9. «DI LO QUE QUIERAS, PERO HAZLO YA» VERSUS «DIME, DIME, QUE YA VEREMOS LO QUE HACEMOS»
PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO
Hace ya varios años que se publicó este libro en Portugal. Su recepción fue muy positiva y durante todo este tiempo he recibido innumerables testimonios de felicitación y de apoyo. Por eso he intentado desde mi actual residencia en París publicarlo en castellano. Gracias al apoyo de Antonio Roche y su editorial, finalmente lo hemos conseguido.
Mi trabajo en Portugal me permitió una óptica única para escribir sobre este tema. Mi vida en Lisboa, con gente profesionalmente excepcional y personalmente encantadora, y mi trabajo en una empresa que tenía mucha relación con la subsidiaria española me permitió relacionarme como «portugués» con los españoles y como «español» con los portugueses.
Tanto por mi trabajo, como a través de los comentarios de muchos amigos y colegas en empresas españolas que trabajaban en Portugal y de otros muchos amigos portugueses que trabajaban en España, aprendí que existen roces. Muchos, lógicamente, provenían del mero hecho de estar trabajando entre distintas culturas. La mayoría, sin embargo, venían de la desconfianza que las diferencias culturales, en general, y el desconocimiento inmenso entre las partes, en particular, provocan.
Este libro se inició una noche que estaba en un seminario en Toledo. Lo recuerdo como si fuera ayer. Y recuerdo que pensé que si había un ejemplo de una ciudad que en su día fue cuna de la tolerancia intercultural era aquella. Y quién sabe, quizá fueran los espíritus de la ciudad los que me enviaron la inspiración para comenzar estas notas.
Espero que las reflexiones, aprendizajes y experiencias que vienen a continuación, ahora finalmente en castellano, sirvan para que conozcamos mejor nuestras diferencias y nuestras semejanzas, aumente la sensibilidad en el trato y disminuya la desconfianza que a veces pueda existir.
Creo que este intento merece la pena. Ya veremos.
FEDERICO J. GONZÁLEZ
París, 28 de febrero de 2010
PREFACIO
Cuando comencé a escribir estas notas, a principios del verano de 2002, no conocía prácticamente ningún libro que hablara de las relaciones actuales entre los españoles y los portugueses de a pie o que hiciese una descripción profunda del porqué de las, a veces, difíciles relaciones.
Con el tiempo, según iba investigando, descubrí algunos textos que hablaban de las relaciones, de uno o de otro tipo, entre los distintos países. Leí muchos libros sobre la historia de ambos, y me dormí en más de una ocasión leyendo innumerables documentos preparados-para-conferencias-y-discursos-de-políticos-de-uno-y-otro-lado, sobre las buenas intenciones de las partes en el futuro.
De los que ojeé sobre el tema, ninguno contenía ejemplos del día a día de esas relaciones que ayudaran a comprender la realidad concreta, más allá de descripciones generalistas. Era lógico, ya que prácticamente ninguno de los autores había tenido la experiencia de vivir y trabajar en los dos países. En todos ellos, por tanto, eché en falta ejemplos que el ciudadano de a pie pudiera referir a su vida normal, de forma que pudiera entender los matices de las relaciones y aprender de los errores del día a día.
Con el tiempo, me fui dando cuenta de que esto era lo que podía hacer de este libro un producto intelectualmente diferente para los lectores. Sería capaz de aportar un valor añadido a la discusión sobre las relaciones entre los dos, en general y en los negocios, en particular. Porque el día a día te aporta ejemplos que evidencian e ilustran la reflexión y que ayudan a percibir y entender las diferencias de forma más sencilla.
Yo llegué a Portugal en el verano del año 2000, sin tener la más mínima idea de cómo eran la sociedad o el pueblo portugués. Ni siquiera, en buena tradición de español, tenía noción del estado de las relaciones entre los dos países. Además, venía de haber pasado tres años en Bruselas y tres en Estocolmo, con lo cual estaba tan alejado en ese momento de España como de Portugal. Desde entonces, he vivido en primera persona los malentendidos y las sorpresas con las que cualquiera que trabaje entre portugueses y españoles se enfrenta.
El aprendizaje que se obtiene cuando experimentas por ti mismo, en el propio país, las consecuencias de las diferencias culturales, en el trabajo o en la calle, en la farmacia o en una fiesta, es distinto al que se obtendría en un terreno más neutral o en un entorno en cierta forma más teórico o académico.
Durante el tiempo que he vivido en Portugal, y en el que he aprendido lo que luego relataré y se produjeron muchos de los ejemplos que compartiré, he desempeñado, desde el punto de vista profesional, el puesto de Director General en una compañía de productos de gran consumo. Como tal, he sido responsable no solo de la motivación y de la coordinación de las personas que han trabajado conmigo en Portugal, sino que he tenido la responsabilidad de establecer las relaciones con nuestra empresa en España. Muchas de las personas de la compañía tenían responsabilidades «ibéricas» y yo debía asegurarme de que la estructura funcionara.
Esta responsabilidad me ha forzado a desarrollar un entendimiento en la forma de actuar, no solo de mis empleados y colegas portugueses, sino también de los españoles. Debido a mi cargo, al mismo tiempo he tenido la fortuna de participar en diversos foros sectoriales y de conocer a muchos profesionales portugueses. Adicionalmente, durante el tiempo que he vivido en Portugal he tenido ocasión de hacer amigos portugueses y de visitar el país de casi un extremo al otro. He hablado con muchos portugueses en distintos lugares y en diversas situaciones.
A partir de estas tres fuentes de conocimiento, he intentado encontrar lo que está detrás del comportamiento y de las relaciones entre los dos países.
Este esfuerzo por entender tanto a mis empleados y colegas portugueses como a los españoles con los que trabajábamos, las experiencias de muchos colegas en situaciones parecidas, así como mis experiencias como ciudadano de a pie son la fuente fundamental de aprendizajes que me gustaría compartir con el lector.
Confieso que, cuando comencé a escribir, tenía varios motivos que me impulsaban a volcar en el papel mis experiencias.
El primer motivo fue la propia situación de debate en los medios de comunicación y en el empresariado portugués sobre las relaciones con España. Siempre que leía algún artículo, de los muchos publicados durante mi estancia en Lisboa sobre la «amenaza española», siempre que escuchaba puntos de vista de uno y otro lado, sentía la necesidad de estructurar mi propio punto de vista sobre el tema. Estaba, y aún lo estoy hoy, convencido de que el tema iba a seguir candente durante los próximos años, así que pensaba que las reflexiones de alguien «un poco en el medio», podrían ayudar a centrar el debate y a abrir puertas.
El segundo motivo fue el ánimo de Begoña, mi mujer. En las conversaciones que manteníamos al volver del trabajo, me empujaba continuamente a que escribiese las cosas que me ocurrían, como una forma de registrar nuestra experiencia. Muchos días, cuando le contaba mis impresiones, me solía decir: «Fede, tienes que reflejar todo esto de alguna forma; que no se convierta en anécdotas que vas olvidando con el tiempo». Luego, cuando salíamos algún día o venían amigos a casa y yo les contaba alguna de mis teorías o anécdotas, me miraba, como diciendo: «¿Lo ves?, tienes que escribirlo, si no lo olvidaremos». La verdad es que no le faltaba razón. Yo acababa de publicar un libro sobre nuestras vivencias y aprendizajes, tanto personales como profesionales, en Suecia (donde habíamos vivido los tres años antes de venir a trabajar a Portugal). El hecho de haberlo escrito y publicado nos había alegrado mucho, ya que nos permitía mantener vivo el recuerdo de experiencias,