Coatlicue Sanjuanita. José Gerardo Bohórquez Molina. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Gerardo Bohórquez Molina
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786074500073
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Notas al pie

      A Nuestra Madre y Madre de Dios, Coatlicue Sanjuanita.

      A mi madre, Natalia, mujer sencilla, ejemplo de generosidad y entrega incondicional.

      A Lolita, mamá de Manuel, Francisco y Felipe, mi compañera en la peregrinación por la vida, mujer solidaria, sustento de nuestro hogar.

      A las mamás, “mujeres guerreras” en el parto y en la vida.

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      Quiero agradecer a todos los que hicieron posible esta vivencia. En primer lugar a mis hermanos peregrinos al Tepeyac del grupo “Choferes y mecánicos” que me invitaron a ir a San Juan: Silvestre, Amado, Toño, Leonardo, Alfonso, Manuel, José y Concepción; a los peregrinos a San Juan, especialmente a Pascual Moreno, a Canto y Cruz Maldonado Aguilar, que además son concheros de la Mesa Real de Conquista del Sr. General Narciso Aguilar; a José, Domingo, Miguel, doña Natalia, doña Luz, hija de Herculano Guerrero, que organizaba al grupo de Tolimán en los años sesenta; también a Gerardo, Patricia y David. A Imelda Mendoza, que preside la velación del 14 de agosto en San Francisquito; en la peregrinación del 15 al 28 de enero de 2006, agradezco a mis hermanos de Tolimán Esteban Álvarez, Crescencia Sánchez Moral, subjefa de grupo encargada de los alimentos a la que acompañan sus nietos y cuya abuela hacía lo mismo cargando en su burro el comal, las ollas, el molcajete y las cazuelas cuando se caminaba por San Miguel Allende y Silao, a Manuel de Santiago, Fernando González González, que vive en Los Ángeles, California, a Yolanda Blas Sánchez, José Luis González Sánchez, a Raúl Barrio, Verónica, su esposa, y Cristian, su pequeño hijo, a Luis Alberto Castillo del servicio de limpia de la ciudad de Querétaro, que llevó todo el tiempo cargando un nicho con imágenes de santos de su devoción y fotografías de sus seres queridos; al “carnal” peregrino de Tepito, Ignacio Ruiz, de los “Soldados de Cristo”; a Javier Gonzaga de la Cruz, danzante apache del grupo “Halcones” de San Pablo Tolimán.

      De San Juan de los Lagos, a su cronista Amando R. de León Ruiz, a la historiadora Gemma Pérez Zermeño, al padre Jaime Gutiérrez, presidente de la Comisión de Arte Sacro, al fotógrafo René Ornelas y al padre Juan Carlos González Orozco; de Mezquitic a Daniel González Padilla, nuestro guía, y a don Ángel González Garibay, con sus noventa y tantos años de vida.

      Del centro INAH Querétaro, a mis compañeros Ana María Crespo, Juan Carlos Saint Charles, Tonatiuh Osornio, Daniel Valencia, Alicia Bocanegra, Jorge Ramos, Carlos Viramontes, Alberto Herrera, Beatriz Utrilla, Eduardo Solorio, Mirza Mendoza, Ángel Zepeda, Noemi Pineda, Ernesto Hidalgo, Leticia Nolasco, Alfonso Pineda, Maricela Martínez, Sonia Butze, Fernando Saavedra, Yolanda Cano, David Saavedra, Eduardo Cano, Concepción de la Vega y Lourdes Somohano. Del centro INAH Guanajuato a Beatriz Cervantes y Luz María Flores Cervantes.

      A mis generosos lectores, el padre Fidencio López, vicario de pastoral de la Diócesis de Querétaro, Manuel Piña, presidente de la Asociación Diocesana de Peregrinos a San Juan de los Lagos de 1997 a 2006; a Salvador Reyes Equiguas y Juan Ricardo Jiménez, que me hicieron observaciones críticas muy valiosas; a Alejandro Vázquez, investigador apasionado de las peregrinaciones indígenas de Tolimán; a Diego Prieto, amigo y consejero en este y otros andares. A don Samuel Ruiz y a don Miguel León Portilla por sus invaluables consejos, comentarios y su criticidad. A Bernardo Guízar, por su testimonio en la pastoral indígena; a Javier García Muñoz, mi orientador en la publicación; a Rodrigo Guerra, que acogió mi trabajo; a Blanca Solares, por su profunda comprensión de la diosa en el México antiguo.

