—¿Es eso una amenaza? —Lo miró entrecerrando los ojos. Él no respondió, y en el silencio, ella pareció calmarse; su respiración se hizo más tranquila mientras sus hombros se enderezaban—. No me gustan las amenazas. Es la segunda vez que interrumpe mi noche, señor. Haría bien en recordar que fui yo quien le salvó el pellejo antes.
—Casi me mata. —Ella experimentó un cambio notable.
—Por favor, ha sido usted muy ágil —se burló—. Lo vi aterrizar en el suelo como si no fuera la primera vez que lo lanzan de un carruaje—. Hizo una pausa—. No lo fue, ¿o sí?
—Eso no significa que desee convertirlo en un hábito.
—El punto es que, sin mí, podría estar muerto en una zanja. Un caballero razonable me lo agradecería amablemente y se iría a otro lugar ahora mismo.
—Tiene mala suerte, entonces, de que yo no lo sea.
—¿Razonable?
—Un caballero.
Se rio un poco sorprendida por eso.
—Bueno, como estamos en un burdel, creo que ninguno de los dos puede reclamar mucha gentileza.
—¿Eso no estaba en su lista de requisitos?
—Oh, lo estaba —dijo—, pero esperaba más una aproximación a la caballerosidad que la caballerosidad misma. Y ahí está el problema: tengo planes, maldición, y no voy a permitir que los arruine.
—Los planes de los que habló antes de tirarme del carruaje.
—Yo no lo tiré. —Cuando él no respondió, ella le dijo—: Está bien, lo eché. Pero todo ha ido bien.
—No gracias a usted.
—No tengo la información que quiere.
—No la creo.
Abrió la boca y la cerró.
—¡Qué grosero!
—Quítese la máscara.
—No.
—¿Qué es el Año de Hattie? —preguntó ante el no tajante.
Ella levantó la barbilla desafiante, pero se quedó en silencio. Whit gruñó y se dirigió al champán y se sirvió una copa. Cuando terminó, devolvió la botella a su sitio y se apoyó en el alféizar de la ventana observando cómo ella se movía.
Siempre estaba en movimiento, alisándose las faldas o jugando con la manga; él bebía hipnotizado por la larga línea del vestido, por la forma en que este envolvía sus curvas rebeldes y hacía promesas que un hombre deseaba que cumpliera. La luz de las velas se reflejaba en su piel, dorándola. No era una mujer que tomara té. Era una mujer que tomaba el sol.
Tenía dinero, saltaba a la vista. Y poder. Una mujer necesitaba de ambos para entrar en el 72 de Shelton Street. Incluso sabiendo que el lugar existía, necesitaba contactos que no eran fáciles de conseguir. Había miles de razones por las que ella podría estar allí, y Whit las había escuchado todas: aburrimiento, insatisfacción, imprudencia. Pero no detectaba ninguna de ellas en Hattie. No era una chica impetuosa, era lo suficientemente mayor para ser razonable y tomar sus decisiones. Tampoco era simple o superficial.
Se acercó a ella lentamente de forma deliberada.
—No me dejaré intimidar. —Se puso rígida. Agarró con fuerza el papel que tenía en la mano.
—Él me ha robado algo y quiero que me lo devuelva.
Pero eso no era todo.
Estaba lo suficientemente cerca como para tocarla. Lo suficientemente cerca para medir la altura que ya había notado antes, casi igual a la suya. Lo suficientemente cerca para ver sus ojos detrás de la máscara, fijos en él. Lo suficientemente cerca para sumergirse en su aroma a almendras.
—Lo que sea que le hayan robado —anunció mientras enderezaba los hombros—, haré que se lo devuelvan.
Cuatro envíos. Tres vigilantes tiroteados. Después de esa noche, el propio Whit había perdido unos cuchillos que valoraba por encima de todo. Y, si tenía razón, ella le debía más de lo que podía devolverle.
—No es posible. Necesito un nombre. —Negó con la cabeza.
—Le ruego que me perdone, yo no fallo —respondió sin vacilar.
Otro hombre podría haber encontrado aquellas palabras divertidas, pero Whit advirtió honestidad en ellas. ¿Cómo se había visto involucrada en este lío? No pudo resistirse a repetirse.
—¿Qué es el Año de Hattie?
—Si se lo digo, ¿me dejará en paz?
«No», pensó él.
Respiró profundamente en silencio, como si considerara sus opciones.
—Es lo que parece —explicó ella finalmente—. Es mi año. El año que reclamo como mío.
—¿Cómo?
—Tengo un plan de cuatro puntos para dirigir mi propio destino.
—Cuatro puntos —repitió él, arqueando las cejas.
—Negocios. Casa. Fortuna. Futuro. —Levantó una mano marcando las respuestas con los largos dedos enguantados y luego hizo una pausa—. Ahora, si me dice qué fue con precisión lo que le quitaron, se lo devolveré, y podremos seguir con nuestras vidas sin molestarnos nunca más.
—Negocios. Casa. Fortuna. Futuro —repasó el plan—. ¿En ese orden?
—Probablemente. —Hattie inclinó la cabeza a un lado.
—¿Qué clase de negocios? —Él tenía dinero de sobra, y podía ayudarla en cualquier negocio que deseara… a cambio de la información que necesitaba.
Ella lo miró fijamente y permaneció en silencio.
Probablemente tenía aspiraciones como modista o sombrerera, ambos negocios le comprarían una casa, pero ninguno de ellos le daría una fortuna. ¿No sería mejor que buscase un futuro como esposa y madre? Parecía la mujer adecuada para ser la señora de una casa.
Eso, y que ninguno de sus cuatro puntos tenía sentido en el contexto del burdel de Shelton Street. Señaló el papel que sostenía en el puño.
—¿Qué esperaba de Nelson, una inversión?
—De