—Hola, papá —dijo mi hija, algo intimidada.
Llevaba la chaqueta puesta y la mochila en la mano, se detuvo a mi lado y se apretó contra mí. La cremallera de la mochila no estaba cerrada del todo, y de dentro sobresalía una de las orejas de Hoppy.
—¿Estás bien, cielo? —pregunté.
Asintió con la cabeza.
—¿Te encuentras mal?
Dudó un segundo y luego asintió otra vez.
—Quiero irme a casa —rogó.
—No sé qué problema ha podido tener —dijo Darren, como si Kelly no estuviera allí—. Se lo he preguntado, pero no quiere decirme nada.
Kelly no quería ni mirarlo. Mascullé un «Gracias» y me la llevé hacia la salida. Ann y Darren susurraron algo en respuesta antes de cerrar la puerta detrás de nosotros. Detuve a Kelly y me incliné para subirle la cremallera de la chaqueta hasta arriba, y entonces oí que dentro de la casa levantaban la voz.
En cuanto tuve a Kelly con el cinturón abrochado y ya nos estábamos alejando de casa de los Slocum, le pregunté:
—Bueno, ¿qué ha ocurrido?
—No me encontraba bien.
—¿Qué ha sido? ¿La tripa?
—Me siento rara.
—¿Por la pizza? ¿Demasiados refrescos?
Kelly se encogió de hombros.
—¿Ha pasado algo? ¿Te ha pasado algo con Emily?
—No.
—¿No, no ha pasado nada? ¿O no, no te ha pasado nada con Emily?
—Solo quiero irme a casa.
—¿Te ha dicho algo Emily o alguna otra persona? ¿Sobre tu madre?
—No.
—Es que parecía que ni siquiera querías hablar con el señor Slocum. ¿Te ha pasado algo con él?
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? —Otra vez volvía a tener todo el vello de la nuca erizado. Aquel tipo me daba muy malas vibraciones. No sabía lo que era, pero tenía algo que no me gustaba—. ¿Te ha..., te ha hecho sentir incómoda?
—Estoy bien, ¿vale? —dijo Kelly, pero se negaba a mirarme.
Mi mente me estaba llevando a lugares a los que yo no quería ir. Había preguntas que me parecía necesario plantear, pero no iba a resultar fácil hacerlo.
—Mira, tesoro, si ha sucedido algo, tienes que contármelo.
—No puedo.
La miré, pero ella seguía mirando al frente.
—¿No?
Kelly no dijo nada.
—Ha sucedido algo, pero no puedes hablar de ello, ¿es eso lo que estás diciendo?
Los labios de Kelly se tensaron. Sentí una punzada de angustia.
—¿Alguien te ha obligado a prometer que no dirías nada?
Al cabo de un momento, dijo:
—No quiero meterme en ningún lío.
Traté de mantener la calma.
—No vas a meterte en ningún lío. A veces, los adultos les hacen prometer a los niños que no cuenten algo, pero eso está mal. Si alguna vez un adulto hace eso, es para ocultar algo que han hecho ellos. No es por nada malo que hayas hecho tú. Y aunque te digan que te vas a meter en un lío si lo cuentas, no es verdad.
La cabeza de Kelly se movió arriba y abajo unos milímetros.
—Eso... que ha pasado... —dije, inseguro—. ¿Emily estaba allí? ¿Lo ha visto?
—No.
—¿Dónde estaba Emily?
—No lo sé. Todavía no me había encontrado.
—¿Cómo que no te había encontrado?
—Yo me estaba escondiendo, y luego iba a esconderse ella.
—¿De su padre?
—¡No! —contestó con impaciencia—. Nos escondíamos la una de la otra. En partes diferentes de la casa, pero luego íbamos a intentar encontrarnos para sorprendernos.
—Vale —dije, empezando a entender algo—. ¿Ha llegado Emily después? ¿Te ha encontrado?
Negó con la cabeza.
Ya estábamos a la altura del hospital, el lugar en el que normalmente habría torcido por Seaside Avenue para llegar a nuestra casa, que, a pesar de lo que prometía el nombre de la calle, no estaba ni junto al mar ni a una distancia desde la que pudiera verse el agua. Pero me dio la sensación de que, ahora que Kelly había empezado a hablar, si llegábamos a casa podía cerrarse de nuevo, así que pasé de largo y seguí recto por Bridgeport Avenue. Si Kelly se dio cuenta de que nos habíamos pasado el desvío, no dijo nada.
Bueno, ya no valían más maniobras dilatorias. Aquella era mi vida (nuestra vida) en esa nueva etapa. Padre e hija tenían que hablar de una serie de temas que al padre le hubiese encantado poder dejar para la madre.
—Cielo, me resulta muy difícil preguntarte esto, pero tengo que hacerlo, ¿vale?
Me miró a los ojos y luego apartó la cara.
—¿Te ha hecho algo el señor Slocum? ¿Te ha tocado? ¿Te ha hecho algo que tú no querías que hiciera? Porque, si es así, ha estado mal y tenemos que hablar de ello. —Parecía impensable. Aquel tipo era policía, por el amor de Dios. Aunque, por mí, como si era el puto jefe del FBI. No me importaba. Si había tocado a mi niña, pensaba darle una paliza de muerte.
—No me ha tocado —dijo Kelly.
—Vale. —Me puse a imaginar diferentes posibilidades—. ¿Te ha dicho algo? ¿Te ha enseñado algo?
—No, no ha hecho nada de todo eso.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Entonces ¿qué ha sucedido, tesoro? ¿Qué te ha hecho?
—Él no me ha hecho nada, ¿vale? —Kelly se volvió y me miró directamente, como si se estuviera preparando para acusarme de algo—. No ha sido él. Ha sido ella.
—¿Ella? ¿Quién?
—Ha sido la madre de Emily.
Capítulo 8
—¿La madre de Emily te ha tocado? —pregunté, desconcertado. Eso parecía más impensable todavía.
—¡No, no me ha tocado! —exclamó Kelly—. Se ha enfadado mucho conmigo.
—¿Anna se ha enfadado? ¿Y por qué iba a enfadarse contigo?
—Porque yo estaba en su habitación. —Ya no me estaba mirando.
—¿En su habitación? ¿Te refieres a su dormitorio?
Kelly dijo que sí con la cabeza.
—Solo estábamos jugando.
—¿Jugabas con Emily en el dormitorio de sus padres?
—Solo me estaba escondiendo. En el armario. No estaba haciendo nada malo, pero la madre de Emily se ha enfadado muchísimo porque no sabía que yo estaba ahí y ella estaba hablando por teléfono.
Seguía preocupado, pero una parte de mí también sentía alivio; la peor de las posibilidades parecía haber quedado descartada. Kelly estaba donde se suponía que no debía estar, escondida en el dormitorio de Ann y Darren Slocum... Bueno, si yo hubiese encontrado a Emily