Cuando los académicos de RR.II. hablan de la pertinencia de las teorías, el debate gira alrededor de su capacidad de producir los resultados esperados, de su operabilidad6 (Brown, 2013; Mearsheimer y Walt, 2013). La controversia alrededor de la utilidad de la teoría está bien resumida en la respuesta que Kenneth Waltz, el proponente del realismo estructural en RR.II., formuló frente a los cambios observados en las relaciones internacionales desde el fin de la Guerra Fría y frente al auge de las propuestas neoliberales (Waltz, 2000). Para el académico estadounidense, constatar cambios sistémicos no es suficiente para declarar el fin de la utilidad de una teoría. Para eso, un cambio de sistema es necesario. Los cambios sistémicos, es decir, los cambios en el sistema internacional, son comunes y esperados.
Si el sistema fuera transformado, la política internacional no sería más la política internacional y el pasado no serviría más como guía para el futuro. Empezaríamos a nombrar la política internacional por otro nombre, y algunos lo hacen. Los términos “política mundial” o “política global”, por ejemplo, sugieren que la política entre Estados egoístas interesados por su seguridad fue reemplazada por algún otro tipo de política o, de pronto, por nada político en absoluto. (Waltz, 2000, p. 6)
Si se pregunta si la discusión acerca de la naturaleza del poder pone en cuestión la relevancia de una propuesta teórica, la respuesta de Kenneth Waltz sería clara y negativa. El hecho de considerar el poder como un recurso material (Glaser y Kauffmann, 1998) o inmaterial (Nye, 2004), por ejemplo, puede cambiar la evaluación que se puede hacer del equilibrio del Balance de Poder en el sistema, pero no pone en cuestión la reflexión en términos anárquicos. Hablar, en la actualidad, de qué tipo de equilibrio existe en las relaciones internacionales, ya sea unipolar (Mearsheimer, 2001), bipolar (Yang, 2018), multipolar (Dunne, 2018) o apolar (Badie, 2012), no cuestiona los elementos centrales que se consideran le dan su carácter a la política internacional.
Así sea que entendamos la teoría de manera amplia, como “una realidad simplificada que inicia con la suposición de que, de manera fundamental, cada evento no es único, sino que pueden ser agrupados por similitudes” (Acharya y Buzan, 2010, p. 4), mientras no se discutan las maneras en que se agrupan los eventos, no se pone en cuestión la teoría. Barry Buzan hace parte de los que, dentro de los círculos académicos de RR.II. más influyentes, buscan agrupar los eventos de una manera distinta y quedan atentos a la manera como los agrupan los demás.
En 2010, Buzan, en una conferencia en la London School of Economics (LSE), explicaba que el concepto de superpotencia había tenido relevancia, no por su validez (autoridad científica) (Bloor, 1976), sino por la operabilidad que el concepto ha tenido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, es decir, su credibilidad (autoridad lógica) (Bloor, 1976). A su juicio (Buzan, 2011, abstract), los superpoderes “son un fenómeno históricamente contingente que se asentó en una profunda inequidad en la repartición de poder entre Occidente y el ‘resto’ del mundo”. Para llegar a ese enunciado, Buzan propone considerar los elementos sociales del poder, es decir, la primacía que los miembros del sistema social dan a las lecturas y categorías que algunos de ellos consideran válidas. Un “superpoder” existe no solo porque despliega recursos materiales e inmateriales de poder ampliamente superiores a los demás, sino porque la primacía de los recursos es considerada como determinante del orden social por los que orientan la política.
Así, el concepto de superpoder hubiera sido aceptado porque los países occidentales, especialmente Estados Unidos, fueron considerados como modelos, cuyas políticas eran aceptables y cuya legitimidad a ordenar las relaciones sociales no era puesta en cuestión por los demás miembros del sistema social. Sin embargo, advierte Buzan, a medida que las inequidades materiales se van reduciendo, las interpretaciones de lo que es socialmente aceptable cambian y el concepto mismo de superpoder pierde su legitimidad. En ese sentido, Buzan identifica –así no sea en los mismos términos que los que se escogieron para este trabajo– un momento de histéresis para la disciplina. Frente a una serie de cambios percibidos, el campo RR.II. se somete a una reevaluación de sus conceptos más centrales.
