—Siento mucho todo eso —dijo la mujer de pelo canoso—. Pero nuestro objetivo es protestar contra los padres de hijos autistas, que es diferente.
—¿Qué tiene de diferente? —quiso saber Teresa—. ¿Que nacieron así? ¿Y los que nacen con tumores y labio leporino? Dios evidentemente los creó así, pero ¿eso significa que los padres no deberían operarlos ni darles radiaciones o lo que sea necesario para que estén sanos y perfectos?
—Nuestros hijos ya son sanos y están perfectos —replicó la mujer—. El autismo no es un defecto, es una forma diferente de ser y cualquier tratamiento es pura palabrería.
—¿Estás segura? —preguntó Kitt y se adelantó para ponerse al lado de Teresa—. Yo también pensaba eso y después leí que muchos niños con autismo padecen problemas digestivos y que por eso caminan de puntillas, porque la tensión muscular les alivia el dolor. TJ siempre andaba de puntillas, así que lo llevé al médico. Resultó que sufría una importante inflamación digestiva y no podía decírnoslo.
—Lo mismo le sucede a ella —dijo Teresa señalando a Elizabeth—. Estuvo probando muchísimos tratamientos y su hijo ha mejorado tanto que los médicos dicen que ya no padece autismo.
—Sí, conocemos muy bien sus tratamientos. Su hijo tiene suerte de haber sobrevivido a ellos. No todos los niños lo hacen —dijo la mujer agitando el folleto sobre los incendios contra la cara de Elizabeth.
Elizabeth resopló y sacudió la cabeza. Atrajo a Henry contra su cuerpo y se apartó. La mujer la agarró del brazo y tiró con fuerza. Elizabeth gritó tratando de soltarse, pero la mujer se lo impidió.
—No voy a dejar que sigas ignorándome —le espetó—. Si no dejas de hacerlo, algo terrible sucederá, te lo garantizo.
—¡Eh, suéltala ahora mismo! —gritó Teresa, interponiéndose entre ambas y golpeando la mano de la mujer para apartarla. La mujer se giró hacia ella y cerró el puño, como para Teresa sintió que le corría un escalofrío por la espalda. No seas tonta, no hay nada que temer, es solo una madre exaltada, se dijo—. Vamos, déjennos pasar de una vez —le ordenó.
Después de unos segundos, las manifestantes retrocedieron. Acto seguido, levantaron los letreros y, en silencio, reanudaron la caminata en círculo.
*
Resultaba extraño estar sentada en el tribunal escuchando a Matt contar esos mismos acontecimientos de la mañana de la explosión. Teresa no esperaba que los recuerdos de él fueran idénticos a los suyos —seguía por televisión la serie Ley y Orden, no era tan ingenua— pero de todos modos, lo distintos que eran le causaba inquietud. Matt redujo el encuentro con las manifestantes a una frase: “Un debate sobre la eficacia y la seguridad de los tratamientos experimentales para el autismo”; y no mencionó lo que Teresa había dicho sobre otros problemas de salud; tal vez él no había registrado la importancia de ese argumento o quizá simplemente le resultaba irrelevante. La jerarquía de las discapacidades… para Teresa eso era esencial, algo que la mortificaba; y para Matt no significaba nada. Si él tuviera un hijo discapacitado, sería distinto, desde luego. Tener un hijo con necesidades especiales no solo te cambiaba: te transformaba, te transportaba a un mundo paralelo con un eje de gravedad alterado.
—Y mientras sucedía todo esto —dijo Abe—, ¿qué estaba haciendo la acusada?
—Elizabeth no se implicó en absoluto —respondió Matt—, lo que me llamó la atención, porque por lo general siempre hablaba sobre tratamientos para el autismo. Se limitó a observar el folleto. En la parte inferior había un texto y ella entornaba los ojos, como queriendo leer lo que decía.
Abe entregó a Matt un documento.
—¿Es este el folleto al que se refiere?
—Sí.
