—¿Cuánto hace que no los ves?
—Nos reunimos todos en Red Rock hace unos años.
Deanna no tenía hermanos y se había pasado toda la vida deseando haberlos tenido. Así no se hubiera sentido tan sola en el mundo.
—Bueno, entonces, ¿no estás deseando verlos de nuevo?
Él balanceó el bate como si fuera un palo de golf. Sin embargo, su expresión no era en absoluto distendida.
—¿Y eso qué importa?
Deanna sintió que su enfado crecía.
—Supongo que nada —le espetó—. Pero todo este proyecto… —gesticuló y señaló el montón de papeles que tenía sobre el escritorio—. Toda esta insistencia en terminar hoy sin duda es una excusa para no tener que ir a Texas. ¿Acaso esperabas que no fuéramos capaces de terminar hoy para así salirte con la tuya y no ir?
Drew se volvió hacia ella bruscamente, visiblemente sorprendido ante aquellas afiladas palabras. Los ojos verdes de Deanna lo miraban con un gesto desafiante y había un ligero rubor en sus mejillas. Normalmente era muy tranquila y sosegada… Nada que ver con la expresión que tenía en ese momento. La gota que colmaba el vaso…
—Supongo que no sabía lo importante que era para ti este fin de semana en el spa con tus amigas —le dijo.
Ella apretó los labios.
—¿Sabes, Drew? A veces eres un… —se detuvo y sacudió la cabeza con tanta fuerza que su melena cobriza se movió alrededor de sus hombros. Volvió la vista hacia el monitor y continuó escribiendo, golpeando con furia las teclas.
—¿Un qué?
—Nada —dijo ella, tecleando cada vez más rápido. El teclado repiqueteaba casi como una vieja máquina de escribir.
—Dilo, Dee.
Había escogido el peor momento para meterse con él y el deseo de provocarla era irresistible. Todo era culpa de su padre… William no tenía bastante con arruinarse la vida casándose, sino que también quería arruinar la suya.
—¿Por qué te callas ahora?
Ella le lanzó una mirada seria que, sorprendentemente, le recordó a su madre. Probablemente era porque él sí la tenía muy presente, a diferencia de su padre.
—¿Por qué no vuelves a tu despacho y me dejas terminar? —le sugirió ella.
Levantó la mano izquierda y le invitó a marcharse sin dejar de teclear con la otra.
—Tienes que pensar qué quieres poner en las tarjetas de presentación cuando reemplaces a tu padre como director general, ahora que se va a retirar. A lo mejor eso te pone de mejor humor.
—Y a lo mejor a ti te pone de mejor humor saber que probablemente no seré yo el nuevo director general.
El repiqueteo del teclado se detuvo abruptamente. Deanna levantó la vista. Aquel destello desafiante se había desvanecido y en su lugar sólo quedada una profunda confusión en su mirada.
—¿Qué?
Drew agarró con más fuerza el bate de béisbol. Tenía ganas de tirarlo por la ventana.
—No voy a ser el nuevo director general —esas palabras le sabían a vinagre en los labios.
—Pero si todo el mundo sabe que tú te vas a poner al frente… —le dijo ella, totalmente desconcertada.
—Sí, bueno. Supongo que eso a mi padre le da igual —le dijo escuetamente.
—Drew…
Él soltó el aliento.
—Por lo que yo sé, no tiene pensado prescindir de estas oficinas, sino sólo de mí.
El rubor huyó de las mejillas de Deanna. De repente se puso pálida como la leche.
—Pero tú haces un buen trabajo aquí.
—Pues no debe de ser lo bastante bueno para él.
—A mí siempre me ha parecido que tu padre estaba orgulloso de ti por el trabajo que haces aquí —Deanna sacudió la cabeza ligeramente, moviendo la melena.
—Y ahí está el problema —le dijo Drew—. Como cree que no empezó a irle bien hasta que se casó con mi madre y sentó la cabeza, ¡ahora se le ha metido en la sesera que yo tengo que hacer lo mismo! —hizo un movimiento en el aire con el bate y el golpe se lo llevó el mullido asiento de una silla que estaba junto a la puerta de su despacho.
Deanna dio un pequeño salto al oír el golpe seco.
Drew soltó el bate sobre la silla y volvió a meterse en su despacho. Ella fue tras él. Sus manos asían con fuerza la solapa de la chaqueta marrón que llevaba puesta, a juego con una falda hasta la rodilla.
—¿Tu padre piensa que deberías casarte?
Drew tenía un palpitante dolor de cabeza. Necesitaba una copa, un cigarrillo… Todo lo que había dejado seis meses antes. Quería borrar de su mente el año completo y, sobre todo, el ultimátum de su padre.
Se dejó caer sobre la silla de su escritorio y se quitó la gorra.
—No es que piense que debería casarme — dijo, puntualizando—. Espera que me case. Si no lo hago, no me dejará ponerme al frente de la empresa.
Deanna se sentó lentamente frente al escritorio. Parecía aturdida, y ésa debía de ser la única razón por la que no se estaba alisando la falda alrededor de las rodillas, como siempre solía hacer.
—¿Estás seguro de que…? —tragó en seco y se humedeció los labios—. Bueno, ¿seguro que no estás exagerando un poco? A lo mejor no le entendiste bien. A lo mejor oíste la palabra matrimonio y saltaste sin pensarlo bien.
Él soltó una carcajada completamente desprovista de buen humor.
—Oh, creo que lo entendí todo muy bien. Según él, me falta equilibrio en mi vida —se inclinó hacia delante y apretó los puños sobre la mesa—. Para él estoy demasiado entregado a la empresa.
Golpeó con violencia el escritorio. Un bolígrafo se cayó al suelo.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer en vez de entregarme a la empresa? Esta empresa lo es todo para mí y él lo sabe muy bien. Pero ahora, mi queridísimo padre ha decidido que no soy la persona adecuada para llevar las riendas si no dejo que me echen el lazo otra vez.
Deanna abrió los ojos, perpleja.
—Eh… ¿Otra vez?
Drew casi podía ver el vapor que despedía su palpitante cabeza.
—Y va a buscar a cualquier mequetrefe para ponerlo al frente de todo. Ni siquiera tiene que ser de la familia.
Todas esas tonterías del matrimonio con las que llevaba un año martirizándolo no eran nada en comparación con la amenaza de esa mañana. Su padre le había dicho que estaba dispuesto a poner a otra persona en el puesto de director si no cumplía con sus exigencias. La conversación telefónica que habían mantenido había terminado en una violenta discusión por ese motivo.
Y Drew estaba que echaba chispas desde entonces.
—No pienso estar a las órdenes de nadie en mi propia empresa.
Deanna frunció el ceño.
—¿Lo dejarías todo en ese caso? —dijo y entonces se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Serías capaz de dejar todo aquello por lo que has trabajado tanto?
—No tengo buenas candidatas para casarme. Mi padre decidió casarse con Lily y mira lo que ha pasado. Ha perdido el juicio.
—Yo… Estoy muy sorprendida