En el corazón del argumento del profesor de la LSE está la idea de que el conocimiento en ciencias sociales no solo es el fruto de la observación de la realidad, sino que se observa a partir de conceptos espacio-temporalmente contextualizados (Buzan y Lawson, 2015, pp. 1-14). Para Buzan es evidente que el concepto de superpoder no es operable para los periodos históricos anteriores al siglo XIX; eso porque, simplemente, la idea misma de que una autoridad política pudiera extender su alcance a escala del orbe no era concebible. La facultad de los académicos para concebir un actor internacional, un Estado, capaz de llevar destrucción masiva en cualquier punto del orbe (Braillard y Djalili, 1988, pp. 31-36), no era posible antes de que los recursos de poder fueran repartidos de manera tan desigual que permitieran, a unos pocos, intervenir drásticamente en los procesos políticos de cualquier sociedad que hubiera sobre la tierra.
Entonces, según Buzan y en un futuro próximo, las relaciones sociales deberían enmarcarse en un “globalismo descentrado”; un mundo marcado por intercambios e interdependencias, pero sin que ninguno de sus partícipes imponga a todos los demás sus lecturas e interpretaciones. Para Buzan, ello no resultaría solo de una repartición más equitativa de los recursos de poder sino, más bien, de la imposibilidad de que se “acepte cualquier forma de hegemonía en el sistema internacional” (2011, p. 7) (énfasis agregado). Más allá de la imposición pasajera de algún tipo de marco definido para las interacciones sociales, Buzan entiende aquí la hegemonía como la legitimidad para definir el marco de las interacciones sociales que le reconoce el conjunto de los miembros de la sociedad a algunos de ellos.
Pasando de la construcción de un modelo a partir de la observación empírica al análisis de la producción de la teoría, el líder de la Escuela Inglesa considera que Estados Unidos ha dominado la disciplina por su tamaño y su opulencia, que sus fundaciones han jugado un papel significativo en la financiación de los desarrollos de la disciplina en el exterior y que sus redes dominan la producción del conocimiento (Buzan, 2018a, p. 402). Al mismo tiempo, insiste en que los círculos sociales tienden a la parroquialidad, ya sea por razones relacionadas con el idioma, y las barreras que crea, o la cultura (p. 403).
Sin embargo, si se acepta la idea de que las teorías y los conceptos que utilizan son discursos que se construyen a partir de un contexto espacio-temporal definido, entonces se debe entender que la doxa en RR.II. (re)produce un cierto tipo de orden. Desde la sociología de Bourdieu se pueden entender las críticas que Oliver Turner y Nicola Nymalm hacen de los conceptos clásicos de “Estados defensores del statu quo” y de “Estados revisionistas”. Para el miembro de la Universidad de Edimburgo y la investigadora del Instituto Sueco de Asuntos Exteriores, estos conceptos “han, por mucho tiempo, trabajado en la construcción y legitimización de un entendimiento (orientado por Occidente) del statu quo global y de los avances universales que brinda”. De la misma manera que se propone en este trabajo, los autores consideran que “nuestro entendimiento de estos conceptos es menos el producto o resultado del trabajo de investigación, que modos o métodos de investigación que operan como narrativas autobiográficas” (2019, p. 3). Lo interesante aquí es que construyen su interpretación a partir de otro comentario sociológico, el de Margaret Somers y Gloria Gibson (1994), pero que los argumentos centrales propuestos por Bourdieu se vuelven a encontrar.
Cuando la reflexión de los académicos de RR.II. se considera como un discurso, entonces, esta (re)produce una meta narrativa que incluye y condiciona a los mismos académicos. Las narrativas de Relaciones Internacionales, como cualesquiera otras narrativas, porque enmarcan los debates académicos, brindan orden a nuestro pensamiento. Concomitante, “estas narrativas establecen verdades que se imponen a los académicos; ya sea acerca de cómo se constituyó ese orden, el estado en el que se encuentra o cómo debería evolucionar”. Las narrativas de RR.II. son “narrativas que ordenan”, que privilegian ciertas lógicas explicativas acerca del mundo y de los que lo pueblan (Somers y Gibson, 1994, p. 63, citadas por Turner y Nymalm, 2019).