Drew se pellizcó la nariz y cerró los ojos de nuevo. Aquellas palabras envenenadas todavía retumbaban en su cabeza.
—Como si un certificado de matrimonio tuviera algo que ver con el éxito profesional —masculló—. Es una locura —miró a Deanna.
Ella seguía sentada en la silla, tan tensa como una cuerda. Tenías las manos cruzadas sobre su regazo y seguía mirándolo con un gesto serio y preocupado.
—Yo, eh… Me imagino que para ti lo de casarse significa que no hay trato, ¿no?
Drew apretó los labios. Él nunca había fracasado a la hora de cerrar un trato. Siempre había tenido la habilidad de unir bien las piezas del puzle cuando todos decían que era imposible.
De repente una idea empezó a tomar forma en su cabeza.
—Esto es un trato —murmuró, preguntándose por qué no había sido capaz de verlo antes.
A lo mejor Deanna tenía razón… Al oír la palabra matrimonio su cerebro había sufrido un cortocircuito.
—¿Cómo? —le dijo ella, arqueando las cejas.
—Un trato —Drew se echó hacia delante.
Por primera vez en todo el día sintió que una sonrisa le tiraba de las comisuras de los labios.
—Lo único que necesito es un certificado de matrimonio, firmado y sellado.
Ella esbozó una sonrisa, todavía sin comprender nada. Sus ojos seguían serios y circunspectos.
—Normalmente tiene que haber un matrimonio de por medio para conseguir esos papeles. Pero tú acabas de decirme que no te interesa esa solución.
—Y así es. Pero un certificado de matrimonio se consigue con una boda. Y todo lo que necesito para celebrar una boda es tener una novia.
—Exacto —Deanna levantó las manos.
—Puedo contratar a una novia.
—Tienes que estar de broma —ella parpadeó, incrédula.
—A veces necesitas tener especialistas en la mesa para cerrar un trato. Sólo necesito encontrar a una mujer que esté dispuesta a cumplir con las condiciones.
—¿Y cuáles son esas condiciones?
—Firmar los papeles, decir «sí, quiero» y fingir ser mi esposa durante un tiempo, lo bastante para que mi padre se calme un poco, se retire y me nombre su sucesor. Después seguimos cada uno por nuestro lado.
Deanna soltó el aliento bruscamente y le miró con escepticismo, sacudiendo la cabeza.
—¿Necesitas que te recuerde que las mujeres con las que sueles salir, antes de que alcancen la fecha de caducidad a los tres meses, esperarían sacar una buena tajada de un acuerdo como ése?
Eso era algo que ella sabía muy bien, sobre todo porque era la encargada de comprar las joyas que él les daba como regalo de despedida cuando se cansaba de ellas.
—Necesito a alguien convincente… —dijo él con gesto pensativo.
De repente tamborileó con los dedos sobre el escritorio, como si acabara de encontrar la solución perfecta.
—Necesito a alguien como tú.
Capítulo 2
COMO ella? Deanna se levantó de la silla de un salto.
—Bueno, definitivamente te has vuelto loco. Drew seguía sentado en su silla con un gesto impasible. De repente agarró la gorra y volvió a ponérsela. Del revés. La pequeña cicatriz que tenía justo al borde del nacimiento del pelo le daba un aire peligroso y gamberro.
—Es perfecto —dijo. El hoyuelo de su mejilla apareció de repente.
—Estás loco —le dijo ella, conteniendo el aliento.
Él abrió las manos, con las palmas hacia arriba.
—Piénsalo, Dee. Si nombran a otro director general, alguien de fuera, es muy probable que os eche a todos de aquí, ¿no? Si la cúpula cambia, es muy probable que todo lo demás cambie. Así funcionan las cosas.
Una ola de pánico se apoderó de Deanna.
—Acabas de decirme que aunque trajeran a un nuevo director, no cerrarían las oficinas.
—Cerrarlas es una cosa, pero… Supongo que al nuevo director le gustaría meter a su propia gente de confianza —se encogió de hombros—. Si yo fuera a entrar en un sitio nuevo, me gustaría tener a mi gente conmigo. Para entonces mi padre ya estará retirado de forma oficial. Se quedará en Texas. Y es él el que está empeñado en darle un nuevo aire a la empresa. ¿Crees que no sabe lo que eso supondrá para la gente que ha trabajado para él durante tantos años?
—No me puedo creer que tu padre no lo haya previsto. Yo lo conozco. ¡Es una persona muy cuidadosa!
—Es un hombre que acaba de dejar bien claro que está listo para empezar una nueva vida, sin importar las consecuencias para los demás, y eso incluye a su propia familia —dijo Drew con contundencia. Su hoyuelo había desaparecido.
De repente, Deanna sintió que le temblaban las rodillas. Asió con fuerza el respaldo de la silla donde estaba sentada un momento antes. Necesitaba aquel trabajo. Más que nunca. Y aunque estuviera segura de poder encontrar otro empleo en caso de ser necesario, también sabía que no podría aspirar al salario que tanto le había costado conseguir en Fortune Forecasting. No ganaba lo suficiente como para hacerse rica de la noche a la mañana, pero sacaba lo bastante como para mantenerse a flote… hasta que llegaba el último arrebato derrochador de Gigi…
—Nadie se creería que tú y yo… Que nosotros…
—¿Podríamos estar enamorados?
Deanna casi podía ver el engranaje que acababa de ponerse en marcha dentro de su cabeza… Drew agarró un bolígrafo y empezó a golpear la punta contra la mesa.
—¿Por qué no? —le preguntó—. Creo que nadie se sorprendería. Toda mi familia sabe que eres la única mujer que ha durado más de doce meses en mi vida.
—Claro. Porque me pagas bien y ¡normalmente me dejas hacer mi trabajo tranquila! —sacudió la cabeza—. Pero si ni siquiera soy tu tipo.
Él esbozó una sonrisa burlona. El hoyuelo había vuelto.
—¿Y qué tipo es ése?
—Un metro ochenta, rubia, pechugona.
—A mí me ha parecido que estabas describiendo al tipo que lleva el quiosco de prensa que está en la entrada.
Ella hizo una mueca.
—Qué gracioso. Ya sabes a qué tipo de mujer me refiero. La única clase de mujer con la que sales más de dos veces.
Le bastaban los dedos de una mano para contar a las mujeres que sí estaban más interesadas en él que en su cuenta bancaria, o en el beneficio que podrían sacar dejándose ver colgadas del brazo de Drew Fortune. Sin embargo, ninguna de ellas había pasado de la primera cita. Él se había asegurado de ello.
El bolígrafo seguía golpeando la mesa.
—Sé lo que quieres decir. Y tienes razón. Tú no eres una cazafortunas —le dijo suavemente—. Nadie podría cometer jamás el error de pensar eso. Llevas cuatro años trabajando conmigo. Eres todo un ejemplo de discreción. Eres sosegada, sensible… Vaya. Si te soy sincero, seguro que mi padre piensa que eres demasiado buena para mí.
Aquella