–Si te sirve de consuelo –le dijo Logan–, hasta hace muy poco tiempo yo tampoco sabía que tú existías.
Llamaron de nuevo a la puerta y entró una mujer joven, su hermana, a juzgar por su parecido a Nancy.
–¿Qué ocurre? ¿Quién es este? –inquirió esta.
–Kristin, es tu hermano –le explicó Nancy–. Tu otro hermano.
–No es posible. Está muerto.
–Lo cierto es que estoy vivo, muy vivo –comentó Logan.
–¿Cómo es posible? –preguntó Kristin–. Siempre me habíais dicho, desde pequeña, que había muerto.
–Lo que tu madre os ha dicho siempre es que lo habíamos perdido, el resto ha sido interpretación vuestra –admitió Douglas muy a su pesar–. Es evidente que el parecido es enorme…
–Pero eso no significa nada –insistió Keaton, acercándose más a Logan–. No sé quién eres, pero has tenido la osadía de venir aquí con esta historia. ¿Cuánto dinero quieres?
Logan resopló.
–¿Dinero? Tengo mucho dinero. Lo que no tengo es a mi familia.
–¿Y pretendes apropiarte de la nuestra? –inquirió Kristin.
Logan tomó la pulsera identificativa del hospital que había dejado sobre el escritorio de su padre.
–Si fuese un impostor, ¿tendría esto?
–Cualquiera podría falsificar eso.
Logan apretó los labios. Aquella no estaba siendo la cálida reunión familiar con la que había soñado.
–Mirad, haré lo que sea necesario para demostrar que soy quien digo ser –añadió, mirando a Keaton–. Decidme dónde y cuándo vamos a hacernos las pruebas de ADN y allí estaré.
–Te veo muy seguro de ti mismo –le contestó Keaton.
–No tengo la costumbre de mentir ni de engañar a nadie –respondió él con firmeza–. Mira, hasta que mi madre, o la mujer que me crio, falleció recientemente, siempre había pensado que ella y su difunto marido habían sido mis padres, aunque no me pareciese mucho a ninguno de los dos. Se habían conocido en la Antártida, donde él formaba parte de las fuerzas de apoyo estadounidenses y ella era enfermera, neozelandesa. Luego fueron a vivir a Estados Unidos y se casaron allí. Cuando ella falleció, encontré esto.
Gesticuló hacia las copias del diario.
–Y la pulsera identificativas.
Hizo una pausa antes de continuar.
–Que yo sepa, Alison Parker supo que su marido había fallecido durante una misión y se puso de parto, pero su hijo nació muerto. Supongo que fue tal el dolor que sintió, que perdió la cabeza. Así que, según ella misma escribió en el diario, aprovechó un cambio de turno de las enfermeras para entrar en la habitación donde estaban los bebés, sacarme de mi cuna y, escondido en su bolso de viaje, llevarme a su casa.
–Después viajó de Seattle a Los Ángeles, donde me sacó el pasaporte con el nombre de su hijo muerto en el consulado de Nueva Zelanda. Para ello la ayudaron los antiguos compañeros de su marido, que habían sabido que estaba embarazada y no dudaron en ningún momento de ella. Había llegado a Estados Unidos desde Nueva Zelanda con su apellido de soltera en el pasaporte, así que supongo que eso evitó que pudiesen encontrarla después.
Nancy se puso tensa en su sillón.
–Eso lo explica todo. Supongo que recordarás, Douglas, que la policía y el personal del hospital removieron cielo y tierra para encontrar al niño. Investigaron a todas las personas ingresadas, en especial, a una mujer que había perdido a su propio hijo, pero no la incluyeron en la investigación porque las cámaras de seguridad mostraban que no llevaba con ella ningún bebé, solo un bolso.
Tragó saliva.
–Y tú estabas en ese bolso.
A Logan no le había dado tiempo a responder cuando volvieron a llamar la puerta.
–Siento llegar tarde. Acabo de volver de…
Todas las cabezas se giraron hacia la recién llegada, a quien Logan reconoció de inmediato: su amante de la noche anterior. Aunque ya no era la criatura sensual y cariñosa que se había acercado a él, le había besado y le había invitado a subir a su habitación, sino una profesional fría y distante, con un enorme diamante en la mano izquierda.
Ella miró a su hermano y después a él, y Logan supo que se estaba dando cuenta de a quién se le había insinuado la noche anterior.
–¿Keaton? ¿Qué está pasando aquí?
Logan la vio atravesar el despacho y colocarse al lado de su hermano.
–Eso nos gustaría saber a todos. Este tipo asegura ser mi hermano gemelo.
Honor contuvo el impulso de salir huyendo. No era posible. No podía haber dos Keatons. Así que, al parecer, se había acostado con un extraño. Un extraño que era idéntico a su prometido, sí, pero, en cualquier caso, había engañado a Keaton. Y lo había engañado con su hermano.
Sintió náuseas, pero las contuvo. No podía ser. Ella siempre era fiel. Había sido testigo de lo que la infidelidad podía hacerle a una familia y se había prometido ser siempre fiel. No obstante, había cometido el mayor error de toda su vida.
Douglas tomó la copia del diario que había encima del escritorio.
–Supongo que lo mejor será que lea esto. Mientras tanto, Nancy, ¿puedes informarte acerca de cómo hacernos cuanto antes una prueba de ADN?
–Sí, querido, inmediatamente.
Nancy fue hacia la puerta, pero entonces se detuvo y se giró hacia Logan.
Honor vio a su futura suegra agarrar la mano del hombre con el que ella había cometido el garrafal error. El hombre que, con tan solo unas palabras, podía destruir su futuro. Y se preguntó cómo iba a solucionar aquello.
Nancy se inclinó hacia él y murmuró:
–No te preocupes, hijo. Todo saldrá bien. Yo sé que estás diciendo la verdad. Una madre no se equivoca nunca.
Honor vio salir a Nancy del despacho para entrar en el suyo, que estaba justo pegado al de su marido. A ella siempre le había sorprendido que ambos pudiesen trabajar tan juntos, incluso después de muchos años. Incluso a pesar de que les hubiesen robado un hijo treinta y cuatro años antes. Había soñado con tener lo mismo con Keaton. Y estaba trabajando mucho para conseguirlo. Cuando Douglas y Nancy se retirasen, Keaton y ella ocuparían su lugar en Richmond Developments. Y, entonces, se habría cumplido su sueño.
Pero eso solo ocurriría si nadie se enteraba de lo que había ocurrido la noche anterior.
Sintió una punzada en el pecho. ¿Cómo iba a guardar semejante secreto? ¿Y cómo podía saber que el extraño no iba a utilizarlo para ganar altura en la familia Richmond?
De momento no podía saber qué clase de persona era. Aunque sí sabía que era un amante prodigioso y generoso, no tenía ni idea de cómo era como hombre. Había aceptado sin dudarlo su invitación y que hubiese tenido sexo con una extraña no decía mucho de él, pero la culpa, en realidad, había sido suya. Y ni siquiera se había dado cuenta de que no estaba haciendo el amor con el hombre con el que se iba a casar.
«¿O sí viste la diferencia y preferiste hacer caso omiso?», le preguntó una vocecilla en su cabeza, una vocecilla idéntica a la de su madre. «Pensabas que eras perfecta, pero en el fondo eres igual que yo».
Honor la apartó de su mente inmediatamente. Tal vez estuviese equivocada y hubiese estado con Keaton la noche anterior.
–Keaton, ¿puedo hacerte una pregunta? –le