Capítulo Dos
Honor se despertó temprano a la mañana siguiente y se desperezó en la cama. Alargó la mano hacia Keaton y se sintió decepcionada, aunque no sorprendida, al no encontrarlo a su lado. Sonrió de oreja a oreja. La noche anterior había superado todas sus expectativas.
Cuando le había sugerido darle algo de vida a su relación, jamás había esperado que él se lo tomase tan en serio. De hecho, había tenido la sensación de que casi no la escuchaba. Keaton era así. Tranquilo, en ocasiones pedante y siempre en control de la situación. Había mantenido el control incluso la noche anterior, aunque, sin duda, había desempeñado un papel nuevo. Hasta entonces, el sexo entre ellos siempre había sido, como mucho, insustancial. Y poco frecuente. De hecho, Honor había empezado a temerse que Keaton quisiese romper su compromiso. Fingir que no la conocía había sido una idea brillante. De hecho, había acariciado su cuerpo como si hubiese sido la primera vez. Incluso se había esforzado en simular un acento extranjero en las pocas palabras que habían intercambiado.
Se pasó una mano por el pecho recordando cómo la había tocado él. Cómo le había excitado la aspereza de su barba en la piel. Keaton solía afeitarse dos veces al día y Honor se preguntó si, a partir de entonces, iba a empezar a relajarse un poco más. Tal vez la siguiente vez pudiese ser ella quien fingiese que no lo conocía.
Se echó a reír al imaginar las posibles situaciones en las que cumplir sus fantasías. Se retorció entre las sábanas y lamentó que Keaton no estuviese allí. La noche anterior había sido ella la que más había disfrutado, la siguiente vez sería él quien gozase de sus atenciones, le demostraría lo mucho que le agradecía que hubiese hecho aquel esfuerzo.
Giró la cabeza y miró el reloj digital que había sobre la mesita de noche. Tenía que ponerse en marcha si quería hacer su presentación. Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño, sonrió al ver el envoltorio del preservativo en la basura. Abrió la ducha y se metió debajo del chorro sin esperar a que se calentase el agua. En esos momentos, necesitaba centrarse para la conferencia. Después, volvería al trabajo, a la normalidad. A Keaton.
Se sintió esperanzada. Ojalá que la noche anterior hubiese sido el inicio de algo nuevo para ambos.
Si sus peores temores se hubiesen hecho realidad y Keaton hubiese roto su compromiso, Honor sabía que lo que se habría esperado de ella era que se marchase de Richmond Developments. Por muchos años que hubiese trabajado allí. Douglas y Nancy Richmond eran muy leales a sus hijos, Keaton y Kristin. Lo daban todo por ellos y era evidente que Keaton iba a ocupar el puesto de su padre cuando este se jubilase, dos años más tarde. Y Honor tenía la esperanza de ascender también y ser su mano derecha.
La pobreza en la que había pasado su niñez había alimentado su ambición. Había visto cómo sus padres se destrozaban el uno al otro a base de infidelidades, y la desesperación y la culpabilidad de su madre cuando su padre se había marchado de casa. Por eso había aceptado la propuesta de matrimonio de Keaton, porque era una persona estable, con la que era imposible tener terribles discusiones. Su matrimonio se basaría en sus sueños y metas comunes, en su búsqueda del éxito y la seguridad.
Honor se había convencido de que era feliz con eso, de que era lo que siempre había querido, pero al ver que Keaton se mostraba reacio a fijar una fecha para la boda, había empezado a tener miedo y a sentir la misma inseguridad que de niña.
Salió de la ducha, se secó y buscó en su bolsa de aseo el anillo de compromiso que Keaton le había regalado varios meses antes. Incluso la proposición había sido apática y pragmática. Después, habían salido juntos a comprar el diamante y Keaton había buscado en él más una inversión que una declaración de amor. Honor llevaba con orgullo la joya porque era una demostración de lo lejos que había llegado en la vida.
Le costó un poco ponérselo y se preguntó por qué se lo había quitado nada más subir a la habitación, después de haberle dado la tarjeta de esta a Keaton.
