El juicio de Miracle Creek (versión española). Angie Kim. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angie Kim
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418711022
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físicamente? —preguntó Abe y dejó que su boca se abriera de asombro—. Háblenos de eso, por favor.

      Teresa conocía la historia que Matt iba a contar. Elizabeth y Kitt eran amigas, pero en su relación había una cierta tensión que de vez en cuando salía a la superficie y las hacía discutir. Pequeñas peleas, nada del otro mundo, salvo una vez. Fue después de una inmersión. Cuando todos se marchaban, Kitt le dio a TJ lo que parecía ser un envase de pasta de dientes decorado con la imagen del dinosaurio Barney.

      —¡Ay, no me digas que es el nuevo yogur! —exclamó Elizabeth.

      Kitt suspiró.

      —Sí, es YoFun. Y ya sé que no es LGLC —respondió, luego se dirigió a Teresa y Matt—. LGLC significa libre de gluten, libre de caseína. Es una dieta para el autismo.

      —¿TJ ya no sigue esa dieta? —quiso saber Elizabeth.

      —Sí, la sigue para todo lo demás. Pero este es su yogur favorito y es la única forma en que acepta incorporar los suplementos. Se lo doy solamente una vez al día.

      —¿Una vez al día? ¡Pero está hecho con leche! —exclamó Elizabeth, e hizo que “leche” sonara como “excremento”—. El ingrediente principal es la caseína. ¿Cómo puedes decir que sigue una dieta libre de caseína si toma caseína todos los días? Ni qué decir de que contiene colorantes. ¡Y que ni siquiera es orgánico!

      Kitt parecía a punto de echarse a llorar.

      —¿Qué quieres que haga? Escupe los comprimidos a menos que se los dé con YoFun. Le hace feliz. Además, no me parece que esa dieta tenga efecto. Nunca he notado diferencia alguna en TJ.

      Elizabeth apretó los labios.

      —Tal vez la dieta no funciona porque no la haces bien. Libre de significa que no lo incorporas en absoluto. Yo uso platos diferentes para la comida de Henry. Hasta tengo una esponja especial para lavar sus platos.

      Kitt se puso de pie.

      —Pues yo eso no lo puedo hacer. Tengo que cocinar y lavar para cuatro hijos más. Solamente intentar hacer las cosas bien es un esfuerzo tremendo. Todos dicen que hay que hacerlo lo mejor que se pueda; además, quitarle casi todos esos ingredientes es mejor que nada. Siento no poder ser perfecta al cien por cien como tú.

      Elizabeth arqueó las cejas.

      —No te disculpes conmigo, hazlo con TJ. El gluten y la caseína son toxinas neurológicas para nuestros hijos. Hasta una dosis mínima interfiere con el funcionamiento cerebral. Con razón TJ sigue sin hablar —dijo y se puso de pie para marcharse—. Vamos, Henry.

      Kitt se le puso delante.

      —Oye, no puedes…

      Elizabeth la apartó de un empujón. No fue fuerte y de ninguna manera hizo daño a Kitt, pero la asustó. Nos asustó a todos, en realidad. Elizabeth siguió su camino hacia la salida y luego se volvió.

      —¿Y ya que estamos, puedes por favor dejar de decir que la dieta no produce resultados? No la estás siguiendo, y estás desanimando al resto porque sí. —Cerró la puerta con violencia.

      Cuando Matt terminó con la anécdota, Abe dijo:

      —¿Doctor Thompson, vio a la acusada enfadarse así en alguna otra oportunidad?

      Matt asintió.

      —El día de la explosión, cuando discutió con Kitt.

      —¿Cuándo la llamó “perra celosa” y dijo que le encantaría pasarse el día comiendo bombones en lugar de cuidar a su hijo?

      —Así es. No la agredió físicamente, pero se fue muy alterada y cerró la puerta del coche de un golpe violento. Retrocedió de un modo tan brusco que casi choca contra mi automóvil. Kitt le gritó que se calmara y esperara, pero… —Matt sacudió la cabeza—. Recuerdo que me preocupé por Henry, cuando Elizabeth aceleró tan precipitadamente. Los neumáticos chirriaron.

      —¿Qué sucedió después? —prosiguió Abe.

      —Le pregunté a Kitt qué había sucedido y si se encontraba bien.