—Por favor, lea el texto en la parte inferior.
—“Evitar las chispas en la cámara no es suficiente. Hubo un caso en que se produjo un incendio fuera de la cámara, debajo de los tubos de oxígeno y eso provocó una explosión fatal”.
—Se produjo un incendio fuera de la cámara, debajo de los tubos de oxígeno —repitió Abe—. ¿No es exactamente eso lo que sucedió en Miracle Submarine ese mismo día?
Matt miró a Elizabeth y apretó la mandíbula, como haciendo rechinar las muelas.
—Sí —respondió—. Y ella lo tenía en mente porque después de eso, fue directamente a ver a Pak y le contó lo que decía el folleto. Pak dijo que eso no nos podía suceder, que no permitiría que ninguna de esas mujeres se acercara al granero, pero Elizabeth siguió diciendo que eran peligrosas y le hizo prometer que llamaría a la policía para denunciar que nos estaban amenazando, para que quedara registrado.
—¿Y durante la inmersión? ¿Habló ella de este tema?
—No, permaneció en silencio. Parecía ausente. Como si estuviera muy concentrada en algo.
—¿Como si planeara algo, quizá? —sugirió Abe.
—¡Protesto! —se quejó la abogada de Elizabeth.
—Protesta aceptada. El jurado no tendrá en cuenta la pregunta —manifestó el juez con desgana. Una versión judicial de “Sí, claro, claro”. De todos modos, no importaba. Los miembros del jurado ya lo habían pensado: el folleto le había dado a Elizabeth la idea de provocar el incendio y echarles la culpa a las manifestantes.
—Doctor Thompson, después de que el submarino Miracle explotó exactamente del mismo modo que había mencionado la acusada, ¿intentó ella echarles la culpa a las manifestantes?
—Sí —respondió Matt—. Esa tarde, oí que le decía al detective que estaba segura de que habían sido ellas las que habían prendido fuego debajo de los tubos de oxígeno de fuera.
Teresa había escuchado lo mismo. Al principio —igual que el resto—, sospechó de las manifestantes y, aun después de que arrestaran a Elizabeth, seguía pensando lo mismo. Esta mañana, cuando la abogada de Elizabeth se reservó el alegato inicial para después de que la fiscalía presentara el caso, se había sentido decepcionada, pues todavía creía que la defensa alegaría que las manifestantes eran las homicidas.
—Doctor Thompson —prosiguió Abe—, ¿qué más sucedió esa mañana después del episodio con las manifestantes?
—Después de la inmersión, Elizabeth y Kitt se fueron enseguida y yo ayudé a Teresa a cruzar el bosque con la silla de ruedas de Rosa. Cuando llegamos a donde habíamos aparcado, Henry y TJ ya estaban en el coche y Elizabeth y Kitt se encontraban junto al bosque, al otro lado de donde estábamos nosotros. Estaban discutiendo —explicó Matt. Teresa lo recordaba bien: se estaban gritando, pero con ese secreto ruidoso que utiliza la gente cuando discute en público por algo privado.
—¿Qué decían?
—Era difícil entender, pero escuché que Elizabeth le decía a Kitt “perra celosa” y algo como: “Cómo me gustaría pasarme comiendo bombones todo el día en vez de cuidar a Henry”.
Teresa había escuchado la palabra “bombones”, pero no el resto. Matt estaba más cerca que ella; en cuanto llegaron al lugar, él notó que había algo sobre el parabrisas y corrió a cogerlo.
—Disculpe —dijo Abe—. ¿La acusada llamó a Kitt “perra celosa” y dijo que le encantaría pasarse el día comiendo bombones en lugar de cuidar a su hijo Henry… justo unas horas antes de que Kitt y Henry murieran en la explosión? ¿He entendido bien?
—Sí.
Abe miró las fotografías de Kitt y Henry y sacudió la cabeza. Cerró los ojos un instante, como para coger fuerzas y prosiguió:
—¿La acusada había discutido