Juan Manuel de Rosas disolvió muchas de las instituciones seculares creadas por el círculo rivadaviano. A Rosas, la importación de saberes europeos lo tenía sin cuidado, por lo que dejó casi sin fondos a la Universidad de Buenos Aires. En las escuelas privadas dictaminó la obligación de la educación moral y religiosa. También intervino las asociaciones literarias y las publicaciones de prensa creadas en tiempos de la “feliz experiencia”. Rosas destruía la incipiente esfera de la opinión pública burguesa mientras conquistaba la buena opinión de peones, gauchos, pequeños comerciantes, e incluso de muchos terratenientes. Apoyaban a Rosas no solo por terror, sino porque los beneficiaba, dándoles a unos trabajo en sus estancias y a otros tierras que seguir acaparando. En cualquier caso, se empezaba a vislumbrar que el ideal ilustrado y benthamiano de la libre opinión no era algo tan prístino. Se empezaba a hacer más patente que el libre juego de las opiniones no llevaba a una armonía providencial, gracias a la cual la opinión de los otros impediría obrar mal por sus efectos de visibilidad. La imprenta, la publicación de opiniones, ya no representaba, como en tiempos de Rivadavia, el ideal de la buena sociabilidad burguesa. En cambio, la censura, las operaciones de prensa, la monopolización de medios de producción de opiniones, comenzaban a formar parte fundamental de los enfrentamientos políticos. No casualmente, Sarmiento y Mitre, dos de los más importantes representantes del unitarismo posrivadaviano, se ocuparán, encarnizada y apasionadamente, de hacer periodismo.
Las diferencias entre las dos artes de gobierno no podían ser mayores. En el caso de Rivadavia, inspirado por Bentham, se apuntaba a la creación de una vasta red de diseños institucionales y arquitectónicos impersonales, capaces de producir toda clase de efectos de transparencia para así maximizar el registro del saber y la promoción de la utilidad. En el caso de Rosas, todo lo contrario: el ojo del caudillo, ayudado de una red de informantes, debía alcanzar cada rincón de la ciudad y de la campaña, haciéndose presente tanto para ejecutar el castigo como para entregar el premio. El lugar en el que moraba el caudillo era un lugar de sombra, opaco, no sujeto a discusión pública, más semejante al antiguo poder soberano del monarca que a un funcionario moderno.58
En tanto brillante estanciero, Rosas hizo aumentar las exportaciones de cuero, lana y tasajo, acrecentando las rentas de la aduana. Como analizó Milcíades Peña, todo el proyecto dictatorial de Rosas tenía como propósito poner al país ya no al servicio de las luces y del libre comercio, sino de la acumulación estanciero-saladeril, la rama más importante de la producción nacional.59 Aun Sarmiento y Alberdi, los principales denostadores de Rosas, llegaron a reconocer que, durante su tiranía, la riqueza, la población y la edificación aumentaron enormemente. En el Facundo, se lee: “no se vaya a creer que Rosas no ha conseguido hacer progresar la República que despedaza”.60 ¿La hacía progresar a pesar de despedazarla o gracias a su despedazamiento? Según Sarmiento, al haber dispersado a los unitarios hacia las provincias, expulsándolos de Buenos Aires, Rosas, sin saberlo ni planearlo, como si fuese un instrumento de la providencia, había promovido el encuentro entre las facciones:
“La guerra civil ha llevado a los porteños al interior, y a los provincianos de unas provincias a otras. Los pueblos se han conocido, se han estudiado y se han acercado más de lo que el tirano quería, de ahí viene su cuidado de quitarles los correos, de violar la correspondencia y vigilarlos a todos. La UNIÓN es íntima”.61
No se gobierna del mismo modo en el campo que en la ciudad. No se aplican las mismas técnicas en uno y otro lugar. Rosas gobernaba mediante una combinación de caudillismo paternalista entre los campesinos y terror entre los ciudadanos. Si en las estancias se hacía estaquear por los peones cuando trasgredía sus propias normas, en la ciudad había tendido una compleja red de informantes, compuesta de partidarios que lo mantenían al tanto de todo lo que ocurría. La mujer de Rosas, doña Encarnación Ezcurra, había contribuido mucho al armado de esta red de información. En 1838, cuando Ezcurra muere, los habitantes de la ciudad marcharon en una gigantesca procesión fúnebre, obligados a usar una divisa como señal de luto. Esa divisa punzó era el distintivo oficial del rosismo. Teñida de colorado con la sangre del ganado sacrificado en los mataderos, la divisa funcionaba como una tecnología de fichaje de la población.