En cualquier caso, la noche anterior era un buen augurio de su futuro juntos, pensó mientras se maquillaba, se recogía el pelo en un moño y se ponía un traje de pantalón color crema. Se miró por última vez al espejo y asintió.
En el ascensor, sacó el teléfono y le mandó un mensaje a Keaton: Ya te echo de menos. Estoy deseando volver a verte.
Sonrió mientras lo enviaba y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. No esperaba una respuesta. Aunque, después de la noche anterior, tal vez… Antes de entrar en la sala de conferencias comprobó de nuevo el teléfono. Nada. Se dijo que no debía sentirse decepcionada, sacó el ordenador portátil y abrió su presentación, pero no pudo evitar volver a comprobar si tenía mensajes.
Nada. Apartó el tema de su mente y se centró en comenzar con la exposición. Ya tendría tiempo de decirle a Keaton lo mucho que le había gustado la noche anterior cuando lo viese unas horas después en la oficina.
Logan cambió de postura en la cama y miró al techo. Maldijo el jet lag. Había intentado obligar a su cuerpo a adaptarse, pero seguía cansado y pensó que iba a necesitar al menos una semana para volver a sentirse normal.
Lo que no había sido normal era la noche anterior. En cierto modo, se sentía un poco decepcionado consigo mismo. Era la primera vez que utilizaba a una mujer por placer, sin conocerla. De hecho, no sabía ni su nombre, aunque sí sabía cómo hacerla enloquecer de deseo.
Se preguntó si volvería a encontrársela esa noche también. O esa misma mañana, en el vestíbulo del hotel. Estudió su reflejo en el espejo y sacudió la cabeza. Tenía mal aspecto.
Se dio una ducha, se afeitó y se vistió antes de salir a desayunar. Tenía un par de horas, como mucho, antes de hacer lo que había ido a hacer allí. Solo de pensarlo se le encogió el estómago y, de repente, ya no quiso desayunar. Enfrentarse a su madre biológica y a su padre iba a ser lo más duro que había hecho en su vida. Eran las personas que debían haberlo criado, con las que debía haber compartido los momentos más importantes de su vida.
¿Qué pensarían cuando supiesen que a él también le interesaba todo lo relacionado con la arquitectura? ¿Valorarían su ética en el trabajo y que hubiese levantado un negocio multimillonario comprando edificios antiguos y convirtiéndolos en viviendas ecológicas por toda Australasia?
Sin duda, le pedirían alguna prueba de que era quien afirmaba ser. Logan no era tonto. Había hecho sus pesquisas y sabía que Richmond Developments era una empresa de vanguardia, similar a la suya. Salvo que sus padres compraban edificios en lugares privilegiados, los demolían y construían de cero. Él prefería rendir homenaje al pasado histórico de las construcciones, conservar sus características especiales y, al mismo tiempo, modernizarlas. No, su familia no iba a recibirlo con los brazos abiertos. Dado que se dedicaban al mismo negocio, tal vez incluso sospechase de sus intenciones. Serían cautos, y harían bien. Tendrían que hacerse pruebas, pero al final se demostraría su relación. Y, entonces, ¿qué?
Se preguntó, y no por primera vez, si habría seguido el mismo camino de haber crecido allí en vez de hacerlo en Nueva Zelanda. ¿Había sabido Alison Parker lo que hacía al robarlo del hospital para criarlo ella sola? No debía de haber estado en su sano juicio. Había dado a luz a su propio hijo, muerto el mismo día que Logan y su hermano gemelo habían nacido. Y la pérdida debía de haberla trastornado. Después de su muerte, varios meses atrás, Logan había encontrado sus diarios y se había quedado conmocionado al leerlos.
No obstante, como madre, lo había hecho lo mejor que había podido. Cuando su marido había fallecido durante una peligrosa misión, ella había decidido marcharse de Estados Unidos y volver a Nueva Zelanda, su país natal, donde había criado a Logan como a cualquier niño local que hacía surf en verano y esquiaba en invierno. Y si alguien le había preguntado por qué no se parecía a sus primos, por qué él tenía el pelo rubio oscuro, la piel clara y los ojos grises, siempre habían explicado que se parecía a su padre. En cualquier caso, había sido de la