Dejó la copa de champán encima de la barra y pidió un agua con gas al camarero. Se la bebería y subiría a la habitación. Nadie la echaría en falta y podría dedicarse a repasar las notas para el día siguiente.
Estaba terminándose el agua cuando sintió un escalofrío. Se giró ligeramente y clavó la mirada en el hombre que acababa de llegar.
¿Keaton? ¿Qué hacía allí? ¿Había ido a darle una sorpresa?
No era posible. Su prometido no era una persona espontánea. Cuando ella le había contado que pasaría dos días en aquel hotel, se había limitado a asentir con desinterés y había seguido trabajando. Cuando lo había invitado a asistir a la cena en la que le darían el premio, él había comentado que ya tenía una cena de negocios que no podía cancelar. Y, no obstante, allí estaba, atravesando el bar y dirigiéndose hacia una mesa pequeña que había pegada a la pared.
Era un hombre guapo. Muy guapo. Pero siempre actuaba como si no fuese consciente de ello. Esa noche parecía cansado. Agotado. Se sentó en una silla y sonrió a la camarera que se le acababa de acercar. Honor se dio cuenta de que había estado tocándose sin darse cuenta el anillo de compromiso que llevaba en la mano izquierda, como hacía siempre que estaba nerviosa, y se obligó a parar.
Aquella noche Keaton estaba diferente. Tal vez fuese porque iba vestido demasiado de sport. Keaton Richmond siempre iba elegante, aunque fuese de pícnic, pero aquella chaqueta de cuero que llevaba puesta parecía muy usada. No se le había visto antes, aunque lo cierto era que no vivían juntos, así que no tenía por qué conocer todo su armario.
Lo vio levantar la vista y recorrer con los ojos la habitación. Miró hacia donde estaba ella, pero no detuvo la mirada, aunque después volvió. Honor le sonrió. Él tardó un instante antes de dedicarle una sonrisa de medio lado que la derritió. Honor se puso recta, pero él apartó la vista y se dedicó a leer la carta de comida y bebida que tenía delante.
Al parecer, estaba jugando, fingiendo que no la conocía. Honor no supo si sentirse molesta o intrigada. Tal vez Keaton la había escuchado la última vez que habían tenido una discusión acerca de su relación. Hacía meses que no tenían sexo y la última vez había sido más una válvula de escape que un acto de devoción. De hecho, ella había empezado a preguntarse si todos sus sueños de futuro podían estar en la línea floja.
Keaton se había mostrado evasivo cuando ella le había sugerido darle algo más de chispa a sus relaciones íntimas, incluso que empezasen a vivir juntos antes de la boda, para la que todavía no tenían fecha. Aquel limbo en el que estaba su relación había empezado a incomodarla. Llevaba trabajando con Keaton, en la empresa de la familia de este, cinco años; y dos saliendo con él. Se habían prometido hacía año y medio.
No había sido el romance del año, pero Honor se había dicho que ella no buscaba romances, después de haber sido testigo de la vida amorosa de su madre. No, en cuanto había empezado a trabajar en Richmond Developments había decidido llegar a lo más alto y, si para conseguirlo antes tenía que casarse con el hijo del jefe, estaba dispuesta a hacerlo. Además, no era que no respetase o que no le gustase Keaton. Solo tenían que avivar el fuego de su relación de vez en cuando.
Pero Keaton no solía jugar.
¿Por qué lo estaba haciendo en ese momento?
Se sintió tan intrigada que decidió seguirle la corriente para averiguar qué se proponía. La camarera dejó una cerveza en la mesa de Keaton. Eso también la sorprendió. Nunca lo había visto beber cerveza. Ni siquiera en verano. Observó cómo se la llevaba a los labios y daba largos sorbos. Observó el movimiento de los músculos de su garganta, vio el brillo de sus labios húmedos mientras dejaba el vaso en la mesa. Sintió deseo al verlo relamerse. Él levantó la vista. La miró a los ojos.
