Le había hablado de la reunión del consejo de administración del día siguiente, en la que tendría que dar explicaciones sobre su escandalosa vida privada.
–Oye, al menos no eres un Castello –había bromeado Rafael.
Los Castello vivían al otro lado del valle y tenían una cadena de restaurantes en Inglaterra, pero los hijos eran unos derrochadores y unos irresponsables.
–No dejes que el consejo dicte cómo debes vivir tu vida –le había aconsejado su padre–. Debes tener tu propia brújula, Dante. Además, yo me siento orgulloso de ti.
Lentamente, recorrieron el perímetro de la finca, bordeada de viñedos y campos de amapolas. Roberto, el abogado de su padre, salía de su casa en ese momento secándose las lágrimas con un pañuelo, pero Dante no lloró. No sabía hacerlo.
¿Su padre sabía que estaba a punto de morir?, se preguntó. Tal vez había intuido que el final era inminente y por eso quería volver a casa.
Tomaron la carretera flanqueada por altos cipreses, como soldados en posición de firmes. Más allá, el tapiz de viñedos de los Romano, que crecía con los años, y a lo lejos las casas del pueblo, pero hasta los rojos tejados parecían tristes aquel día.
Mia giró la cabeza para mirarlo y vio que estaba perdido en sus pensamientos. Aunque intentaba disimular, estaba emocionado y se le encogía el corazón por él como se le habría encogido por cualquiera que hubiese perdido a su padre. O tal vez ella misma necesitaba consuelo porque, sin pensar, alargó una mano para apretar la suya.
–Mia –dijo él, pronunciando su nombre con tono venenoso– aparta tus manos de mí.
Mia no había esperado esa reacción y fue como una bofetada.
Cuando entraron en la iglesia, se dirigió al primer banco, sintiendo cien ojos clavados en ella. A pesar del frío, unas gotas de sudor corrían entre sus pechos, pero mantuvo la cabeza bien alta durante el servicio religioso y también mientras Dante leía el panegírico.
–Rafael Romano era hijo de Alberto y Carmella, y el hermano mayor de Luigi…
Mia era capaz de entender casi todo lo que decía, pero iba un paso por detrás ya que tenía que traducir sus palabras.
–Era un hombre muy activo y siempre decía que ya habría tiempo de descansar cuando hubiese muerto.
Dante contó que Rafael se había casado con Angela a los diecinueve años y que, según ella, había sido un matrimonio lleno de amor, risas y sorpresas.
Sí, era verdad, a su padre siempre le había gustado sorprenderlos.
Habló después del pequeño negocio familiar, que Rafael había convertido en un imperio, siempre comprando más terrenos con los beneficios, más viñedos…
–Pronto abastecerían a los mejores restaurantes de Florencia, Roma, París, Londres…
Dante hizo una pausa, porque aquella era la parte más difícil para él. Tenía que pintar la imagen de una familia feliz y no le gustaba mentir. Sus padres se peleaban a menudo cuando él era pequeño. Aún recordaba las broncas y cuánto había temido que se separasen, pero la llegada de los mellizos les había dado una segunda oportunidad, de modo que recordó la paz que Stefano y Ariana llevaron a su familia.
Mia notó el ligero temblor en su voz. ¿Por qué estaba tan pendiente de Dante Romano? ¿Por qué era tan consciente de él? ¿Y por qué diantres lo había tocado?
Incluso ahora, en el funeral de su marido, sintió un cosquilleo en la mano con la que había tocado la de Dante. En aquella iglesia que olía a cerrado, sentía como si estuviese a su lado de nuevo, respirando el aroma de su colonia masculina.
–Mi padre siempre había querido una hija –estaba diciendo él, mirando a Ariana, que lloraba en silencio– y estaba tan contento de tener otro hijo…
Siguió hablando hasta que, por fin, llegó la parte más difícil del discurso y Mia se puso tensa cuando empezó a hablar en su idioma.
–Mi padre quería a su familia y, sin embargo, siendo Rafael, había sitio en su vida para más amor y tiempo para más sorpresas. Hace dos años se casó con Mia Hamilton… –hizo una pausa, como luchando contra el dolor que había causado ese capítulo de la vida de su padre–. Yo sé que Mia fue un gran consuelo para él y que llevó paz a sus últimos años de vida. Lo sé porque él mismo me lo dijo.
No podía decir que hubiesen recibido a Mia con los brazos abiertos o que el amor de Mia y Rafael hubiera sido evidente para todos, pero debía lidiar con la realidad e intentó hacerlo con el mayor respeto.
Mia bajó la mirada, emocionada al saber que Rafael había dicho eso y agradeciendo que Dante lo hiciese público. Porque era cierto, Rafael y ella habían sido grandes amigos.
–Tristemente –concluyó Dante– ya no habrá más sorpresas. Por fin ha llegado el momento de descansar para él –su voz se rompió por fin–. Siempre lo echaremos de menos.
El entierro fue terrible.
Ariana no dejaba de sollozar y Stefano tenía que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas mientras Dante apretaba los puños a los costados.
Ella estaba algo apartada, bajo un enorme roble, sintiéndose a la vez enferma y helada mientras bajaban el ataúd. Cuando fue su turno de echar un puñado de tierra en la tumba, sus piernas parecían de goma y temía desmayarse, pero Dante le pasó un brazo por la cintura. Podría haberle espetado: «No me pongas las manos encima» como había hecho él, pero se limitó a darle las gracias en voz baja.
Dante la llevó al borde de la tumba y guio su mano para que tirase la orquídea sobre el ataúd.
Estaba hecho. Todo había terminado.
Mia cerró los ojos, aliviada.
–Gracias –dijo de nuevo mientras se dirigían al coche.
Dante decidió volver andando a la casa porque necesitaba calmarse y conservar el poco sentido común que le quedaba.
Y entonces llegó la lectura del testamento de Rafael Romano.
Dove c’è’ un testamento, c’è’ un parente.
«Donde hay un testamento, hay un pariente». Desde luego que sí.
Luigi estaba sentado en la primera fila con Stefano, Ariana y Angela, que por fin se había dignado a entrar en la casa. Dante se quedó de pie frente a la ventana del estudio porque quería ver la reacción de Mia.
Al final, todo fue como habían esperado. La primera división de los bienes se había hecho tras el divorcio de sus padres y la segunda después de su diagnóstico de un cáncer terminal.
La residencia de Luctano sería para Dante, la casa de Suiza para Stefano y la de París para Ariana. Había otra propiedad más pequeña en Luctano que sería para Luigi y su exesposa recibiría las joyas y las obras de arte.
Mia Romano, su esposa recibiría dos apartamentos en Londres, cierta cantidad de dinero y las joyas que le había regalado durante su matrimonio, con el acuerdo de que no reclamaría nada más. Tenía un periodo de gracia de tres meses para abandonar la residencia de Luctano.
Dante había esperado que recibiese algo más, pero imaginó que le habría sacado dinero a su padre durante esos dos años porque no hubo ninguna reacción por su parte. Seguía escuchando a Roberto con su típica actitud fría e inescrutable.
Seguramente impugnaría el testamento y le daba igual. Dejaría que se gastase el dinero de la herencia en abogados.
–Rafael esperaba que su viuda siguiera representándolo en el baile anual de la fundación Romano –estaba diciendo Roberto.
Dante