Se cree que la viruela fue originada en Egipto o en la India, hace 4000 años, pero era desconocida en América hasta el arribo de los conquistadores españoles. Azarosamente, la viruela llegó a convertirse en un “arma bacteriológica” para la conquista de América, diezmando a los ejércitos incas y aztecas en mayor medida que los enfrentamientos armados. Los mapuches, de hecho, llamaban a la viruela “huinca-cutrán”, enfermedad del blanco. Los europeos la habían traído de Europa pero habían desarrollado en sus organismos una serie de mecanismos inmunitarios producto de las pestes que habían padecido sus antepasados. Los indios, en cambio, se encontraban sin defensas.
A fines del siglo XVIII, en Inglaterra, un médico rural llamado Edward Jenner se dedicó a investigar la viruela de las vacas, llamada vaccina o cowpox, la cual producía erupciones en las ubres, semejantes a las erupciones que producía la viruela en el rostro humano. Jenner observó que las lecheras contagiadas de viruela bovina se hacían inmunes a la viruela humana. Entonces, extrajo pus de la pústula de una lechera y se lo inoculó a un niño de 8 años llamado James Phipps, que padeció fiebre por dos días. El pequeño James se recuperó rápidamente y Jenner le inoculó la viruela humana. Esta vez, el niño no enfermó. Se había vuelto inmune. Jenner repitió el experimento con otras 23 personas, con igual éxito, probando un hecho aparentemente aporético: la inoculación atenuada de una enfermedad puede proteger de una versión más virulenta del mismo mal. Un mal menor, adecuadamente dosificado, puede ser utilizado para combatir un mal mayor. Jenner publicó un tratado llamado An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae y presentó sus descubrimientos ante la Royal Society de Londres, desatando grandes discusiones científicas y religiosas, que culminaron con la aprobación oficial del revolucionario método de prevención sanitaria.
En verdad, la práctica de la inoculación tiene muchos antecedentes. Edward Jenner fue el primero que sistematizó el método, utilizando virus vacunos en lugar de humanos, sometiéndolo a varios procesos de verificación y falsación. Los chinos, ocho siglos antes, ya practicaban la inoculación para protegerse de la viruela, aunque no utilizaban el virus vacuno. La variolización también era conocida entre los chamanes de muchos pueblos africanos, que inoculaban los fluidos de muertos por la viruela para curar a los miembros de sus tribus, pero también para enfermar a sus enemigos al enfrentarse en luchas chamánicas. Paradójicamente, los africanos, al ser esclavizados y trasladados a América, serán culpabilizados de ser los principales agentes de contagio de la viruela, cuando conocían la eficacia de la inoculación desde mucho antes que los europeos, que la habían rechazado por considerarla un método salvaje.
Según Carlo Ginzburg, la forma más arraigada de conocimiento no es la científico-cartesiana o cuantificante, sino la que lee signos, huellas e indicios en las cosas.62 No depende de la aplicación de reglas preexistentes, sino del olfato, el golpe de vista, la intuición y la sagacidad, formas de conocimiento que no hacen brotar certezas matemáticas, sino conjeturas cualitativas. El método conjetural es el método de conocimiento utilizado por los navegantes de todos los tiempos para orientarse observando los astros. También es el método utilizado por los antiguos cazadores de animales para desentrañar las huellas de sus presas. Muchos saberes científicos modernos son en realidad apropiaciones de métodos conjeturales surgidos primero en culturas populares. Carlo Ginzburg menciona la práctica de la toma de huellas digitales, método que fue apropiado por el imperio inglés cuando ejercía el poder colonial sobre la región de Bengala, donde los bengalíes practicaban una antigua técnica quiromántica, por medio de la cual imprimían sus huellas digitales sobre cartas y documentos, a la manera de firmas personales. Algo muy similar habría sucedido con la inoculación: lo que había nacido como un saber popular,