      —¿Y?

      —Parecía muy alterada, como al borde de las lágrimas y respondió que no, que no estaba bien, que Elizabeth estaba realmente enfadada con ella. Después añadió que había hecho algo y que tenía que encontrar la manera de arreglarlo antes de que Elizabeth se enterara, porque si se enteraba… —Matt miró a Elizabeth.

      —¿Si se enteraba… qué?

      —Dijo: “Si Elizabeth se entera de lo que he hecho, me mata”.

      EL JUEZ LLAMÓ A RECESO al mediodía. Lo que menos deseaba Pak era que llegara la hora del almuerzo porque sabía que el doctor Cho —el padre de Janine, que se hacía llamar “doctor Cho” aunque era acupuntor, no médico— insistiría en pagarles la comida. Caridad forzada. No era que no le resultara tentadora la idea, pues no habían comido otra cosa que ramen, arroz y kimchi desde que habían empezado a llegar los gastos del hospital; pero el doctor Cho ya les había dado demasiado: préstamos mensuales para gastos corrientes, se había hecho cargo de la hipoteca, les había dado una buena cantidad por el coche de Mary y les estaba pagando también las facturas de luz. Pak no podía hacer otra cosa que aceptar todo, hasta la última idea del doctor Cho: un sitio web en inglés y en coreano para recaudar fondos. La declaración internacional de Pak Yoo como un inválido indigente que pedía subvenciones. No. Basta. Pak le informó al padre de Janine que tenían otros planes y rezó porque no los viera comiendo en el coche.

      De camino hacia el coche, vio que una docena de gansos caminaban balanceándose de un lado al otro, directamente hacia ellos. Pensó que Young o Mary los espantarían, pero ellas siguieron andando y empujando la silla de ruedas cada vez más cerca, como si fuera una bola que apuntaba directamente hacia los bolos. Los gansos no se daban por enterados, o quizás eran demasiado perezosos como para apartarse. No fue hasta que la silla de ruedas estuvo a centímetros de impactar contra uno de ellos y Pak a punto de lanzar un grito, cuando toda la bandada levantó el vuelo ruidosamente. Young y Mary siguieron avanzando al mismo ritmo, como si no hubiera sucedido nada. Pak sintió ganas de gritar ante su falta de sensibilidad.

      Cerró los ojos y respiró profundamente. Inspiración. Espiración. Se estaba portando de un modo absurdo: enfadándose con su mujer y su hija porque no se habían percatado de unos gansos. Si esa hipersensibilidad hacia los gansos —resultado de sus cuatro años solo— no fuera tan patética resultaría hasta cómica.

      Gui-ra-gui ap-ba. Padre ganso-silvestre. Así llamaban los coreanos al hombre que se quedaba trabajando en Corea mientras su mujer y sus hijos se trasladaban al extranjero en busca de una mejor educación, y él volaba (o “migraba”) anualmente a visitarlos. (El año anterior, cuando los índices de alcoholismo y suicidios alcanzaron niveles alarmantes entre los cien mil padres-gansos de Seúl, la gente comenzó a llamar a los hombres como Pak, que no podían afrontar el coste de visitar a sus familias —por lo que nunca volaban—, padres pingüinos, pero a esas alturas él ya se sentía completamente identificado con los gansos, y los pingüinos nunca lo afectaron del mismo modo.) Pak no había querido convertirse en padre-ganso; el plan era mudarse a Estados Unidos todos juntos. Pero mientras esperaban la visa familiar, Pak oyó que una familia de acogida de Baltimore estaba dispuesta a aceptar a un hijo con la madre o el padre; se ofrecían a alojarles sin coste alguno y a matricular al hijo en la escuela más cercana, a cambio de que el padre o la madre trabajara en su tienda de ultramarinos. Pak envió a Young y a Mary a Baltimore y les prometió que pronto se reuniría con ellas.

      Al final, tardó cuatro años en conseguir la visa familiar. Cuatro años de ser un padre sin familia. Cuatro años de vivir solo en un apartamentito del tamaño de un armario en un edificio decrépito y triste, lleno de padres-ganso decrépitos y tristes. Cuatro años de trabajar en dos empleos, siete días por semana para ahorrar cada centavo. Tantos sacrificios para la educación de Mary, para su futuro y ahora aquí estaba