos ante Dios y ante nosotros mismos que hemos estado haciendo nuestra voluntad, no la voluntad de Dios, haciendo las cosas a nuestro modo en vez del de Dios, nunca nos moveremos hacia Canaán, nunca edificaremos un altar en Bet-el y nunca impactaremos nuestra cultura para Cristo.
Mi oración es que la historia de Abraham y su peregrinaje desde Harán hasta Canaán encienda un deseo en su corazón, un deseo de avivamiento, un deseo de experimentar la realidad de Dios en su vida, un deseo de entrar a la tierra que Dios le ha prometido.
Otro gran despertar
J. Edwin Orr fue amigo mío y un gran maestro de la Palabra de Dios. Durante la década de 1970 tuve el gozo de tenerlo como mentor. Era una autoridad en los despertares y avivamientos que tuvieron lugar a lo largo de la historia de la iglesia. Él dijo que inmediatamente después de la Guerra de Independencia, la fibra moral y la condición espiritual de los Estados Unidos iban en picada. El alcoholismo estaba descontrolado, el crimen aumentaba y la asistencia a la iglesia disminuía. John Marshall, el presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en ese tiempo, escribió una carta a James Madison, el padre de la Constitución, y dijo que la iglesia cristiana en los Estados Unidos estaba «demasiado mal como para ser redimida». Y Thomas Paine, uno de los líderes intelectuales de la Revolución de las Trece Colonias, predijo: «El cristianismo será olvidado en treinta años».7
En una encuesta al cuerpo estudiantil de Harvard se halló que no había un solo estudiante en el campus que creyera en Jesucristo. En el campus de Princeton, la vasta mayoría de estudiantes participaba en lo que ellos llamaban el «movimiento del lenguaje sucio». En Williams College los estudiantes realizaron una parodia de la comunión y blasfemaron en contra del Señor Jesús. En Nueva Jersey los estudiantes quemaron una Biblia en una hoguera pública. El crimen se desbordaba y las mujeres temían salir a las calles.8
En 1794, cuando la nueva nación americana se hundía en la impiedad y la depravación, un predicador de Connecticut, llamado Isaac Backus, comenzó a realizar reuniones de oración en su iglesia. El pastor Backus había sido un influyente ministro durante la Guerra de Independencia, y su libro de 1778, Government and Liberty Described and Ecclesiastical Tyranny Exposed [El gobierno y la libertad descritos y la tiranía eclesiástica expuesta], fue una gran influencia en las cláusulas de la libertad religiosa que los padres fundadores escribieron en la Primera Enmienda de la Constitución. Backus también formó una alianza con otros veinticuatro ministros de Nueva Inglaterra con la meta de orar regularmente por un despertar espiritual a lo largo de los Estados Unidos. Llamaron a estas sesiones de oración «un concierto de oración».
Para 1798, las iglesias a lo largo de las trece excolonias estaban realizando reuniones de oración, confesando su pecado y rogando a Dios por un avivamiento. Y un avivamiento de alcance nacional estalló a lo largo de los Estados Unidos, y especialmente en los campus universitarios. Este avivamiento se conoció como el Segundo Gran Despertar. Como una vez preguntó el doctor Orr: «¿No es esto lo que está faltando tanto en todos nuestros esfuerzos evangelísticos: consenso explícito, unidad visible y oración inusual?».9
El cambio sucederá cuando el pueblo de Dios se arrepienta de su pecado y se vuelva a Él. El avivamiento comienza con el arrepentimiento, y el arrepentimiento comienza con nosotros, no con el mundo exterior, no con el gobierno, no con la sociedad, sino con nosotros. Cuando el pueblo de Dios se arrepienta de su pecado, se vuelva a Él y se vuelva ferviente en orar, ¡entonces cuidado! Dios va a moverse entre su pueblo.
Dé el primer paso. Salga de su Harán. Gire su paso hacia Canaán. Cuente las estrellas de las promesas de Dios, incluso cuando no pueda verlas. Dios está cumpliendo las promesas que hizo a Abraham, y las está cumpliendo en su vida y en la mía.
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