Cuando Deanna levantó la vista, tenía lágrimas en los ojos. Asintió con la cabeza, se humedeció los labios y se apartó de él sin más. Recogió la botella de agua, que se había caído al suelo, y se la dio en la mano. Después rodeó el capó de la camioneta y subió por el lado del acompañante casi sin hacer ningún ruido. Drew miró por última vez el riachuelo seco que le había llevado hasta el coche de su padre.
No tenía respuestas, ni para la desaparición de su padre, ni tampoco para lo que sentía por la mujer que le esperaba dentro del coche.
Se puso al volante y arrancó.
Capítulo 10
EL camino de vuelta al Orgullo de Molly transcurrió en silencio y ya había anochecido cuando Drew se detuvo delante de la casa. Deanna bajó rápidamente. Tenía las piernas rígidas, no sólo por la pequeña excursión a pie, sino también por el lodo duro y seco que le cubría los pantalones.
—Voy a darme una ducha —le dijo.
—¿Eso es una advertencia? —le preguntó él.
Deanna no sabía con qué intención lo había dicho. ¿Era una advertencia, o una invitación? No lo sabía con certeza, sobre todo después de todo lo que había ocurrido esa tarde, después de lo que habían hablado. Después de aquel beso, ya no podía engañarse más. Ya no tenía ningún control sobre sus propios sentimientos cuando se trataba de Drew. Le miró fijamente. A la luz de la camioneta, su mirada era velada, pero intensa; enigmática y circunspecta. Era imposible saber si ese beso le había conmovido tanto como a ella, o si por el contrario temía que se hiciera más ilusiones de la cuenta. A lo mejor lo único que había significado para él era… un momento de consuelo… en una situación difícil.
—¿Necesitas que sea una advertencia? —le preguntó, asiendo la manivela de la puerta.
—Probablemente.
Deanna sintió que el corazón se le encogía. Aunque no supiera qué emociones se escondían detrás de aquellos ojos inescrutables, asintió con la cabeza.
—Entonces eso es lo que es —le dijo, antes de cerrar la puerta de la camioneta.
Drew puso en marcha el vehículo y ella retrocedió un poco. Él se dirigió hacia los edificios que estaban junto al granero.
—¿Tan mal estaba?
Sorprendida, Deanna dio media vuelta. Era Isabella, parada en la puerta de la casa. La luz proveniente del interior la envolvía como un halo celestial.
—Bastante —le dijo Deanna, consciente de que se refería al coche de William.
Se pasó las manos por los muslos, limpiándoselas en sus pantalones manchados de barro, y se dirigió hacia la puerta.
—El coche era un montón de chatarra, pero no había ni rastro de William. Drew incluso se pregunta si estaba en el coche en el momento en que se cayó por el barranco.
Isabella asintió.
—Ross ha llamado a J.R. Creo que todos se preguntan lo mismo.
—¿Y Lily? ¿Cómo está?
—Tiene una voluntad de hierro, y no se da por vencida. Está bien, supongo. Me dice que Ryan está velando por William —Isabella respiró hondo—. Sea bueno o no, todavía se sentía lo bastante fuerte como para quererse ir a casa después de que habláramos con Ross. Jeremy se fue con ella. Se va a quedar con ella un tiempo para asegurarse de que no vuelve a ocurrirle lo que le pasó aquí el otro día. Ha pedido unos días para quedarse en Red Rock hasta que todo se calme un poco.
—Me alegro.
—Sí —Isabella miró a Deanna de arriba abajo—. Viéndote, se ve que no fue un paseo por el parque precisamente.
—Desde luego que no. Me voy directa a la ducha. Te voy a ensuciar toda la casa.
Isabella le quitó importancia a sus palabras con un gesto y retrocedió, invitándola a entrar.
—Te dejo la ropa que quieras. No hay problema. Tú eres más alta que yo, pero creo que tendré algo que te valga.
—No quiero ser una molestia, Isabella.