      En mi familia, a mis suegros, Lucha y Chepe, que siendo sanjuanenses me facilitaron los primeros libros sobre el tema; a Angélica, Nacho e Irma, por su apoyo. A la tía Dolores, que entró siendo niña a la cueva de Mezquitic. A mi papá, un recuerdo cariñoso. A Lolita, mi compañera en la vida y en mis viajes a San Juan, a mis hijos Manuel y Felipe que escucharon pacientes mis comentarios cotidianos sobre el tema, a la historiadora Patricia Luna y a Paty Ávila por su interés en mi trabajo, a mi hijo Francisco por la redacción, las fotografías y los aportes de fondo para este trabajo y a Silvia García por su trabajo en favor de la educación y el desarrollo comunitario.

      Gracias a todos, ahora más que nunca es cierto que no son responsables de lo que escribí, sino colaboradores generosos y desinteresados.

      Encontrar la peregrinación como una forma de supervivencia y resistencia de los pueblos indios después de agotada la defensa violenta, antes de que fueran totalmente exterminados por los conquistadores y sus aliados, vislumbrar la peregrinación de origen cultural nahua-chichimeca como un rito solidario de regreso a Aztlán para ir al origen y destino, Coatlicue Sanjuanita, no fue fruto de mi habilidad al buscar, ni de un azar sin sentido;1 ha sido tan hermoso que lo único que me queda es agradecerle a mi Madre Santísima de San Juan, por haberme mostrado tanto de lo suyo, sin ningún merecimiento de mi parte: un verdadero milagro.

      Se me concedió,

      se me concedió,

      para mí es un gran milagro

      venirle a cantar,

      venirle a cantar

      a la virgen de San Juan

      (Pregón conchero)

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      Antes de abordar este trabajo hago algunas aclaraciones. Soy un peregrino de a pie de Querétaro al Tepeyac y a San Juan de los Lagos; nací en Tepito, en el Distrito Federal, y estoy avecindado en Querétaro, Querétaro; pretendía escribir originalmente en una o dos páginas de un periódico local, dando cuenta de una peregrinación realizada del 21 al 31 de enero del 2004 rumbo a San Juan, pero conforme avancé la investigación vi necesario darle un destino más amplio. Al regreso de la peregrinación tenía la convicción de que la oleada de romeros que van por la carretera a San Juan no estaban equivocados de rumbo. Gracias a ellos obtuve algunas conclusiones: que la peregrinación es vital para quienes la hacen; que acompañar a los pobres en su camino, en el rito y en la vida, es muy difícil; y que la sabiduría del pueblo que camina se resume en el saludo conchero: “Él es Dios”, a Él hay que presentarle proyectos de amor y por Él hay que dejarse llevar.

      En este testimonio se entrelazan el mito y la historia, el rito y la vida, la historia de salvación y la inmanencia, la religión y la política. Se trata de un trabajo que se atreve a proponer algunas hipótesis de índole multidisciplinaria, con la pretensión de hacer una reconstrucción e interpretación integral, que no busca el desmembramiento de un fenómeno complejo y unitario.2

      Algunas personas se preguntarán qué es lo que está aportando este trabajo. Quiero decirles que el primer sorprendido fui yo, porque a lo largo del mismo fui encontrando cosas inesperadas.

      Se me vinieron más de mil años encima, ya que concebía la historia como etapas concluidas, tal como nos la enseñaron en primaria (época prehispánica, Conquista, Colonia, Independencia, etc.), y no una historia acumulada y viva, al grado que me conmovió el relato de los enviados por Moctezuma a buscar Aztlán y a Coatlicue, que le había dado a su hijo Huitzilopochtli cuatro pares de huaraches, dos para ir hacia su destino sagrado y dos para regresar con el cansancio a cuestas a su lugar de origen. Fue cuando descubrí que los peregrinos vamos de regreso a ver a nuestra madre Coatlicue Sanjuanita.

      Tuve la intuición de que había una zona arqueológica, que no era reconocida porque los lugareños estaban desde niños acostumbrados a ella y no le daban suficiente importancia. Y ahí estaba, apenas anotada por cronistas locales. Generosa nos mostró, a través de los habitantes de Mezquitic y San Juan, algunas piezas muy significativas y, en un recorrido por la zona, muestras de superficie que fueron útiles para fechar de forma confiable