Seis rojos meses en Rusia. Louise Stevens Bryant. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louise Stevens Bryant
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca 8 de marzo
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789874039422
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un momento dado reinaba tal estruendo que una violenta discusión entre Trotski y Tcheidze concluyó porque ninguno podía oír al otro. En la tregua que si­guió, Babushka regañó a los delegados diciéndoles que se habían reunido para salvar a Rusia y que no habían dado un solo paso adelante.

      Avkséntiev, en aquel entonces presidente de los so­viets de los campesinos pero ahora completamente al margen del poder, declaró que, si la enmienda sobre las tierras tenía cualquier cosa que ver con poner la coali­ción en peligro, los social-revolucionarios la retirarían. Todo este asunto se resolvió finalmente cuando el pro­pio representante del Comité de Tierras se levantó y ob­servó amargamente que toda la cuestión era un absurdo total y que el Comité de Tierras de los Campesinos no quería saber nada de ello, con lo cual la resolución fue rechazada. A las seis de la mañana los delegados, ago­tados, se fueron a su casa...

      En la mañana siguiente Tsereteli anunció que el nom­bre oficial del pre-parlamento sería el de “Consejo de la República Rusa” y que se reuniría en el palacio Marinski algunos días después.

      De tal modo se acabó el primer intento por estable­cer un poder democrático absoluto.

      El Consejo de la República Rusa

      Desde la escisión de las fuerzas democráticas a pro­pósito de la coalición con la burguesía, que se mani­festó definitivamente por primera vez en el Congreso Democrático, una nueva revolución más profunda y en todos sentidos más significativa que la primera se ex­tendió como un nubarrón de tormenta encima de Rusia.

      Durante semanas el Consejo de la República Rusa se reunió en sesiones infructuosas. La primera noche los bolcheviques, a través de su portavoz Trotski, lanzaron a los presentes una bomba de la cual nunca se recupe­raron. Acusaron al elemento sensato de las clases posee­doras de tener una representación fuera de proporción, como lo habían mostrado las elecciones realizadas en todo el país, y los culparon de tener la intención delibe­rada de destruir la revolución; llamando a los soldados, obreros y campesinos de toda Rusia a estar en guar­dia, los bolcheviques salieron del Consejo para no re­gresar nunca.

      Después de eso el Consejo se reunió día tras día en una sala hostil, dividida, incapaz de adoptar una sola medida. Los mencheviques, los mencheviques interna­cionalistas, los social-revolucionarios de izquierda y de­recha estaban sentados de un lado, los cadetes del otro y la votación para cada medida importante quedaba em­patada. Oradores de la derecha se levantaban y multipli­caban las recriminaciones contra la izquierda, oradores de la izquierda lanzaban maldiciones a la derecha. Y durante todo ese tiempo la masa de gente salía de sus viejos partidos y se unía a las filas de los bolcheviques. Crecía cada vez más el grito: “¡todo el poder a los soviets!”

      De vez en vez Kerenski se presentaba y hacía discur­sos apasionados sin obtener ningún efecto. Lo recibían fríamente y lo escuchaban con indiferencia; los cade­tes a menudo escogían ese momento preciso para leer el periódico. Durante uno de los últimos discursos que hizo en el palacio Marinski, rogándoles olvidar sus di­ferencias y de alguna manera colaborar hasta la forma­ción de la Asamblea Constituyente, estaba tan abatido por la situación desesperada que huyó de la tribuna y al llegar a su sillón se puso a llorar abiertamente ante toda la asamblea.

      Todos aquellos que entendían la situación de Rusia en ese momento sabían que Kerenski era el símbolo de una unión ficticia de partidos, pero nadie podía prever cuánto tiempo podría mantenerse así. Estaba enfer­mo y llevaba todo el peso de Rusia sobre sus hombros débiles. Además, lo habían traicionado los mismos ca­detes, a los que tanto se había esforzado por mantener en el gobierno. Los bolcheviques ofrecían un programa definitivo que contenía los deseos más afines a los sen­timientos del pueblo, y el pueblo se acercaba a las posi­ciones de los bolcheviques.

