Portugueses y españoles. Federico J. González Tejera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Federico J. González Tejera
Издательство: Bookwire
Серия: Minerva
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788418236075
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el año 1663 y en el año 1665. La última batalla registrada oficialmente es la de Montes Claros. El reconocimiento final de la independencia se firma en 1668.

      Es por tanto a finales del XVII cuando la corona española se hace a la idea de que aquella aventura de intentar invadir Portugal no se podía conseguir. De hecho, Portugal fue el único reino de la Península Ibérica que no se integra en la monarquía hispánica. He intentado buscar teorías que explicaran el por qué de esta «exclusividad», pero son muchos los autores que reconocen que aún hoy es difícil descodificar la hilera de acontecimientos y voluntades que justifican esa independencia.

      El hecho de que España geográficamente estuviese siempre en el camino de Portugal hacia Europa (como decía Eça de Queiroz: «España es lo que hay que atravesar para llegar a Europa») forzará a Portugal a optar por una vocación decididamente atlántica y a vivir de espaldas al resto de la península, y con ello, a gran parte de Europa.

      El siglo XVIII tiene paralelismos significativos entre los dos países. La corriente ilustrada representada en España por Floridablanca tuvo su representante en Portugal en la figura del marqués de Pombal, que llevará a cabo, en pura línea del despotismo ilustrado, reformas liberalizadoras tanto en el país como en las colonias. Es la época del conde de Aranda como embajador de España en Lisboa.

      El último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del XIX estuvieron marcados, tanto en Portugal como en España, por la inestabilidad. Esta inestabilidad, en ambos casos, fue tanto interior, con continuas tensiones entre liberales y conservadores, como exterior. Los paralelismos durante esta época son significativos, aunque es cierto que Portugal toma la delantera en muchos de los acontecimientos. Este adelanto según algunos autores se debe probablemente a que «la homogeneidad lingüística y la realidad unitaria portuguesa han permitido a Portugal encontrar soluciones más rápidamente que al vecino para enfrentarse a los desafíos de la época contemporánea».

      La relación entre ambos países durante estos años es casi inexistente. Los problemas internos en ambos países son tales que ambos se concentran en ellos mismos. Pero debemos reconocer que durante esta época ya no existe la más mínima intención por parte española de invadir Portugal. A pesar de esta afirmación, en 1807 el ejército francés invade Portugal apoyado por el ejército español, si bien es verdad que en aquel momento la monarquía española no es más que un títere en manos de Francia. (Otra vez los franceses. Ven cómo, aunque no se quiera nombrarles como responsables de los males de España, para un español es casi imposible no hacerlo…) No obstante, no tardan ambos ejércitos en salir del país gracias al apoyo que de nuevo el aliado inglés brinda a los portugueses. Durante los años siguientes, y debido al movimiento de liberalización de las colonias, ambos países van perdiendo las mismas de forma gradual, siendo en el caso de Portugal significativa la pérdida de Brasil en 1822.

      El resto del XIX es en ambos países un baile de alternancias entre revoluciones liberales y contrarrevoluciones conservadoras. En el interior, Portugal sufre una guerra civil entre los hermanos Pedro IV y Miguel. Durante este siglo siguió la influencia de los ingleses en Portugal, y estos aprovechan un momento de debilidad a finales de siglo, para pedir una compensación a su ayuda continuada. Es el famoso «ultimátum de 1890», en el que Inglaterra exige la soberanía de diversas colonias africanas, que finalmente consiguió. Esto iniciaría un descontento popular en Portugal hacia la monarquía que desembocaría en la proclamación de la República en 1910.