Pareció sorprenderle que siguiese con la mirada clavada en él y volvió a sonreír de medio lado. Honor sintió que se le erguían los pezones. Era la primera vez que lo deseaba así. Así que decidió dejar de jugar y entrar en acción. Tomó su bolso, sacó una de las dos tarjetas que le habían dado para abrir la puerta de la habitación y la guardó en su mano.
La mujer atravesó el bar. Llevaba un vestido negro de cóctel que se ceñía a su cintura y le sentaba como un guante. Logan observó cómo varias personas intentaban pararla para darle conversación, pero ella siguió avanzando con la vista clavada en él.
No había dormido desde que había salido de su ciudad, Auckland, en Nueva Zelanda, a las nueve de la noche del día anterior, ni durante el viaje en avión, de más de doce horas. Nada más llegar a Los Ángeles había tomado otro vuelo a Seattle. Y, una vez allí, había hecho lo posible por luchar contra el jet lag y había decidido pasear para intentar acostumbrarse a la nueva zona horaria. En esos momentos solo quería una cerveza, algo de comer y una cama. No quería hablar con nadie ni buscaba compañía, pero, al parecer, iba a tener compañía, la quisiese o no.
Y lo cierto era que se trataba de una mujer muy atractiva. Tenía el pelo rubio y largo, echado sobre un hombro, que caía por el pronunciado escote. El vestido era sofisticado y sexy, pero Logan pensó que preferiría verlo tirado en el suelo, en el suelo de su habitación.
Sacudió la cabeza. No, no, no. No había ido allí a eso. Había ido a averiguar su identidad, por penoso que sonase aquello. Era un hombre hecho y derecho de treinta y cuatro años, así que, si todavía no sabía quién era, tenía un grave problema. De hecho, había creído saber quién era hasta que había encontrado una caja en el fondo de un armario de su madre, después del funeral de esta, mientras vaciaba la casa para poder venderla.
Se sintió frustrado al pensar que había pasado toda su vida llamando mamá a Alison Parker cuando, en realidad, esta no había sido su madre. Así que allí estaba, en los Estados Unidos, dispuesto a encontrar a sus verdaderos padres, con la esperanza de que estos lo aceptasen.
Mientras soñaba despierto, la impresionante criatura, ataviada con un vestido negro, se había acercado más. Sintió su presencia antes de ser consciente de sus intenciones. La mujer le agarró la barbilla, él levantó el rostro y, para su sorpresa, recibió un beso.
Logan no respondió al principio, de hecho, la situación le parecía tan surrealista que tardó en reaccionar, pero entonces su instinto tomó las riendas. Cerró los ojos y se dejó llevar. Y sintió que todo desaparecía a su alrededor. Solo podía oír los latidos de su propio corazón. Solo podía oler el aroma especiado de aquel perfume femenino.
Entonces, se terminó. Sintió que ella se apartaba y abrió los ojos. Iba a hablar, pero la mujer apoyó un dedo en sus labios.
–No digas nada. Habitación 6035. Te espero allí en diez minutos.
Dicho aquello, le puso en la mano una tarjeta y se marchó. Él la observó hipnotizado mientras cruzaba el recibidor y se dirigía hacia los ascensores. Agarró con fuerza la tarjeta y se dijo que no iba a seguirla. No quería problemas. No quería que lo drogasen, robasen sus órganos y despertar en una bañera llena de hielo.
Aunque también podía ser la mejor noche de toda su vida.
Llegaron los sándwiches que había pedido y una segunda cerveza. Comió estos y dejó la cerveza. No quería más alcohol. Necesitaba tener la cabeza despejada. Se miró el reloj. Habían pasado diez minutos. Todavía podía sentir los labios de aquella mujer en los suyos. Sin darse cuenta de que acababa de tomar una decisión, dejó un puñado de billetes encima de la mesa y se dirigió hacia los ascensores.
Bajó en el sexto piso y avanzó por el pasillo. Dudó al llegar delante de la habitación 6035. Entonces, acercó la tarjeta al lector y la luz se puso en verde, entró. La habitación estaba poco iluminada, pero no le costó encontrar a la atractiva criatura que lo había besado en el bar y le había hecho perder