      Una cosa que hubiera podido salvar aquel pre-par­lamento lamentable, aun en los últimos días, fue la Conferencia de los Aliados para Discutir los Objetivos de la Guerra que la nueva Rusia había reivindicado al prin­cipio de la revolución y que se iba a inaugurar en junio; pero fue pospuesta hasta septiembre, luego a noviem­bre y por fin suspendida, aparentemente, por tiempo indefinido. Con la decisión final de los aliados y el aho­ra famoso discurso de Bonar Law, el último resto de in­fluencia del Consejo de la República Rusa desapareció. Toda Rusia se estaba muriendo lentamente de hambre, se acercaba otro invierno terrible y no había nada defini­do para sostener sus esperanzas. El propio Kerenski era consciente del peligro de tal confusión. Pero pocos días antes de que el gobierno provisional cayera, él mismo dijo que el pueblo había perdido la confianza y estaba demasiado agotado económicamente como para seguir resistiendo de manera efectiva contra los alemanes.

      “La Asamblea Constituyente tiene que ser el factor decisivo, de una manera u otra”, dijo. Esperaba poder mantener al país unido hasta ese momento, pero no creo para nada que pensara que era posible mantener­lo más tiempo. No se atrevió a profetizar qué iba a salir de la Constituyente cuando se reuniera.

      El 25 de octubre, el Congreso de los Soviets de Toda Rusia se iba a inaugurar en Petrogrado. No cabía duda de que ese organismo tremendamente poderoso pediría una acción inmediata de todos los asuntos apremian­tes; tampoco cabía duda de que si el gobierno provi­sional rechazaba aquellas demandas ellos tomarían el poder. Kerenski creyó que debía impedir esa reunión a cualquier precio, incluso con la fuerza de las armas. No se daba cuenta de cuán lejos había llegado la influencia de los bolcheviques. Las masas se movieron rápidamen­te en aquellos días y el ejército se había vuelto profun­damente bolchevique.

      Sin embargo, Kerenski tomaba en cuenta el que la guarnición de Petrogrado se componía principalmen­te de bolcheviques, por lo que el 14 de octubre dio ór­denes para que esta guarnición se fuera al frente, con el fin de reemplazarla por tropas menos bolcheviques. Naturalmente la guarnición de Petrogrado protestó y apeló al soviet de Petrogrado. Éste designó a una co­misión para que se fuera al frente, se reuniera con el general Tcherimisov y le pidiera que, si él enviaba a re­gimientos para remplazar a la guarnición de Petrogrado, el soviet de Petrogrado debería poder escogerlos. Este general Tcherimisov se negó rotundamente y dijo que él era el Comandante en Jefe del Ejército y que debían obedecer sus órdenes.

      Entretanto, miembros de la guarnición de Petrogrado se reunieron y eligieron al ahora famoso Comité Militar Revolucionario; pidieron que se autorizara la presen­cia de un representante de este Comité en el Estado Mayor del Distrito de Petrogrado. El Estado Mayor de Petrogrado se negó a tomar en cuenta esta petición. En respuesta, la guarnición de Petrogrado declaró que no aceptaría ninguna orden de nadie que no fuera avala­da por el Comité Militar Revolucionario, ya que sospe­chaban que el Estado Mayor estaba tomando medidas secretas para dispersar violentamente la reunión de los soviets de toda Rusia.

      El 23 de octubre, Kerenski anunció ante el Consejo de la República que se había dado una orden para arrestar al Comité Militar Revolucionario. En la noche siguiente varios miembros del regimiento de Pavlovsk se escon­dieron en la oficina del Estado Mayor y descubrieron que se estaban preparando planes para tomar la ciudad con la ayuda de los regimientos junkers e impedir forzosa­mente la reunión de los Soviets de Toda Rusia planeada para el día siguiente; aquella noche Kerenski ordenó la supresión de todos los periódicos radicales y conserva­dores. Pero era demasiado tarde; hubiera sido pedir la luna. Los soviets habían terminado por convertirse en la expresión política de la voluntad popular, y los bol­cheviques eran sus defensores.

      Después de que el regimiento de Pavlovsk descubrie­ra los planes del gobierno provisional, colocaron centi­nelas y empezaron a arrestar a todas las personas que entraban o salían del Estado Mayor. Antes, los junkers habían empezado a requisar automóviles y a llevarlos al Palacio de Invierno. También ocupaban las oficinas editoriales y las imprentas de los periódicos bolchevi­ques. Durante toda esa confusión, una reunión del vie­jo Comité Ejecutivo de los Soviets se estaba llevando a cabo en Smolny. Este Comité Ejecutivo Central estaba compuesto en su mayoría de mencheviques y social-re­volucionarios de izquierda; pero los nuevos delegados eran casi totalmente bolcheviques. No había nada que hacer sino elegir inmediatamente a un nuevo Comité Ejecutivo Central.

      En