      Durante en el siglo XX ambos países siguen una evolución institucionalmente paralela, con adelanto por parte de Portugal en algunas ocasiones y de parte española en otras. En el caso portugués la primera República aparece en 1910 cuando el rey Manuel abdica. En España esto se produce un poco antes, en 1873 con la primera República y luego en 1931 con la segunda. El período de golpes militares también lo inicia España con el golpe de Primo de Rivera en 1923. Portugal sigue con el golpe del General Gomes de Costa en 1926. La dictadura llega antes a Portugal, en 1932, cuando Salazar sube a la jefatura del consejo de Ministros. Los españoles preferimos enzarzarnos en una guerra hasta 1939, tras la cual seguimos los derroteros iniciados por el vecino, con la toma de la jefatura del Estado por Francisco Franco. Salazar fundó el «Estado Novo», algo parecido a lo que Franco hizo en España tras el fin de la guerra. Portugal entró de nuevo en la democracia en 1974 tras la Revolución de los Claveles. España lo hizo en 1975 sin revolución, más bien por «defunción». Tras ello, y después de dos procesos de transición muy diferentes, ambos países entran en la Comunidad Económica Europea en 1986.

      Puede decirse que es solo a partir de la adhesión a la Comunidad Económica Europea, cuando las relaciones entre los dos vecinos comienzan a fluir un poco más. La eliminación de las fronteras y la mayor apertura al exterior a la que fuerza la entrada en el mercado europeo son las razones principales de esta apertura. Finalmente Portugal puede entrar en España para ir a Europa o para operar en ella y España debe permitir el paso sin trucos. Al mismo tiempo, España tiene las puertas abiertas para entrar en Portugal.

      En la transición de los dos países a la democracia, no podemos caer en el error de pensar en procesos idénticos. Hay semejanzas, sin duda. Pero hay tres hechos estructuralmente diferentes que, desde mi punto de vista, van a marcar las distintas evoluciones que los dos países siguen durante el período a partir de 1975:

      1. La transición española es una transición difícil pero definitivamente más «consensuada» y menos «polarizante» que la portuguesa.

      Amparada por una figura de prestigio como el rey Juan Carlos y presidida por el recuerdo de una guerra civil con cientos de miles de muertos, la clase política en España se pone como meta intentar llegar a acuerdos y se compromete a hacer del consenso una estrategia clave en las negociaciones, aunque ello signifique renunciar a pretensiones históricas por parte de muchos de los grupos políticos. Lo cierto es que el espíritu del consenso, quizás por única vez en la historia de España, gobernó los destinos del país.

      La transición portuguesa muestra una mayor polarización de posturas y un menor interés por el consenso. De hecho, esta polarización conduce a la expropiación de muchos empresarios al inicio de la revolución, y a la puesta en marcha de medidas políticas, económicas y sociales «más polarizantes» que, sin duda, hicieron perder a Portugal muchos años en la carrera hacia el mayor crecimiento económico.

      En este sentido, es curioso señalar que, según algunos de los protagonistas de transición española, la propia Revolución de los Claveles actuó de «moderadora» de los ánimos en España. Hay quien dice que cuanto más iban los líderes de la izquierda española a Portugal, «más derechizados y dispuestos a dialogar» volvían.

      2. Portugal no solo se enfrenta a la instauración de la democracia, sino que se enfrenta al mismo tiempo a la pérdida de las colonias y a la desaparición en gran medida del espíritu empresarial.

      No cabe duda pues de que la complejidad del proceso es infinitamente superior a la del español.

      Respecto a las colonias, desde 1898, con la excepción del Sáhara, España ni se beneficia ni se hipoteca con sus colonias. Simplemente las pierde. No es el caso de Portugal. La transición a la democracia se produce al tiempo que sus principales colonias, como Angola, Mozambique, Guinea y Cabo Verde se independizan. Todo proceso de descolonización supone un período de ajuste económico importante, ya que la metrópoli en general, y el Estado en particular, dejan de ingresar fondos a los que se habían acostumbrado. Suponen estos procesos también normalmente un período de crisis social, en el sentido de que la sociedad no quiere dejar de tener los privilegios que las colonias les proveían y debe asumir al mismo tiempo que todo lo que se construyó y las fortunas que allí se habían creado desaparecen de la noche a la mañana. Miles de