En Apocalipsis 3, el Señor se dirige a la iglesia de la ciudad de Laodicea, y condena a aquella iglesia por tener un pie en el mundo y otro pie en la vida cristiana. «Yo conozco tus obras —dice—, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (vv. 15-16).
Ese tipo de tibieza espiritual fue lo que Abraham vivió en Harán. A medio camino entre Ur y Canaán, Abraham había alcanzado el punto de media obediencia a Dios, y ahí se quedó. Dios tuvo que sacar a Abraham de Harán, porque Él es un Dios celoso. No compartirá a sus hijos con el mundo, y no dejará a sus hijos en una tierra de una fe a medias.
Algunos creyentes hacen concesiones en su fe porque desean ser aceptados por el mundo. No quieren que los odien o que se burlen de ellos por su obediencia a Cristo. No quieren ser acusados de ser sexistas y de llevar a cabo una «guerra contra las mujeres» por oponerse al aborto. No quieren ser acusados de ser intolerantes y homofóbicos por pronunciarse a favor de la definición bíblica del matrimonio.
Es una mentira de Satanás que los cristianos sean indiferentes y prejuiciados y que no crean en la igualdad. No debemos de sorprendernos de que el mundo nos deteste. Jesús dijo que el mundo nos odiaría porque el mundo lo odió a él.5 Como cristianos, amamos a la gente homosexual con el amor de Cristo, incluso aunque no apoyamos su conducta ni el matrimonio del mismo sexo. No obstante, he conocido pastores que estaban tan desesperados por evitar ser llamados antigay que sacrificaron la verdad bíblica en el altar de la aceptación del mundo. Transigieron con su fe y se establecieron en Harán.
El mundo odia nuestra justicia, nuestros estándares bíblicos y nuestro mensaje del evangelio. Debemos esperar el ser odiados y perseguidos, y no debemos dejar que el odio del mundo nos impida obedecer al Señor. Cuando obedecemos a Dios, seguimos el ejemplo de Noé. Hebreos 11 nos dice: «Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe» (v. 7).
Noé no tenía la intención de condenar deliberadamente al mundo al vivir fiel y obedientemente delante de Dios. Él quería salvar al mundo e invitar a tanta gente como fuera posible para unirse a él y a su familia en el arca. Pero cuando sus vecinos vieron su fe y su obediencia, se sintieron condenados. Su propia pecaminosidad y culpa los condenaron.
No tenemos ni que abrir la boca para condenar a la gente que nos rodea por su pecado. Nuestra forma de vivir obediente y moral enfurecerá a aquellos que se rebelan contra Dios. No se sorprenda de su odio vengativo. En lugar de ello, regocíjese en sus falsas acusaciones. Es correcto, ¡regocíjese! Eso es lo que Jesús nos dice en las Bienaventuranzas: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros» (Mateo 5:11,12).
Una promesa en siete partes: «Yo lo haré»
Después de que el padre de Abraham murió, Abraham continuó en la travesía. Tuvo que dejar su pasado atrás. Tuvo que renunciar a todo lo que había sido cercano y querido para él en Ur. Tuvo que mudarse a un lugar que nunca había visto, un lugar que era extraño y desconocido para él.
La excursión de Abraham hacia Canaán debió haber sido una travesía solitaria. Sí, Sarai iba con él, y su sobrino Lot. ¿Pero comprendieron el extraño llamado que Dios le había hecho? ¿Comprendieron cuando Abraham escuchó una voz que ellos no podían escuchar, cuando recibió el llamado que no podían entender, que Abraham estaba en contacto directo con Yahvé, el hacedor del universo? Lo dudo. Creo que Abraham debió haberse sentido totalmente solo con este llamado que Dios había hablado a su corazón y su alma.
Pero Abraham no estaba solo. Dios estaba con él, y Dios era lo único que él de verdad necesitaba.
Usted y yo tenemos un gran privilegio como cristianos. Nunca tenemos que caminar solos en nuestra vida cristiana. Dios está con nosotros. Nuestros hermanos de la iglesia están con nosotros. Esa es la promesa de Dios para nosotros, tal como fue su promesa para Abraham: nunca estamos solos.
En los tres primeros versículos de Génesis 12, Dios le dice a Abraham: Te mostraré una tierra. Te convertiré en una gran nación. Te bendeciré. Engrandeceré tu nombre. Bendeciré a quien te bendijere. Maldeciré a quien te maldijere. Dios hace siete «promesas» a Abraham. Si usted está llevando la cuenta, puede haber notado que solo he listado seis. Eso es porque Dios le da a Abraham la séptima promesa después. Dios dijo las primeras seis promesas cuando Abraham todavía vivía en Ur de los Caldeos. Le dijo la séptima promesa a Abraham después de que él dejó Harán y llegó a Canaán.
Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron.
Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. (Gn. 12:4-7)
La séptima promesa es: «A tu descendencia daré esta tierra», la tierra de Canaán. Implícita en las siete promesas está la promesa de Dios de estar presente con Abraham. Dios promete su presencia a todos los que se arrepienten del pecado y se vuelven hacia Él en busca de perdón. Nosotros somos sus hijos, y Él nos ama con fuerte amor paternal.
Es educativo notar el contraste entre estas siete maravillosas «promesas» de Dios y las cinco declaraciones rebeldes de Satanás. En Isaías 14, Satanás dice:
Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.(vv. 13-14)
Debido a la jactancia rebelde de Satanás, Dios expulsó a Satanás del cielo. Las «afirmaciones de Dios» son promesas de amor. Las «declaraciones de Satanás» son alardes de odio.
Cuando Dios hace sus siete «promesas» en Génesis 12, lo único que le pide a Abraham que haga a cambio es alejarse de su pasado, con sus ídolos y pecado, y que fuera a una nueva tierra que Dios le mostraría. Si Abraham lo hacía, Dios derramaría esas bendiciones septuplicadas sobre la vida del patriarca. Cuando Dios dice «Yo lo haré» y nosotros respondemos a su promesa, Él nos bendice.
Hay una progresión natural en las promesas que Dios le hace a Abraham. Van de una gloria a otra. La vida cristiana no es un estado estático e inmóvil. Dios no diseñó esta vida para que fuera una sala de espera. Diseñó la vida cristiana para que fuera una travesía, una progresión, una aventura.
A veces parece una carrera de obstáculos. Pero mientras caminamos, crecemos y nos movemos de gloria en gloria. Usted puede ver la progresión de una gloria a la siguiente en las siete promesas que Dios le hace a Abraham.
Promesa #1: La tierra que te mostraré
La primera promesa de Dios a Abraham es «la tierra que te mostraré». La séptima y última promesa para Abraham es «A tu descendencia daré esta tierra». Abraham va de ver, a recibir. Primero, Dios le mostraría la tierra; por último, Abraham la posee.
Su confianza total en Dios es la clave para recibir las promesas de Dios.
De la misma manera, Dios nos dice: «Voy a mostrarte las grandes bendiciones que tengo para ti mientras caminas conmigo y me sirves, si me mantienes en el primer lugar de tu vida». Y un