—Oh, qué tontería —Isabella se agarró de su brazo y echó a andar por el pasillo—. Debería habértelo dicho antes. Creerás que soy una anfitriona terrible.
—Creo que ya tenías bastantes cosas en la cabeza —le aseguró Deanna—. Y ninguno de los dos esperaba tener que quedarse tanto tiempo —se miró la ropa que llevaba. Había llevado muy poca ropa, pensando que estarían sólo unos días—. Si no te importa, déjame unos pantalones mientras lavo éstos. Bueno, en realidad no sé si conseguiré dejarlos limpios de nuevo.
Isabella sonrió.
—Ya verás que sí. J.R. ha venido peor que tú en más de una ocasión —le aseguró.
Habían llegado a la puerta de la habitación que compartía con Drew.
—Te traeré unas cuantas cosas. Si hay algo que necesites, pídemelo. Por favor.
—Gracias —le dijo Deanna, sonrojándose—. Bueno, ¿qué te dijo el médico?
—Oh, todo está bien —le dijo Isabella, con una sonrisa.
De repente, sin saber por qué, Deanna recordó la expresión de Molly Fortune en aquella fotografía vieja que Drew había encontrado en el coche. Era la misma que Isabella tenía en ese momento. Dejándose llevar por un arrebato de espontaneidad, le dio un sentido abrazo que sofocaba por completo la punzada de envidia que sentía.
—Enhorabuena. Me alegro mucho por vosotros.
—Gracias a ti —le dijo Isabella, devolviéndole el abrazo—. Por escucharme ese día. Me resulta muy fácil hablar contigo. Sabes escuchar muy bien a la gente —se apartó y sonrió de nuevo—. Iré a buscar la ropa mientras te duchas. J.R. quiere celebrarlo de alguna manera, aunque no sea un buen momento.
—Siempre es buen momento para celebrar la llegada de un bebé.
—Hablas como J.R. —entró en su habitación y Deanna hizo lo propio.
Nada más cerrar la puerta se dirigió hacia el cuarto de baño. Abrió el grifo de la ducha y empezó a quitarse la ropa. Los pantalones estaban tan rígidos que casi se mantenían erguidos por sí solos.
Estaba a punto de meterse en la ducha cuando oyó un ruido en la habitación.
—Soy yo —exclamó Isabella—. Te he dejado algunas cosas en la cama.
La puerta volvió a cerrarse y Deanna soltó el aliento. ¿Qué esperaba? ¿Que Drew hubiera cambiado de opinión? Suspiró y se metió en la ducha. Era fácil quitarse la suciedad del cuerpo, pero no lo era tanto dejar de pensar en Drew Fortune. No era tan fácil dejar de pensar que estaba loca y perdidamente enamorada de su jefe.
Drew se sentó en el borde de la cama y se dedicó a escuchar el sonido de la ducha. No tenía que esforzarse mucho para imaginarse a Deanna debajo de aquel chorro de agua caliente, deslizándose sobre sus brazos, sus piernas, mojándole el pelo, la piel… Se mesó los cabellos y apretó las palmas de las manos contra los ojos cerrados. Las imágenes no se borraron… Y no se percató de que el agua había dejado de correr hasta que vio que estaba arrugando con el puño la ropa que estaba a su lado sobre la cama. Trató de alisarla, pero fue inútil. Desde su llegada había hecho todo lo posible por pasar el menor tiempo posible con ella en la habitación. Se había recorrido todos los rincones del Orgullo de Molly. Había pasado noches en vela sentado en la barra del Red, hasta la hora de cerrar. Había visto amanecer en el porche de atrás tras una agotadora vigilia… ¿Pero podría levantarse de la cama en ese momento, sabiendo el riesgo que corría? Los nervios se le pusieron de punta al oír el crujido de la puerta del baño. Se miró las botas, cubiertas de lodo. No quería mirar hacia el espejo que tenía delante,